Steve McCurry habla sin apuro. Piensa cada palabras, como si cinco décadas de trabajo de campo como fotógrafo no le hubieran dado muchas certezas, como si sus imágenes no hubieran dado la vuelta al mundo mil veces. Como alguien que, sorprendentemente, aún tiene mucho por ver. Del otro lado de la pantalla se dispone a charlar sobre Icons (“Íconos”) la exposición que inaugura este miércoles 15 en el Pabellón Frers de La Rural y que se podrá visitar de martes a viernes de 14 a 21 y los sábados, domingos y feriados de 12 a 21. La retrospectiva incluye más de cien imágenes, presentadas en gran formato, de las tomas más importantes del fotógrafo norteamericano, incluyendo el insoslayable retrato a la niña afgana Sharbat Gula, que fue portada de la revista National Geographic en 1985 y le valió su reconocimiento internacional. La exhibición cuenta con la curaduría de Biba Giacchet a partir de fotografías que van desde Afganistán a la India, del sudeste asiático a África, de Cuba a Estados Unidos y de Brasil a Italia. Además, habrá algunos videos sobre sus viajes, sus aventuras y su profesión, que revelan algunas de las claves de su vida como fotógrafo, y explican cómo se captaron las imágenes y quiénes son las personas retratadas en ellas.
-¿Cómo concibió Icons?
-Fue una oportunidad de peinar mi trabajo, de revisarlo entero. En general se encarga otra persona, pero este es una suerte de diario, de mirada atrás al trabajo fotográfico de mi vida, de qué hice en este planeta en el que vivimos, qué cosas capturaron mi ojo, de qué cosas quise tener cerca y en qué situaciones me metí. Eso es esta exhibición. Soy sólo un fotógrafo y mi experiencia la hice en momentos muy interesantes de la historia, que ahora parecen haberse alejado. Supongo que estamos continuamente cambiando y evolucionando, pero desde que empecé hasta hoy hay muchas diferencias.
-Uno diría que la vieja maldición china “ojalá vivas tiempos interesantes” fue una bendición para usted.
-¡Sí! El siglo XX tuvo muchos tiempos interesantes. Pero hay algo de este momento que no me convence y es que el mundo se está volviendo más homogéneo culturalmente. La gente está perdiendo su identidad y se está volviendo más “global”. Nos vestimos parecido, nuestras arquitecturas, música, tansporte, qué comemos: se está volviendo todo mucho más parecido. Es una pena, porque las diferencias regionales eran maravillosas. En muchos sentidos, algunas de esas cosas se perdieron para siempre. Es lo que es, el simple progreso. Es imposible de detener. La ventaja es que solemos estar mejor educados, pero muchas cualidades culturales desaparecen.
-Retrató muchas épocas y lugares, pero resulta curioso que siempre dijo que no le interesaba el periodismo, aunque trabajó en un diario.
-¡Eso fue en 1975 (se ríe)! También lavé platos en varios restaurantes cuando era adolescente. Cuando empecé con la fotografía, el modo de meterme en eso era trabajar en un diario. Pero muy rápido me di cuenta que no era lo que quería hacer. Tenía una utilidad, un propósito. Lavar platos me sirvió en un momento, pero no quería hacer eso siempre, ¿no?
-También dice que es la gente la que le pone sentido a sus fotos...
-Sí, pero creo que eso pasa con toda la fotografía. Está bueno poder ver una pintura o una fotografía e imaginar algo, dejar que la imaginación cree algo. Es bueno.
-Saber que la gente hacía eso con sus imágenes, ¿lo hacía pensar distinto su trabajo?
-En realidad, no. Cuando fotografío, pienso en qué está pasando. Muchas veces es más intuitivo. No pienso tan profundamente. Disparar la cámara se convierte más en un sentimiento, en algo que puedo reconocer cuando está sucediendo.
-En muchos de sus retratos, la gente mira directo a la cámara. ¿Por qué?
-Me parece que el modo más lógico de ver a alguien es mirarlo a la cara. Hacer contacto visual. No sé, para mí es el modo que tiene más sentido. Yo quiero tener ese contacto, mirar a los ojos. Ahí está la cosa, creo.
-Más allá de Afghan Girl, ¿qué fotos de esta muestra aprecia más?
-¡Todas! Cada una tiene una historia, cosas que me significan algo. Hay cosas sobre la vida, la muerte, la belleza. A veces la vida está llena de decepciones, corazones rotos, lamentos, pero también alegría, lucha. Es un torbellino de emociones, de cosas que probamos al vivir. En esta búsqueda, entendiendo que la vida es difícil, tratamos de sacar lo mejor de ella si lo aceptamos. Y creo que mis fotografías tienen distintas emociones, así que es difícil elegir algunas porque todas para mí cuentan diferentes historias que me son importantes.
-¿Y la de la afgana, en particular?
-Es una foto que demuestra resilencia, determinación, es sobre la dignidad. Es de alguien pobre, en este caso además es una mujer, pero a pesar de todas sus dificultades todavía puede sostener en alto su cabeza y mostrarse determinada. Tiene esta actitud, esta dignidad. Creo que captó la idea de que no importa qué te tire la vida, podés sobrevivir.
-Tanto tiempo de trabajo, ¿cómo mantuvo la energía?
-Hace falta un monto de pasión y determinación. Creo que si hacés lo que amás y simplemente seguís ese camino, te energiza el mismo trabajo. Entonces ansiás ir a trabajar a la mañana siguiente. No es que vas a la oficina a aburrirte. Y la inspiración tiene que encontrarte en el campo. No podés no salir a trabajar porque no estás inspirado. Llueva, nieve, incluso si te sentís medio mal, vas a trabajar. No si te sentís muy mal de verdad, porque hay que saber cuidarse, hay que ser inteligente. Pero a veces tenés que trabajar y atravesar todo eso.
-¿Se plantea algún balance después de tantas décadas de trabajo?
-No sé. Creo que no cambiaría nada de lo que hice, aunque a veces uno piense que podría haberlo hecho mejor. Pero vi el mundo, viajé y esas son las fotos que tomé, ¿no? Me siento bien con eso.