Holy Spider

Suecia/Dinamarca/Francia/Alemania/Jordania/Italia, 2022

Dirección: Ali Abbasi.

Guión: Ali Abbasi, Afshin Kamran Bahrami, Jonas Wagner.

Música: Martin Dirkov.

Fotografía: Nadim Carlsen.

Montaje: Olivia Neergaard-Holm, Hayedeh Safiyari.

Intérpretes: Zar Amir-Ebrahimi, Mehdi Bajestani, Arash Ashtiani, Forouzan Jamshidnejad, Sina Parvaneh, Nima Akbarpour.

Distribuidora: Zeta Films.

Duración: 118 minutos.

8 (ocho) puntos.

De un pulso narrativo que mejora con cada película –cada una con la atención puesta en los géneros–, el iraní Ali Abbasi cruza líneas fronterizas entre el thriller, el terror y el cine negro. Holy Spider agrega un paso más, de factura notable, al entramado que ya conformaban sus dos anteriores largometrajes –Shelley (2016) y Border (2018)–, extraños y sugestivos. A esa lista de géneros habrá que agregar también la ficción distópica –o como quiera llamársele–, ya que su nómina de trabajos incluye un par de episodios (aún no emitidos) para la serie de HBO The Last of Us.

En Holy Spider, Abasi plantea un policial de factura sólida, ambientado en la ciudad iraní de Mashhad, a partir de una periodista de Teherán que arriba con el fin de investigar una serie de femicidios, cuya retahíla el autor asume bajo el alias “Araña Sagrada”. Las víctimas son prostitutas, y el asesino un fanático religioso que lleva la prédica de la santa palabra a la acción: por las noches, a bordo de una moto, convence a prostitutas y las mata. Fiel a una doble cara que cuida de modo obsesivo, el padre de familia cumple con sus obligaciones cotidianas y también con las de su fanatismo, a partir de un alias nocturno.

Hay una base real para el argumento –a partir de hechos ocurridos en esa ciudad entre 2000 y 2001, cuando 16 prostitutas fueron asesinadas por un mismo hombre–, que Holy Spider lleva al extremo en su relato, conforme a los tópicos del género que elige; en este caso, el noir, y en un ámbito geográfico que acciona de manera particular. La ciudad de Mashhad -recreada en locaciones de Jordania– se vuelve permeable a la manera con la que el género cimentó su razón de ser en las grandes urbes, capaces de esconder la doble moral ciudadana bajo una organización legal y policial que acciona como mascarada.

Allí llega Arezoo (Zar Amir Ebrahimi, premiada en Cannes por su actuación), periodista atraída por estos hechos que los medios citadinos ubican de manera sensacionalista en las portadas. Descubre, en principio, dos cuestiones: que el periodista con quien habrá de colaborar recibe llamados del mismo asesino, a la manera de Jack The Ripper; y que la policía hace como que hace algo. Al momento de confrontar con el oficial a cargo de la investigación, le espeta lo obvio: “Los muertos se amontonan, ¿y no tienen ninguna pista?”. Lo dicho bien puede funcionar, y lo hace, para dar cuenta de la inacción institucional y del machismo larvado que el film denuncia; pero también, si se quiere, basta con traer la línea de diálogo a tierras rosarinas y aplicarla al contexto general. ¡Funciona!

Por ende, las pesquisas de la periodista habrán de ser solo suyas si lo que quiere es llegar a descubrir algo. Desde la puesta en escena, no será preocupación del espectador dar con la identidad del asesino, ésta se devela de inmediato; no se trata de un whodunnit sino de un relato dual, en donde anverso y reverso forman parte de una misma unidad. Esa unidad es la ciudad, entramado laberíntico que esconde recovecos. Entre sus calles se cuece un caldo que los habitantes comparten entre trabajo, familia, religión, leyes y trampas. De esta manera, los crímenes surten un efecto ambiguo: por un lado, son pasto que da de comer al amarillismo y sus fieras lectoras/espectadoras; por otro, son expresión del desdén hacia las víctimas, por mujeres y por prostitutas. El asesino, en este sentido, está a un paso de ser un héroe, convencido como está de purgar el daño que las prostitutas y drogadictos significan para la sociedad.

Cuando la película pueda ligar y hacer comulgar las dos líneas del relato el film de Abbasi se vuelve, inteligentemente, un drama judicial –otra vez el cruce de géneros por parte del director–; ya en este territorio, los recursos relacionados con el thriller y el policial quedarán desplazados, en beneficio de la dinámica legal y sus pasilleos. Si la primera parte del film dejaba entrever machismo y fanatismo religioso en los hechos suscitados por la investigación de Arezoo, éstos pasan ahora a ser aún más explícitos en el comportamiento ciudadano y en las maneras obligadas de los funcionarios, impelidos como están por la situación.

Es por eso que Holy Spider guarda una resolución irónica. La película de Abbasi puede dar respuesta al nudo criminal con el que juega su intriga y peripecias; esa es toda una porción de la película, correctamente resuelta. Pero también sabe provocar un desenlace de tono agrio, que articula justicia con conveniencia institucional, a la par de un humor social al que basta incentivar un poco para que no sólo justifique, como lo hace, el accionar del asesino sino que también lo replique. Aquí hay un acento puntual, que Abbasi subraya en la relación del asesino con su propio hijo, pero a través de la mirada de su protagonista, verdadera heroína del relato.