“Contá la historia de la gente como si cantaras en el medio de un camino (…) Simplemente cantá con todo tu corazón: que nadie recuerde tu nombre sino esa vieja y sencilla historia”. 

Haroldo Conti

 

Editado en el año 2019 por la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, el libro “La memoria no es un cuento, cuentos sobre la memoria para no contar de memoria” es la realización del proyecto del mismo nombre, el cual se elaboró para el ciclo superior de las escuelas primarias de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Dicho proyecto fue pensado por los directores de los Espacios para la Memoria y la Promoción de los Derechos Humanos de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) en el marco del Programa Educación y Memoria del Ministerio de Derechos Humanos de la Nación.

Pensar en cómo elaborar un proyecto creativo que tuviera que ver con la Memoria, la Verdad y la Justicia, en plena avanzada de la ideología negacionista de la última dictadura liderada por referentes de Juntos por el Cambio, no fue para nada fácil.

Los Espacios para la Memoria tienen programadas visitas escolares a los Centros Clandestinos de Detención de Personas durante la última dictadura cívico-militar en la Argentina y sobre esas visitas los docentes piden trabajos prácticos.

Pensar en trabajos libres y creativos sobre esas visitas y esa información dada a partir de ellas, o sobre la información vertida en los actos del 24 de marzo como si fuera una efeméride más, tampoco fue fácil.

Se le dio forma de un certamen literario, sin ningún tipo de requisito formal, tan sólo con la consigna de pensar en escribir sobre la memoria para los niños y niñas (púberes o adolescentes ellos) que estaban cursando los 6° y 7° grados de las escuelas primarias de la Ciudad. La participación fue voluntaria firmando los trabajos con seudónimo o con nombre propio, podían ser trabajos grupales o individuales. Fueron orientados por los docentes y el producto de ese certamen literario son los textos que componen este maravilloso libro.

Algunos textos son muy breves, otros más largos, al final de cada uno está el nombre de los autores o el autor, el docente a cargo y la escuela a la que pertenecen.

Casi todos los relatos cuentan desapariciones, secuestros, torturas y muertes, hay muchos relatos sobre búsquedas de familiares, muchos chicos se ponen en la piel de chicos de su misma edad y ficcionan que son ellos mismos los que atravesaron aquellas épocas (del ‘76 al ‘83), aparecen temas como la censura, la guerra de Malvinas, los sobrevivientes de los centros clandestinos, los hijos apropiados, los encuentros en la plaza con las Madres, los hijos que se enteran que sus padres son colaboradores o integrantes de grupos de tareas del régimen militar, etc.

Me sorprendió la calidad de los textos, la cantidad de lo producido, la sintonía en trabajos grupales que “suenan” a una sola voz, una voz unívoca que es la que está contando, sin desprolijidades, golpes demasiado bajos ni descripciones morbosas.

Hubo trabajos como “Ellos”, de Rafael, que si bien es un solo párrafo el que narra, la historia es tan breve y potente que al finalizarla ya no queda más nada para decir. Usa la estrategia del pronombre de la tercera persona del plural, amedrenta: nombra a los genocidas sin nombrarlos, sólo con el pronombre ellos (cualquier lector entiende de quiénes está hablando).

Relatos como “La semilla”, de Tomás y Camilo; “El pueblo sin memoria”, de Sofía; “El árbol”, de Joaquín Altamirano y Jazmín Sánchez Claret sorprenden no sólo por el contenido simbólico de los mismos sino por la riqueza literaria y, a la vez, la contundencia de los contenidos vertidos. Historias como “Nomeolvides”, de Lina Ziccarello, demuestran un arduo trabajo de diálogos, familias desmembradas que a través de la dictadura fueron encontrándose y desencontrándose, en historias de exilios, mudanzas, secuestros y muertes. El texto “Delfín”, de Isabella Medina Marapreg y Serena Pousadela Panizza, si bien tiene un alto contenido simbólico (hace una analogía con los militares como tiburones y los delfines como los militantes políticos) cierra con una frase que nos trae de golpe y porrazos a una realidad terrorista (“a mi mamá Delfina se la llevaron”). El cuento “silencio”, de Uma Castellani, Julieta Khabic, Erna Akerman y Renata Caldelas Goldstein, es mucho más que emblemático, remite al “no te metás” y a los profundos silencios de la época que sucedían a las desapariciones y secuestros de personas. También remite a la valentía de las Madres y Abuelas que jamás callaron.

El libro cierra con una canción sobre la identidad.

Cité algunas de las historias que más atención me llamaron, todas son muy valiosas considerando que fueron escritas por chicos de entre 12 y 13 años, estudiantes de los últimos grados de las escuelas primarias.

Aparecen como tramas que articulan todos los textos los conceptos de identidad, memoria, olvido, familia, secuestro, tortura, desaparición, vuelos de la muerte, exilio, estos conceptos se sostienen e insisten a lo largo de todo el recorrido de este libro.

Es una suerte de puzzle que se va armando muy de a poquito; desde distintos lugares, desde distintos autores, desde distintas y diferentes escuelas, y, también, desde diversos y diferentes docentes, en donde el esqueleto de toda la trama se articula maravillosamente bien, todas las piezas encajan de tal manera que logran armar un libro sensato, coherente, realista, verídico sobre los años del terror en la Argentina, años que estos chicos no conocieron, salvo, en algunos casos, por las historias de sus propias familias de origen.

Los trabajos sobre la identidad, la no-violencia, la memoria, la verdad y la justicia, son los ejes que atraviesan todo lo producido en estos textos; textos que hacen a estos niños conocer nuestro país, nombrar su historia y sus injusticias, volver a poner en escena el infierno tan temido por el que atravesamos los que ya peinamos mucho más que canas y por el que nunca, jamás de los jamases, deberíamos volver a transitar…