“Yo creo que los y las cineastas siempre hacemos la misma película disfrazada de distintas maneras”. Quien dice esto es la realizadora, guionista y productora argentina Jeanine Meerapfel a propósito de algunas búsquedas y obsesiones que se repiten en su filmografía. En 1981 estrenó su primer largometraje, Malou, que exploraba la figura de su madre en clave de ficción. Y este domingo presenta en el Malba su película más reciente, Una mujer, donde vuelve a abordar la biografía de Malou (apodo de Marie Louise), pero a través del ensayo audiovisual, que gracias a sus procedimientos le permitió incorporar elementos como la poesía, el humor o la ternura en un relato sensible y conmovedor que cuenta con fotografía de Johann Feindt y música de Floros Floridis.
Al inicio de Una mujer la voz en off de Meerapfel revela su necesidad de encontrar “un orden definitivo, un sistema de archivo, una forma de narrar” los recuerdos. En diálogo con Página/12 desde Berlín (ciudad en la que reside actualmente), Jeanine define su última película como “una búsqueda de formas de contar” y explica que la idea de profundizar en la biografía materna tuvo que ver con un hallazgo más o menos reciente: una caja repleta de material fílmico en 8 mm que nunca había visto. Cuando lo pasó a digital se dio cuenta de que ahí había algo y tenía que seguir internándose en ese laberinto que a veces puede ser la propia historia. “Además del relato me interesaba la forma de ensayo y la posibilidad de asociarme a través de esta historia a muchas historias más”, cuenta, y quizás por eso se refiere a su película como “personal aunque no privada”, porque la historia de Malou refleja muchas otras de esos años de exilio e inmigración.
La vida de Marie Louise Chatelaine comienza en Francia con una infancia bastante dura en un orfanato y la casa de sus tíos; continúa en Alemania cuando se casa con Carl Meerapfel y deciden formar una familia; sigue en Holanda con la huida de los nazis tras ser denunciados a la Gestapo y luego en Argentina, donde nació Jeanine y fue anotada bajo el nombre de Juana Clara. Esa podría ser una síntesis muy escueta del itinerario que propone la película a partir de recuerdos, fotos, documentos, objetos y material fílmico que reconstruyen una memoria posible de los acontecimientos. Pero además de ese recorrido, el film propone también un diálogo entre pasado y presente, algo que está muy bien logrado con procedimientos sencillos y reveladores. Meerapfel filma todos esos lugares en la actualidad y los interviene con las fotos en tono sepia: ayer y hoy conviven en un mismo plano por la magia del cine. “Quería chequear si mis fotos tenían algo que ver con el presente, es como repasar la historia para ver si aquello que sucedió en su momento tiene algo que ver con la actualidad o no. Es muy poético y también bastante entretenido ver cómo cambiaron las cosas: cuando llegué a la casa donde Malou vivió de niña, abrí la puerta y vi un enorme mapa de Latinoamérica desplegado en la pared. Esas son cosas que no esperás”.
Esas casualidades aparecen todo el tiempo y la directora decide exponerlas como parte del entramado: donde Carl y Malou residieron en Alemania vive hoy una familia de turcos y las gemelas pegan las fotos que llevó Jeanine en las paredes de un cuarto; en la isla ubicada a 30 km de Ámsterdam donde los Meerapfel se quedaron un tiempo antes de huir a la Argentina vive hace 50 años una familia que quedó fascinada con la historia y deciden recrear algunas de esas viejas fotos; en la casa de Belgrano que supo ser de la familia hoy vive otra con dos hijos pequeños y la mujer –al igual que la hermana de Jeanine– se llama Denise. “Me pareció interesante contar esos detalles porque son parte de la historia y es una película sobre cómo hacer cine, incluso hay por allí un pequeño homenaje a Lumière con las mujeres francesas saliendo de la fábrica”.
En todos los casos consiguió el permiso de los nuevos habitantes para filmar, un gesto no tan usual. “La reacción de la gente fue algo fuera de lo común. Por lo general no esperás que te abran la puerta porque tienen miedo cuando ven gente de cine, pero a mí me dejaban entrar, quedaban impresionados por lo que les contaba. Una señora de Argentina me dejó sus llaves con total confianza y se fue al doctor. Creo que todos se pueden relacionar con la idea de que uno cuente historias de su familia y también la Historia con mayúsculas. Tolstoi dijo que cuando contás detalladamente lo que pasa en tu pueblo, estás contando el universo”. La biografía de Malou se enmarca en esa dimensión colectiva donde aparecen los relatos de exilio e inmigración, episodios trágicos de la última dictadura o un nuevo punto de vista de la ciudad.
Para Meerapfel volver a Buenos Aires “siempre está teñido de amor porque es una ciudad que adoro”, pero se permite mirarla más allá de cualquier idealización y contrastarla con sus recuerdos. “Así era el Buenos Aires de mi infancia, la de mis padres, pero ahora perdió el alma que moldearon los que vinieron de los barcos. El alma urbana sólo puede existir si hay unidad en la diversidad”, relata la voz en off, y en otra escena señala los acuerdos corruptos de Macri con los fabricantes del hierro para enrejar las plazas. “Ese es un típico ejemplo del desastre que se puede hacer por especulación. Hoy el río casi no se ve con tanta construcción. Esas cosas me saltan a la vista y también las quería contar: por un lado está la imagen romántica y, por otro, la realidad”.
Cuando se le consulta por el panorama del cine, Meerapfel dice que ve problemas graves: “Hoy tenemos los grandes blockbusters como Avatar o películas muy pequeñitas como la mía que se muestran en cines especiales donde el público también es especial. Yo no lo veo mal, pero sí me preocupa que muchos cines estén cerrando. Necesitamos los espacios para estas películas que no tienen el presupuesto de un film estadounidense pero igualmente pueden estar llenas de poesía y cosas hermosas que uno quiere ver. Esto ocurre en Berlín y en el resto del mundo. El cine de autor hoy no tiene casa y la única forma de que eso cambie es protegerlo a través de medios estatales porque comercialmente no vamos a sobrevivir. El otro tema es que nuestras películas sólo se ven en festivales como una forma alternativa o directamente en la televisión, pero ver las películas en una sala de cine es una experiencia común, distinta y maravillosa. Hay que luchar para que eso no desaparezca del todo”.
- Una mujer podrá verse los domingos 12 y 19 de febrero a las 18 en el Malba (Av. Figueroa Alcorta 3415), en el marco de una retrospectiva parcial de la obra de Meerapfel. Este domingo habrá un debate post función con la directora a través de zoom.