¡Matarás a tu hijo!, le ordena la divinidad a Abraham; ocurre en el Antiguo Testamento y, en el Nuevo, la misma divinidad envía a su propio hijo al matadero. En otra tradición -de la que también somos tributaries- Medea mata a sus hijos, los cocina y se los presenta en bandeja a su esposo Jasón, que la estaba abandonando por una jovencita. El despecho es del orden del impulso asesino. Pero existen filicidios en sí mismos, ambos desafían nuestro entendimiento y encienden justa indignación.
El acto de cometer filicidio no solo atraviesa mitos fundantes y religiones, es histórico y actual. Hay madres, padres y allegados que violan, torturan y/o asesinan a sus niñes. No solamente la Justicia debe dar cuenta de esto, nos interpela asimismo como parte de la comunidad. ¿Cómo puede una persona torturar y matar a su propie hije? Y, puesto que ocurre, ¿se puede prevenir y/o evitar?
El amor filial es una construcción sociocultural que, como todas, no se cumple de manera universal. Al margen del hecho de que la mayoría de las personas aman a sus propies hijes, pero no hay instinto en ello, hay producción. El amor filial no es una sustancia sino un work in progress. El poder patriarcal dictaminó que es natural. Pero muchas veces la naturaleza se singulariza en alguien que no sigue esos supuestos. O no tienen hijes o les tienen sin amarles. Esto refuerza la hipótesis de que el cariño o apego no es natural y forzoso, es cultural y contingente. Se trata de categorías sociales para normalizar a la población.
Por su parte, las leyes de la naturaleza se consideran necesarias y universales (y nada tienen que ver con las leyes morales): “Dada las condiciones iniciales, el agua hierve a los 100 grados”, por ejemplo. Si eso no ocurriera no habría sanción moral para el agua “degenerada” que no cumple con las leyes. Esto no justifica asesinar o maltratar hijes, más bien intenta marcar que es casi imposible que no ocurran filicidios en una sociedad asesina de hijes desde sus inicios mítico-religioso hasta los desgarrantes casos de tortura y asesinato actuales, pasando por sociedades en las que el filicidio no era (o no es) delito.
Hubo épocas en que un padre mate a su hijo era intrascendente, existen aún ecos de culturas donde las madres son inducidas a asesinar a sus recién nacidas. En Roma era habitual encontrar bebés de cualquier sexo abandonados, expuestos a la intemperie y la muerte (expósitos).
Pero como dice Hegel, “la historia no da pistoletazos”. Los acontecimientos solidarios o criminales cruciales -esos que dejan huella- no se reproducen de un día para el otro, se van gestando con prácticas sociales y con leyes que son necesarias, pero no suficientes. Hay que darle contenido con discursos y acciones concretas.
Ahora damos un salto en el túnel del tiempo y aparecemos en la Revolución Industrial. La aristocracia europea durante siglos había enarbolado el linaje de la sangre. Establecía una superioridad tajante con el resto de la sociedad. Los burgueses, en tanto recién llegados al escenario del poder, no se interesaban por la búsqueda de sus antepasados (ya que se trataba de siervos o artesanos). Se preocupan en cambio por mostrar descendientes saludables y prósperos.
La familia binaria burguesa fue la divisoria capitalista entre lo público y lo privado. Se desarrolló una política de lo cotidiano y se inventó la categoría niñez.
Un rumor -infundado- preocupaba a la burguesía dieciochesca: bajaban los índices de natalidad y se creía que si una mujer amamantaba no quedaba embarazada. Entregar recién nacides a amas de leche se puso de moda. Dadas las miserables condiciones de existencia de sus criadoras, numeroses lactantes morían prontamente. Pero no se les informaba a les progenitores, así continuaban pagando la mensualidad dos o tres años porque, como nunca visitaban a sus bebés, la amamantadora no avisaba de la muerte hasta la época del supuesto destete.
Finalmente, la burguesía se dio cuenta. Había que terminar con la práctica de deshacerse de les recién nacides porque las amas de leche les estafaban. Pero ¿cómo alimentar sin amamantar para volver a gestar? La tecnología de poder se puso en marcha y se inventó la mamadera.
Siguieron otras innovaciones que fueron conformando la idea de niñez: el dormitorio infantil, la pediatría, las ciudades de las niñeces, la ropa para menores, el descubrimiento de la sexualidad infantil, los jardines de infantes, la farmacopea y los hospitales pediátricos, la obligatoriedad escolar y otras figuras específicas para menores hasta culminar en los derechos universales de la niñez y la adolescencia que no siempre se cumplen.
Un recorrido a vuelo de pájaro por los mitos y los hechos históricos revelan que la matanza de la propia descendencia es una figura recurrente, aunque no frecuente. Además del mismo dios entregando a su hijo y Abraham dispuesto a sacrificar al suyo, están Layo contra Edipo y, entre otres, Herodes que, no solo asesinó infantes desconocidos, también a dos de sus hijos; por su parte Agamenón inmoló a Ifigenia, su hija doncella; y se registran cantidad de filicidios de ficción y reales. El desapego parental de algunas individualidades es una falsación de la hipótesis del instinto materno y del amor filial innato. Como cariño genuino vale, como imposición social es tecnología de domesticación.
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Los actuales abusos sexuales, la tortura y el asesinato de infantes perpetuado por madres, padres y allegades demuestran que es imperioso que cambie nuevamente el paradigma. Está demostrado que con punición se penalizan actos pasados, pero no se previenen ni impiden los futuros. Ahora bien, con la sanción máxima se castiga, pero nada se modifica si no se aplasta el huevo de la serpiente. La cárcel no reeduca, fabrica delincuentes (aunque por el momento es lo que hay). En la sociedad, las formaciones familiares, las instituciones solidarias y el Estado hay que buscar respuestas. Y como estas se motorizan siguiendo procesos lentos, siempre se puede aportar algo desde el llano practicando una micropolítica cotidiana que deconstruya los perjuicios domesticantes y refute categorías heredadas y poco cuestionadas. ¿No habría que redefinir esta falacia del instinto materno y otras categorías inventadas para dominar(nos) mejor? ¿No habría que inventar formas para no excluir y aprender a amar y respetar(nos) mejor?