El domingo 9 de julio el programa de Jorge Lanata Periodismo para Todos emitió una entrevista a un menor, supuesto delincuente, apodado El Polaquito, en Villa Caraza, Lanús. En el tape se podía ver la imagen de un niño pixelada (aunque no lo suficiente como para no reconocerlo), que frente a cámara contaba detalles de cómo delinquía. En otras ocasiones el conductor había mostrado su predilección por exponer niños, como en 2002 cuando su programa mostró a Barbarita, una nena tucumana, llorando porque hacía dos días que no comía.
El caso del Polaquito cobró notoriedad pública por diferentes razones. Por un lado por la evidente vulnerabilización a la que se expuso a un menor, usando su imagen, sin distorsionar su voz e incluso utilizando su apodo real, es decir que cualquier vecino del barrio podía fácilmente reconocerlo. En segundo lugar, y esto es aún más grave, el menor en cuestión resultó ser un niño con problemas psiquiátricos, que estuvo medicado, con serios problemas de conducta y expulsado de diversos colegios. De hecho, su madre denunció el hecho ante la justicia y escribió una carta estremecedora en el medio popular La Garganta Poderosa.
Es indiscutible la grave violación a los derechos del niño y la utilización del mismo con fines políticos (posicionar en agenda el debate por la baja de imputabilidad). El Polaquito robó alguna vez, es adicto, pero no es un asesino. Fabuló una historia, hiló relatos que escucha a diario, actuó de pibe chorro. Y ahí estaban las cámaras que de casualidad se cruzaron con el niño que también casualmente quería relatar su historia de violencia juvenil, autorepresentándose como un pibe chorro híper real, como define el investigador Esteban Rodríguez Alzueta.
Pero más allá de eso llama la atención la subestimación que hizo el programa de Lanata de las audiencias. En el caso del Polaquito se evidencian distintas marcas de una nota armada: preguntas direccionadas del periodista, (“¿Qué hacés después de fumar? ¿Salís a robar?” “¿No tenés miedo de ir preso?”) un patrullero cerca, exageración en el relato del menor en torno a la violencia delictiva (“desde los 10 años tengo un arma”, “me gusta la plata fácil”, “a uno le pegué un tiro en el cuello y está internado”). El niño se presenta descontextualizado de su entorno. Nada se cuenta de su mamá que salía a cartonear con él en brazos para poder comprar pañales y leche, de la extrema pobreza en la que viven, de los tres colegios públicos de los que fue expulsado porque no podían contenerlo. En el mismo movimiento en que se descontextualiza, el relato se enmarca desde la perspectiva de la inseguridad, presentando al Polaquito con todas las características de un victimario: joven, varón, pobre del conurbano bonaerense, adicto, guiado por acciones irracionales y futuro asesino de cualquiera de quienes lo estamos mirando cómodamente por la pantalla de canal 13.
Lanata parece desconocer que las audiencias en Argentina no son las mismas que hace veinte años. Estudios recientes en Argentina muestran que las personas que miran televisión tienen una mirada crítica sobre lo que consumen, y más aún, la desconfianza sobre las condiciones de producción de la noticia es total. El fructífero debate por la ley de medios audiovisuales permitió evidenciar la concentración mediática, los vínculos empresariales y, en especial, la construcción de la noticia en pos de determinados intereses. También la creación de la Defensoría del Público colaboró en el reconocimiento de los derechos que tenemos como consumidores de información mediática.
Este tipo de notas no sólo muestran el mal ejercicio de la práctica periodística, también estigmatizan, estereotipan, y posicionan el tema en el debate público de manera errónea. La discusión que debemos darnos como sociedad no debe estar signada por la inseguridad como issue predominante, sino que debe focalizarse en la exclusión y en la desigualdad, temas que evidentemente no eran el objetivo principal, y ni siquiera el trasfondo, de la nota presentada por Periodismo para Todos. Como sujetos inmersos en sociedades massmediatizadas, donde los medios promueven una victimización indirecta por excelencia, debemos denunciar el daño que la difusión de esas imágenes provoca. Con Barbarita lloramos, con el Polaquito denunciamos para evitar la profusión de estas lógicas mediáticas capciosas y perversas.
* Doctora en Ciencias Sociales (UBA). Investigadora /docente (Idaes-Unsam/Conicet). Coautora del libro Inseguridad, medios y miedos: una mirada desde las experiencias y las prácticas en América latina.