Desde Barcelona
UNO Hace ahora un siglo --según la cuidadosa cronología que redactó el gran Peter Straub para su merecido volumen en la Library of America-- Howard Phillips Lovecraft enviaba a la revista Weird Tales los relatos "The Statement of Randolph Carter" y "Dagon". El primero es el favorito de Rodríguez entre los suyos. "Dagon" (ya publicado pero desapercibido en 1919, The Vagrant no era tan popular como Weird Tales), pesa más en la obra del escritor, porque preanuncia la cosmogonía de Cthulhu & Co.
Y desde 1919 y hasta 1934 --cuando su autor se lo "ofrece al señor R. H. Barlow en gratitud por aquel manuscrito y la admirable y pulcra mecanografía de su diestra mano"-- son los años que van del aprendizaje a la maestría. Y el tiempo en el que Lovecraft llevó un commonplace book compilador de frases sueltas, tramas a atar, teorías a practicar "anotadas a vuelo de pluma para su posible futuro uso en ficciones de misterio... Sus fuentes son diversas: sueños, lecturas, encuentros casuales, divagaciones, etcétera".
Y ese pequeño pero inmenso libro es el que acaba de editar Periférica con el título de Cuaderno de ideas y que Rodríguez empieza a hojear/ojear, casualmente, en una librería y lee hasta el final. Y, una vez leído, va hasta la caja y paga y sale de allí, con el librito en el bolsillo, temblando sólo porque hace frío, o eso quiere pensar Rodríguez.
DOS Y Rodríguez también piensa que Lovecraft siempre vuelve porque uno nunca se va del todo de Lovecraft. Siempre está allí: como apellido o adjetivo de adjetivador maníaco; susurrando en el umbral de toda biblioteca presente o como un sombra sobre las paredes de bibliotecas del pasado. Pocos escritores tan influyentes como él. Y así Rodríguez lo leyó mucho durante su adolescencia. Pero llegó a él, intrigado, recién después de "There Are More Things": un "lamentable fruto" y "relato póstumo" de a quien Jorge Luis Borges (que también podía equivocarse) define como a "parodista involuntario de Poe" (no es cierto: aunque su Dyer evoque al "Tekeli-li" de los pájaros australes de Gordon Pym). Y Borges dijo que lo escribió porque "el destino que, según es fama, es inescrutable, no me dejó en paz hasta haberlo que lo perpetré". Pero hay otra explicación: Lovecraft hizo lovecraftiano a Borges y le obligó a escribirlo. Y a Rodríguez el cuento de uno sobre lo del otro le gustó mucho. Y nunca olvidó su última oración: "La curiosidad pudo más que el miedo y no cerré los ojos". Y así Borges fue el autor de la curiosidad que a Rodríguez le abrió los ojos a Lovecraft.
TRES Y de tanto en tanto Rodríguez se reencuentra --nunca del todo providencialmente-- no sólo con él sino con numerosos discípulos que, borgeanamente, lo alteran desde el presente de estos al pasado de aquel recreando a aquel que los creó. Así, Rodríguez leyó varias biografías (De Camp, Joshi, Houellebecq) y miró fijo cada viñeta de mutación comic por Alberto Breccia. Y vio películas que lo invocan y a menudo lo degradan (a Rodríguez le gustó mucho esa reciente con Nicolas Cage) y captó alusión en True Detective (con mención a Ambroce Bierce, desde su ya lovecraftiana Carcosa antes de Lovecraft). Y volvió a reencontrarlo en Mr. X y A Dark Matter del ya mencionado Straub y en más de un relato de Stephen King (y en las resonancias de la lingua vampírica de su Doctor Sueño). Y en lo de Kiernan y Lavalle y Ruff y Grossman y en esa extraña novela biográfica que es The Night Ocean de Paul La Farge. Pero una cosa queda clara, una cosa sigue siendo tan oscura. Nadie que vino después puede escapar al influjo de lo que llegó antes y de quien --al poco tiempo de surgir Dagon de las profundidades-- invoca a Cthulhu nuestro que estás en otras dimensiones, maldecido sea tu nombre, vénganos a tu morada más allá de las estrellas o en las fosas oceánicas. Toda una misantrópica religión basada en horror hacia todo "lo de afuera" y el reino de deidad tentacular y gelatinosa que no ha dejado de expandirse y ha probado ser tan poderosa como las dinastías que Faulkner imaginó para su igualmente difícil de pronunciar condado de Yoknapatawpha.
