Hace ya algunas décadas, cuando hacía mis primeras armas como cronista, me mandaron a hacerle una nota a Carlos Carella. En ese momento, inicios del menemismo, el notable actor y director (fallecido en 1997) protagonizaba una obra en el teatro del Sindicato de Empleados de Comercio, sobre la calle Bartolomé Mitre, a metros de la Avenida 9 de Julio.
Antes de empezar a grabar la entrevista -con un grabador que tenía más o menos el tamaño de un zapato-, tomamos un café y empezamos a hablar de fútbol en un bar de la 9 de Julio. Carella, fana de Argentinos Juniors, se entusiasmó cuando le conté que era hincha de All Boys. Y recordó varios partidos de ese clásico bien porteño que había visto en su juventud.
Tras unos minutos de charla, puse récord y empezamos la entrevista. Mis preguntas apuntaban a la obra -ya no recuerdo cuál era- que estaba protagonizando Carella, pero él siempre se me iba para el lado de la política, el capitalismo y el imperialismo. El reportaje era un tire y afloje para encauzar una nota que pretendía ser para la Sección Espectáculos de un diario del Interior.
Entre pregunta y pregunta, entre la cultura y la política, cuando el material sobre la obra de teatro ya me alcanzaba para la nota principal, Carella se explayó libremente sobre los inicio del menemismo. Sus afirmaciones daban para armar un buen recuadro, porque Carella tiraba con munición pesada en aquella época de “cirugía mayor sin anestesia”, “ramal que para ramal que cierra” y privatizaciones de todos los bienes del Estado que pudieran generar buenos dividendos para los privados.
Casi al final de la nota, hubo una frase de Carella que me descolocó. “Cuando las potencias ya no tengan oxigeno que se pueda respirar y se queden sin agua van a venir por lo nuestro”, dijo, palabras más palabras menos. “¿Me está hablando en solfa, me está cargando?”, dudé.
En la mesa del bar, nos acompañaba un veterano fotógrafo con el que siempre salíamos de nota, quien asentía con la cabeza cada palabra de Carella. El fotógrafo, que ya había retratado varias veces al actor, era un tipo muy particular, que solía intervenir en los reportajes: daba su opinión y hasta se peleaba con el entrevistado cuando no le gustaba lo que escuchaba. Siempre le pedíamos -era casi un ruego- que se restringiera a hacer fotos.
En esa entrevista no hubo necesidad de hacerle señas para que no interviniera. Y hasta pasó algo poco habitual: salió contento de la nota, como si se hubiese reconciliado con su oficio.
Llegué a la Redacción de la Corresponsalía y me puse a escribir la nota. No puedo recordar si finalmente incluí en el recuadro político todo lo que decía Carella sobre las potencias mundiales y el asunto del agua y el aire.
Hace varios días que, como una moviola, las frases del actor y su imagen en un diminuto y oscuro bar se repiten una y otra vez en mi memoria, disparadas por los seudogauchos y matones de Lewis impidiendo con total impunidad el acceso a Lago Escondido y con el rumor cada vez más fuerte de que se estarían por alambrar tres lagunas de altura y nieves perennes que alimentan las nacientes del Río Chubut, también en la provincia de Río Negro.
No, Carella no hablaba en solfa. Sabía muy bien como seguía la película.