“Hay voces que están ahí y que merecen ser escuchadas”, dice Cristina Escofet, dramaturga especializada, podría decirse, en transformar personajes históricos en identidades escénicas: Mariquita Sánchez, Eva Perón, Encarnación Ezcurra, Frida Kahlo, son algunas de ellas. Por más, hace años que el actor y director Pablo Razuk interpreta en el país y en el exterior al sacerdote Carlos Mujica en Padre Carlos, obra también escrita por Escofet. En este momento, en El extranjero (Valentín Gómez 3380) el mismo Razuk está presentando bajo su dirección Ay, Camila, monólogo interpretado por Carla Haffar, en el que la misma autora desarrolla en primera persona la historia de Camila O’Gorman, la muchacha que en la época de Rosas se atrevió a mantener una relación amorosa con un sacerdote.
“Para escribir teatro hay que conocer el escenario”, opina Escofet quien, siendo actriz, fue convencida por Osvaldo Dragún para iniciarse en la dramaturgia. A la hora de realizar su trabajo creativo, la autora explica en la entrevista con PáginaI12 que solamente puede comprender el pensamiento de sus personajes investigando sus respectivos contextos. Será por eso que, según afirma Razuk, sus obras tienen algo de crónica, “aunque nos sacan de lo anecdótico para ponernos en el terreno de lo sensorial”. A su vez, Escofet asegura que es crucial que el dato histórico deje paso a la intuición: “es necesario que quien escribe trabaje con los dos hemisferios”.
Por haber estado cerca de los círculos del poder de la época, por haber mantenido una gran amistad con Manuelita Rosas, Escofet da por sentado que el fusilamiento de Camila sucedió más por presión del entorno político que por decisión de Rosas. “Esta obra sitúa al espectador en una ensoñación histórica, apoyada en un contexto cierto”, completa la autora, quien destaca dos obras dedicadas a la misma protagonista: la película que María Luisa Bemberg estrenó en 1984 y la novela Una sombra donde sueña Camila O’Gorman, de Enrique Molina.
-¿Cómo se entrelazan historia y ficción en sus obras?
Cristina Escofet: -Yo escribo obras con sujetos ficcionales, que tienen un correlato histórico. Y esos relatos son, además, creíbles y reales, porque suceden en escena. Me gusta inventar testimonios que parecen reales pero que no lo son. Siempre me interesaron las historias que llegan al corazón. Desde que era chica, cuando iba al circo, veía cómo la gente se emocionaba y hasta querían pegarle al malo de la historia.
Pablo Razuk: -Esta obra es una hermosa excusa para hablar de las mujeres. La gente conoce o cree que conoce la historia de Camila por haber visto la película. Pero el espacio teatral da para que este personaje cuente lo sucedido en primera persona. Es la historia de una mujer que enfrenta a los poderes: a su familia, a la iglesia y al propio estado.
-¿Cómo es la puesta de este monólogo?
C.E.: -La perspectiva con que Pablo hace la puesta es muy interesante. Pablo posee una internalización positiva del costado femenino que tiene el hombre, según describe Jung. Y creo que su sensibilidad artística está relacionada con tener muy equilibrados sus aspectos femeninos y masculinos. Yo trabajé en Camila el costado fuerte y desafiante de su personalidad. Enterrar a los perros muertos no condice con un espíritu muy femenino.
-¿Qué implica en la obra esta actividad inusual que compartía con el padre Uladislao?
P.R.: -En esa época, ni los perros ni los negros podían tener sepultura. El tema de enfrentar al poder establecido me hizo vincular a Camila con el personaje de Antígona, que entierra a su hermano desafiando a la ley. Por otra parte, pudiendo tener Camila y Uladislao una relación clandestina, ambos deciden asumir la acción de hacerles frente a todos. En ella hay una conciencia del dolor de todos, haciendo un paralelismo con la tierra. Pero la obra no se queda con la tragedia sino que la supera. Pero es mejor no adelantar el final.
C.E.: -Camila tenía una vocación de servicio y esto la lleva a conocer a Uladislao. Ella le enseñaba a leer a la manceba de Rosas, es decir, transgredía líneas de frontera con total osadía, algo que suele atribuírsele a los hombres. En esto tuvo que ver haber sido nieta de “La Perichona”.
-¿Quién era ese personaje?
C.E.: -Era la madre de su padre. Se llamaba Marie Anne Périchon de Vandeuil, había sido deportada de Brasil por escándalo y fue amante de Liniers. A Camila le encantaba esa abuela transgresora.
P.R.: -Porque “dice que está bien lo que los demás dicen que está mal”. Del relato de Camila, finalmente, el espectador es testigo y parte a la vez, porque puede acompañar las preguntas que ella se hace.
C.E.: -Cuando sucede un hecho de transformación en el espectador es cuando el teatro actúa como un resonador, un multiplicador. Y resignificar el pasado implica un aporte a la identidad, a la subjetividad.
*Ay, Camila, Teatro El extranjero (Valentín Gómez 3380) viernes, 20 hs.