CUATRO Pero volviendo a lo del principio, a lo que sigue y no cesa, al Cuaderno de ideas. Ahí ya está buena parte de lo que vendrá en entradas telegráficas listas para salir y convertirse en cuentos donde lo arquitectónico siempre es importante. Estatuas malditas, "sonido horripilante en la oscuridad", racismo apenas disimulado, cultos secretos, catacumbas que ascienden a las estrellas, "un puente sobre aguas oscuras y viscosas", deidades ante las que no queda sino postrarse para así elevarse, templos y ruinas, "esqueletos y enseres de los componentes de una antigua expedición a la Antártida", puertas que conducen a otras dimensiones y, por supuesto, "un impulso guía al narrador hasta un libro arcano y prohibido que contiene instrucciones de paso" para "una invocación perturbadora" de una "trascendencia espantosa" y todo eso.
Pero a Rodríguez los apuntes que más intrigan y le inquietan en el Cuaderno de ideas son, paradójicamente, aquellos que en principio parecen los menos lovecraftianos y, sí, hasta perpetradores de lo borgeano antes de Borges, como "Los sueños de un hombre crean un mundo medio disparatado y de sustancia pseudo material desconocida. Otro soñador se sumerge en ese mundo a través de un sueño. Lo que encuentra. La inteligencia de los habitantes. Su dependencia del primer soñador. Lo que acontece a su muerte". Más ejemplares ejemplos: "Una habitación sellada en la que no se permite iluminación alguna. Sombra en la pared", "La migración de los lemmings. Atlántida", "Aquello que acontece entre la vibración previa a la campanada y su eco conclusivo", "Un ave parlante imperecedera revela secretos al cabo de mucho tiempo", "Un lugar donde uno ha estado. La hermosa vista de un pueblo o un valle salpicado de granjas al caer la tarde. Luego es incapaz de localizarlo, ni en la realidad ni en la memoria", "Fuegos de origen desconocido atravesando las colinas por la noche", "Planetas formados de manera invisible", "Un vampiro visita a un hombre en la morada de sus antepasados. Es su padre", "Un hombre sentado sobre el pecho de un durmiente. Por la mañana ha desaparecido, aunque se ha dejado algo...", "Un hombre que vive cerca de un cementerio. ¿Cómo sobrevive si no come comida?", "Un hombre transformado en isla o en montaña", "La mano de un cadáver escribe", "Determinismo y profecía".
Y, sí, piensa Rodríguez: determinada y profética, la mano muerta pero soñadora de Lovecraft continúa escribiendo lo que alguna vez escribió, vampiro vampirizado, padre de tantos hijos que nunca tuvo pero que siguen siendo creados cuando lo leen.
Afuera, en las calles de la locura y con cielos surcados por exóticos globos misteriosos, cae la noche y sube la oscuridad. Y Rodríguez se dice que pocas veces un hombre llevó mejor apellido porque, si se traduce love y craft se obtiene un amor al arte, oficio, trabajo. Y --no perpetra sino que honra ahora Rodríguez-- "Pequeño cuaderno de ideas que posee a lector obligándolo a volver a las ficciones de autor". Y, poseído, Rodríguez vuelve a la librería y, en trance, busca y encuentra el estante de la letra L, y entonces, tras él, se abre, imperecedera y trascendente, una insondable y perturbadora y puerta. Y la curiosidad...".