Arribo a la historia y a los lugares
Era una tarde clara y luminosa de primavera cuando descendimos del ómnibus en la terminal de Chivilcoy. No había taxis o, mejor dicho, era muy difícil hallar un taxi para ir al hotel. Finalmente conseguimos un remís. Las avenidas y los árboles, los árboles y las avenidas de esa ciudad en damero, geométrica y con aroma de campo, con cielo de campo y llanura, ciudad joven que evoca malones, carretas, caballos y postas, fortines que hacen a lo que se llamaba la frontera oeste: historias y leyendas que narra Jorge Luis Borges, por ejemplo, ya que su abuelo, Francisco Borges fue comandante de Campaña en esas regiones, en el fuerte de Junín específicamente. Todos recordarán “Historia del guerrero y la cautiva”, ese relato extraordinario. Desde el topónimo mapuche de Chivilcoy, pasando por lo criollo y los inmigrantes europeos que poblaron este territorio, fuimos avanzando en la recuperación de una historia.
Hacía mucho calor y en el hotel nos dijeron que al anochecer refrescaría. Y fue cierto. Una suave brisa inundó la ciudad mientras aparecía la luna detrás del campanario de la catedral. Cenamos y brindamos con los amigos poetas que habían llegado, como nosotros, desde Buenos Aires.
Pero lo que nos motivaba a recorrer las calles de Chivilcoy era nuestro deseo de encontrar algo en ese lugar que nos hablara de Julio Cortázar, pues él había vivido allí entre 1939 y 1944 ya que daba clases en la Escuela Normal “Domingo Faustino Sarmiento”. Había estado antes en Azul y Bolívar. En 1944 se fue de Chivilcoy para hacerse cargo de una cátedra en la Universidad de Cuyo, donde, creemos, conoció a esa gran estudiosa y amiga suya que fue Graciela Maturo.
El encuentro fue un éxito y los cuatro días que duró resultaron pocos. No teníamos pasaje de regreso, así que decidimos volver en tren, para andar y desandar esos lugares tan llenos de memoria y con un paisaje tan argentino. La estación no quedaba lejos. Fuimos en taxi, pero no pudimos conseguir pasaje porque era fin de semana largo y los lugares estaban todos cubiertos. Tendríamos que permanecer un par de días más en Chivilcoy. Era la oportunidad para profundizar y ampliar nuestra búsqueda del paso de Cortázar por esa ciudad. El taxista que nos trajo de regreso al hotel nos habló de otros nombres ilustres que habitan la historia chivilcoyana: Juan Duarte, el padre de Evita que se mató en su automóvil en enero de 1926 en una de las avenidas que transitamos, y los Grisolía, la familia de Estela Grisolía, la mujer legal de Juan Duarte quien tenía una familia paralela en Los Toldos, familia formada por Juana Ibarguren y sus cinco hijos: Blanca, Erminda, Elisa, Juancito y María Eva, la futura Eva Perón.
Hacía tiempo que investigábamos sobre los pasos del autor de Rayuela en la Argentina mucho antes de que eligiera radicarse y escribir en Europa. Habíamos descubierto una serie de datos en Salta que hacían referencia al origen de su padre, Julio José Cortázar, nacido precisamente en la ciudad de Salta, hijo de una distinguida señora de la alta sociedad, doña Carmen Arias Rengel y Tejada, descendiente de maestres de campo y adelantados de la época de la fundación de la ciudad por Hernando de Lerma y con lazos familiares muy importantes con el Virreinato del Perú en Lima, y un inmigrante vasco, Pedro Valentín Cortázar Mendioroz. La familia de doña Carmen Arias no vio con agrado el matrimonio de la hija dilecta con un recién venido; pero don Pedro logró un lugar importante en la ciudad, fue director del Banco Hipotecario de la Nación y fundó la Sociedad Española de Salta, además fue albacea de adinerados propietarios de Buenos Aires. (…) El primer Arias Rengel de la genealogía que se conoce es Francisco Borja Arias Rengel y Hidalgo Montemayor casado con Petrona Escobar Castellanos y Arias Velázquez. El árbol genealógico de Cortázar enraíza con esos antiguos nombres del virreinato, con esa América mestiza e hispánica, donde hablan, junto a los conquistadores, indios y negros, un linaje profundamente latinoamericano que Julio trató de borrar. Sin embargo, a veces, evoca estos apellidos como lo hace con la protagonista del cuento “Lejana”, la señora Alina Reyes de Aráoz (¿casualidad, causalidad?, diría el maestro Ernesto Sábato que precisamente designa a la antepasada de Alejandra Vida Olmos, la protagonista de Sobre héroes y tumbas como la ilustre señora Trinidad Arias, de Salta).
Los dos días que prolongaron nuestra estadía sirvieron para visitar la Plazoleta Julio Cortázar y la famosa Escuela Normal “Domingo Faustino Sarmiento”, donde Julio dio clases, sacarle fotografías y recorrer la plaza España, con sus mayólicas que representan escenas de Don Quijote de la Mancha y a la que el escritor le dedicó un bello poema o, mejor dicho, que motivó un poema de amor juvenil: Plaza España, contigo.
