“Un disco de música autoral con una fuerte impronta sudamericana, que aborda el jazz, el tango, el folklore”. Así define Pablo Murgier a Gare Du Sud, su nuevo álbum. Grabado en Francia, donde el pianista y compositor vive y trabaja desde hace varios años, el disco cuenta la participación de Minino Garay en batería, Simone Tolomeo en bandoneón y Romain Lecuyer en contrabajo. Murger presentará la música de Garde du Sud el miércoles 15 a las 20 en Bebop Club (Uriarte 1658), con un ensamble en el que Minino Garay será el puente entre la Argentina y Europa –donde el percusionista cordobés vive hace más de 30 años– y estarán como invitados Jona Schenone en contrabajo, Karl Espegard en violín, Damián Foretic en bandoneón y Matías Olmedo en guitarra.

“Con la formación de este disco pude terminar de encastrar muchas cosas a nivel compositivo y estético. Gare du Sud es un trabajo que tiende un puente entre mis orígenes y mi vida actual en Francia, y busca cuestionar fronteras identitarias y de géneros musicales”, asegura Murgier. “En los últimos años toqué mucho tango y folklore, y mantengo varios proyectos alrededor de esas músicas. Necesitaba tener un grupo que se diferenciara de esa línea para poder ir hacia otros lugares. Y puntualmente, necesitaba volver a tocar con batería”, agrega el pianista, que encontró en Garay un aliado inspiradísimo para terminar de dar a su música un aura que la defienda.

-¿Qué espacio le dejás como compositor al trabajo de los intérpretes?

-Creo que en la música de abordaje popular, una parte importantísima del trabajo del intérprete es entender quién escribió la partitura y para qué lo hizo. De la misma forma, desde el punto de vista del compositor, es vital saber para quién estamos escribiendo. En general trato, siempre que se pueda, pensar en el instrumento y la persona que lo va a tocar. Algo que buscamos en este disco fue la posibilidad como intérpretes de entrar y salir de la partitura, y tratar de que todos estén puestos en valor de alguna manera. Que el grupo se imponga por momentos a la composición. En ese sentido, la improvisación está utilizada más como una distensión del lenguaje que como un ritual jazzístico.

-¿Cómo escuchás este nuevo disco en relación a tus trabajos anteriores?

-Lo escucho más maduro y eso es lógico, porque algo siempre se va aprendiendo en el camino. Debo reconocer que un curso que pude tomar a distancia con Diego Schissi durante la pandemia me generó muchos hallazgos internos e ideas disparadoras en relación a esto.

A trabajos de su ensamble como Muy lejos (2017) y el EP Reflets (2020), en el último año Murgier sumó el resultado discográfico de los distintos proyectos con los que trabaja en la actualidad: No Tags, con el Azimut Project, un cuarteto de tango contemporáneo, y Evidencia, un dúo en el que con la cantante Ana Karina Rossi explora el universo de la canción. “Creo que no es bueno tener proyectos que compitan entre sí", señala Murgier. Obviamente, sigo siendo la misma persona en cada uno de ellos, aunque en roles diversas. Pero tengo la sensación de que con mi ensamble y en particular con Gare Du Sud pude encontrar una voz más auténtica, como que puedo olvidarme olvidarme por un momento de dar examen al tango, al folklore, a la música clásica, a la canción, y simplemente dejarme llevar por lo que la musicalidad me pida”, agrega.

En el impulso tanguero del tema que da nombre al nuevo disco, se abre un repertorio que enseguida se abre a la variedad bien temperada, entre el fervor gismontiano de “Domingo”, el aire de milonga de “La bergerie de Malassis”, el personal funky de “La grêle” y la juguetona “Chanson Cachette”, –el único tema cantado del disco, en la voz de Vanina de Franco–, y “2 Rue Corneille” y “Meliquina”, dos inspirados aires de Zamba,.

-¿De qué manera influye Francia en tu vida de compositor?

-Uno compone a través de sus experiencias, y en el bien y en el mal la realidad de mi vida en Francia es muy distinta a la que tenía en la Argentina. Eso tiene un impacto directo sobre la música. El componente de la distancia me hizo ver las cosas de otra manera y podría decir que cambió mi percepción de aquello a lo que llamamos música nacional. Me gustaría que mi música no se escuche como el trabajo de un "compositor argentino en Francia" y ser un músico que está aportando algo nuevo, independientemente de la proveniencia.

-De todas maneras, en la obra de muchos músicos argentinos que eligieron vivir y trabajar afuera existe lo que podríamos llamar un “sonido de la diáspora”, que licua las varias tradiciones...

-Es cierto que viviendo en un país donde pocos saben lo que es una chacarera hay menos juzgamiento y por ende más libertad, pero también creo que es una cuestión más generacional que territorial: es lógico que en un mundo globalizado tengas a Bowie, Coltrane y Salgan en la misma oreja, y es normal que la data tenga que salir por algún lado. Creo que se da una especie de liberación de la gramática del género y un uso de ese patrimonio cultural como pinceladas para hacer otras cosas, que se perciben de la misma forma en el acento cuando hablamos una lengua extranjera. Lo que importa es el contenido de lo que decimos y no el acento en sí mismo.

-Hay una línea muy fina que distingue acento de contenido…

-Es un tema delicado, porque para muchos puede rozar la expropiación cultural o el pastiche, dicho en criollo, y efectivamente la línea puede ser muy fina a veces. Son riesgos que es necesario asumir, y creo que lo que importa es la validación de cada uno frente al respeto y el amor por esas músicas en estado puro como punto de partida, algo que pude aprender gracias a las lecciones de Hilda Herrera. No podemos mezclar un género que no dominamos y esa fusión tiene que responder a una necesidad expresiva sincera. Por otro lado, el hecho de ser receptivo a distintos tipos de músicas y de respetarlas en sus diferencias nos vuelve más humanos, y creo que el cuestionamiento de ciertas fronteras también es un camino para llegar a la sensibilidad de uno mismo y de los demás.