Los pampeanos no se sorprendieron con los resultados del domingo. Lo único inesperado fue que Martín Berhongaray (foto) derrotara a Martín Maquieyra también en General Pico, su pago -no tan- chico y el segundo distrito de la provincia en peso electoral. Hace apenas cuatro años, Daniel Kronenberger, desconocido fuera de La Pampa, le había dado una paliza similar -un poco más dura- al entonces secretario de Deportes de la Nación, Carlos McAllister. Durante las últimas horas abundaron los análisis sobre cómo se posicionará la UCR -¿más audaz? ¿más ambiciosa?- frente al socio dominante de la coalición opositora.
La Pampa, que durante décadas fue territorio nacional, “ganada al indio” según el relato roquista, vecina de Buenos Aires por el lado sudoeste -el de la cuarta y la sexta sección electoral- tiene mucho en común con una parte de la provincia de Buenos Aires. Llanura, desierto, silencio, historias y costumbres de pueblo, todo eso contribuye a la amalgama de una identidad que, más allá de ciertas “liquideces” superficiales o circunstanciales, permanece. Si no sólida, al menos plástica.
Y esa identidad, al menos hasta ahora, valora lo conocido: el comité y la unidad básica, la filiación política casi como una extensión del apellido, el valor de la palabra y la conducta. Por eso a ningún pampeano le sorprende el resultado. Los radicales son los chanchitos de la fábula, que esta vez intentan resistir. Maximiliano Abad, presidente de la UCR bonaerense, fue de los primeros en saludar y felicitar a su correligionario. Para muchos de sus afiliados el partido centenario, cuya historia se remonta a la Revolución del Parque, tiene una tradición política que defender.
El Pro, el partido unitario del siglo veintiuno, apuesta en cambio, al permanente borramiento de sus marcas históricas. Algo que puede funcionar en la despersonalización de las grandes urbes. Difícilmente en los pueblos con iglesia, banco, correo y municipio alrededor de la plaza. El Pro es el lobo, la novedad, el viento que sopla desde el puerto. Pero... ¿se puede seguir siendo novedad, después de haber utilizado ese recurso dos veces, con éxito en 2015 y sin él en 2019? Las redes sociales y las giras relámpago de grandes dirigentes tienen sus límites como método de construcción.
En La Pampa hay un agravante. La apropiación del río Atuel por parte de Mendoza es una herida abierta, un conflicto permanente, que el gobierno de Mauricio Macri quiso duplicar con la obra hidroeléctrica de Portezuelo del Viento, sobre el río Grande, para favorecer a sus socios políticos, con el senador mendocino Alfredo Cornejo a la cabeza. La Pampa sufre un proceso de desertificación. Las fotos con los desertificadores son un collar de garrafas. Los que se las sacan, ¿lo ignoran, lo subestiman o no pueden hacer otra cosa?
A priori, al resto del país la -autopercibida- novedad parece interesarle bastante menos que a la franja central de la camiseta de Boca, que constituye la zona de influencia porteña. El fenómeno es comparable al de la media luna oriental en Bolivia, o a la camiseta de San Lorenzo (las costas azul demócrata, el centro rojo republicano del mapa electoral estadounidense). La polarización, antes que política es ideológica e identitaria. Atraviesa toda la sociedad y permea los vínculos de socialización primaria como familia y amigos. Pero, además, tiene una dimensión territorial. Geopolítica.
Lo cierto es que Juntos por el Cambio atraviesa su peor momento, con el liderazgo del Pro todavía irresuelto, con severos interrogantes acerca de los candidatos y también acerca de cómo definirlos y con un radicalismo que parece, ahora sí, decidido a sacudirse el síndrome de Estocolmo.
El problema que a JxC le crece por derecha, Javier Milei y sus adolescentes, parece ya en vías de contención. Las denuncias de la dirigente juvenil Mila Zurbriggen seguirán en los medios un camino creciente, exactamente opuesto al de los chats de Marcelo D' Alessandro. Para la coalición opositora, el escándalo de los libertarios, que incluye dólares, venta de candidaturas y sexo a cambio de espacios, es sumamente oportuno. ¿Es casualidad que esto ocurra justo ahora? En términos de Jorge Luis Borges, “las casualidades son causalidades que desconocemos”. Pero, a esta altura, las podemos imaginar.
En su novela “Jauría”, David Viñas narra la última etapa de la vida de Justo José de Urquiza, desde la victoria de Caseros hasta su muerte, a manos de un ex colaborador muy cercano. Poco después de la batalla, “el general”, “Don Justo”, despacha desde el puerto durante varios meses. Sus colaboradores más íntimos son testigos de cómo su entorno se va modificando. Tipos de frac o de jaqué, de costumbres poco criollas, comienzan a ocupar lugares clave y a desplazar a los que llegaron con Urquiza. Lo van entornando, adulando, adormeciendo, corrompiendo, con los pequeños o grandes placeres y negocios que ofrece el librecambio: hasta el puchero se condimenta con unas gotas de salsa inglesa. Hasta que un día, sin previo aviso, Urquiza ordena levantar campamento y volver a Entre Ríos. “Están corrompidos. Se dejan por nada. Por moneditas”.