(…)
Habíamos leímos y releído los cuentos que Julio escribió en esos años en Chivilcoy (y ambientados allí): en ellos se describen mundos femeninos encerrados en misteriosas moradas. Las protagonistas son mujeres enigmáticas. Sí, enigma, ésa es la palabra que surge de esos sombríos escenarios. Sus títulos: “Llama el teléfono, Delia”, “Bruja”, “Distante espejo” y el más famoso: “Casa tomada”…
En esos primeros cuentos está el mundo narrativo de Cortázar: las fobias, el doble, la casa, el hogar protector y los animalitos domésticos que se tornan siniestros, las mujeres y sus papeles de damas y, a menudo, de hechiceras; el género fantástico en suma. Después su escritura lo llevó poco a poco hacia lo social; pero lo extraño y lo maravilloso siempre se mantuvo en ella.
Pasamos por la casa de pensión donde vivió, en Pellegrini al 100, la pensión Varzilio de doña Micaela Diez, viuda de Varzilio, como se decía antes, ocupada hoy por un gremio. Pensar que desde ese lugar, Cortázar se dirigía a dar clases junto a su gran amigo Domino Zerpa, el poeta jujeño que también era profesor de Literatura. Y aquí nos encontramos con el otro protagonista de esta historia: Domingo Zerpa que llegó al mundo en 1909 en ese paraje virgiliano que es Runtuyoc, cerca de Abra Pampa en la provincia de Jujuy y que murió a los 90 años, en 1999, muchos años después que su amigo Cortázar… Runtuyoc, quechua, laguna milenaria, Runtuyoc. Nómbralo, Domingo Zerpa, desde tu lado latino, nombra al indio Runtuyoc. No escuchamos sonido más bello entonces, en medio de las flores amarillas del puya- puyas y subimos por las cornisas hasta el cielo, Runtuyoc.
Y al pronunciar Runtuyoc nos acordamos de José María Arguedas, de aquella amarga disputa que sostuviera con Cortázar entre 1967 y 1969. Arguedas se suicidó de un tiro en la sien a fines del 69. Eso amargó mucho a Cortázar. Ya volveremos sobre ello. Por ahora, Runtuyoc.
Las casas de Chivilcoy. Vimos varias. Bajamos por Rivadavia a buscar la casa de “Distante espejo”, la residencia de Emilia, la maternal señora del cuento, un chalet un tanto alejado de la pensión de doña Micaela, a quien no deja de evocar el narrador-personaje, un profesor hundido en el tedio y la rutina pueblerina, una especie de Dorian Gray que dejará su marca en ambos lugares, la pensión de doña Micaela y la casa de doña Emilia, en un rapto de inconsciencia. ¿Deliro, alucinación? El sujeto diluido en un narrador que dubita pero que constata la realidad: las letras iniciales que ha grabado en los muebles de ambas residencias, marca de lo real, de algo que no se puede nombrar. La duda esencial de lo fantástico se diluye. Lo maravilloso entonces no deja lugar a la duda: “eso” ha ocurrido.
Vimos varios chalets, ese estilo tan común en las ciudades argentinas, construcciones con bohardillas, zaguanes, vitrales y columnas revestidas en mármol o mayólicas que connotan desahogo económico y gusto burgués. ¿Cuál de esas casas había sido la elegida como escenario del cuento? ¿Y la otra, el palacio de Paula, la protagonista de “Bruja”, la joven capaz de crear una casa con su propio deseo, con la fuerza de su mente, capaz de dar vida a una muñeca y crear a un verdadero amante, Esteban ( ¿Esteban Dédalus?). Claro, Paula era mujer, y, a diferencia del rabino del “Golem” o los sacerdotes de “Las ruinas circulares” de Borges, es considerada por los vecinos de Chivilcoy como una despreciable bruja, una hechicera peligrosa y condenable, que dejará este mundo luego de dar forma a sus deseos, a los veinticinco años (¿la edad de Cortázar cuando escribió el relato?), porque está sentenciada desde su nacimiento, irá al infierno o bogará condenada porque debe ir a la hoguera como todas las brujas. Pero el haber llegado a ese mapa concreto, haber pisado las veredas, calles y plazas que nos había trazado Julio desde sus ficciones, nos llenaba de expectativas y nos descubría una vez más un centro, un núcleo de gravedad: la literatura.
En uno de los cafés frente de la plaza de Chivilcoy, nos encontramos con Mariel y Ramiro, nuestros editores y les contamos lo que acabábamos de hacer. Ellos se maravillaron. Charlamos, nos reímos y nos despedimos con una promesa: escribir lo que esos queridos fantasmas nos demandaban.
*Premio Casa de las Américas de Cuba de Novela, 1993. Chivilcoy, Buenos Aires, Editorial El Mono Armado, 2022.