Cuando mi mamá, la Pochi, hija de trabajadora doméstica que siempre limpiaba casas ajenas y de Don Alfredo, estibador pobre del puerto rosarino, escuchaba esa voz penetrante, salía de la cocina, se arrimaba al living y no podía gambetear el llanto.
En el sótano del Servicio de Informaciones, el Auschwitz rosarino, el comandante Agustín Feced torturaba gritando: ¿¡¡¡Vos también te creíste eso de Evita revolucionaria!!!?. Y las compañeras, sucias, ensangrentadas y sobrevivientes, pensaban que sí, que Evita era revolucionaria.
En noviembre de 1960, antes de la toma del Regimiento 11, la resistencia peronista rosarina logró un dato fenomenal: sabían que el cuerpo de la compañera Evita estaba en una iglesia cercana a la triple frontera de Brasil, Paraguay y Argentina. Los trabajadores dejaron sus puestos de laburo y fueron hacia allá. Su plan era extraordinario. Traerla por el río Paraná y difundir por una radio de baja frecuencia la consigna que "Evita estaba volviendo para ser millones y concluir la revolución peronista". Tiempos en los que, de verdad, se daba la vida por Perón.
En un acto, en plenos años noventa, cuando el menemismo rubicundo invirtió la frase de Cooke y convirtió al peronismo en el hecho burgués que maldijo al país, tuvimos el privilegio de hablar en un encuentro del 26 de julio. Recordé sus frases más incendiarias y en medio del aplauso de viejos y nuevos trabajadores, vi a una viejita que con su pollera gastada, abrazaba con la ternura que solamente es posible en los brazos sencillos, un viejo cuadro de Evita con sus cabellos al viento.
Después, al encontrar que Mariano Moreno fue tratado de descamisado, rencoroso y fanático y supe del plan de la Marina de cortar en pedazos el cuerpo de Evita para enviarlo al fondo del mar, tal como lo hicieron con centenares de compañeras y compañeros revolucionarios de los años setenta, imaginé una obra de teatro, video y periodismo, llamada "Mariano Moreno y Evita en el fondo del mar", con la que recorrimos distintos lugares de la enorme geografía santafesina.
Cuando Evita habla del capitalismo y señala que la única clase de hombres es la de los trabajadores, apunta al motor de la historia humana.
Cuando Evita denuncia al imperialismo y sus socios internos, devela parte del drama argentino, en el que las riquezas propias son concentradas y extranjerizadas.
Cuando Evita advierte tenerle más miedo al espíritu oligárquico que vive dentro de muchos dirigentes, está mostrando la larga lista de burócratas que en nombre del peronismo degradaron el mandato de la marchita y eligieron compartir del capital y no combatirlo nunca.
A 65 años de su muerte, Evita es una bandera que excede lo que queda de aquel partido justicialista y se mete, de lleno, en las necesidades de los que son más en estos arrabales del mundo.
Por eso, con respeto y humildad, este recuerdo y una simple reflexión: no volvamos a matar a Evita revolucionaria.
*Precandidato a Diputado Nacional por el Frente Social y Popular de Santa Fe.