Desde 1492, el Caribe es un remolino de culturas que luchan, se dominan, resisten y se funden unas en otras. Algunas estaban ahí desde casi siempre; otras llegaron como conquistadores en barcos europeos o como esclavos en los terribles “negreros” del Atlántico Negro. Por eso, la literatura caribeña (escrita en gran parte en los idiomas de la conquista: castellano, portugués, inglés, francés) es sobre todo mestiza: la cruzan infinitas concepciones del mundo y de la humanidad, la mayoría alejadas de las que nacieron en la Europa o la América criolla.
Lluvia y viento sobre Télumée Milagro forma parte de ese universo. Su autora, Simone Schwartz-Bart nació en Francia como Simone Brumant pero vivió en Guadalupe desde los tres meses y volvió a vivir en ese país caribeño después de muchos viajes por Europa, África y América. Entre otros, escribió en colaboración con su marido, el escritor francés André Schwartz-Bart, una novela llamada Un plat de porc aux bananes verts (Un plato de cerdo con bananas verdes) y seis volúmenes de homenaje a la mujer negra. Pero su libro más conocido es esta novela rescatada ahora en la excelente traducción de Claudia Ramón Schwartzman.
Publicada originalmente en 1972, la historia de Télumée está narrada en una primera persona de prosa cruda y profundamente poética, que de a ratos se transforma en un “nosotros”, sobre todo cuando describe y homenajea, justamente, la identidad colectiva de los descendientes de esclavos en el Caribe. La mirada de la narradora es siempre no individualista. Por eso, Télumée cuenta su vida no desde su nacimiento (como haría un autor europeo) sino desde las vidas de su madre y su abuela. Cuando empieza a contar su vida, se hace evidente que no es una sola sino varias porque ella cambia cada vez que se muda: la vida depende del lugar que se habita, el lugar que se habita es la persona. Télumée está marcada por su país. Como Guadalupe, vive bajo el peso de un pasado que incluye tanto la esclavitud como la colonización.
Cada vez que se habla de esos temas (y se habla con frecuencia), el “yo” se transforma en un “nosotros” en el sufrimiento, claro, pero sobre todo, en la resistencia. Aunque en tiempos de Télumée la esclavitud ya no existe como tal, se reproduce de otras formas en la mansión en la que ella limpia y cocina comida francesa que no le gusta y después en la “fábrica de caña”, el infierno al que termina arrastrándola la pobreza. La colonización aparece en la mirada despectiva que tiñe todas las “relaciones del Blanco con el Negro” y se la describe sobre todo en el viaje del negro Amboise a París, un viaje invertido con respecto al que hacen los héroes de la literatura europea, y que en la periferia es un tópico literario, que en el caso de los autores de identidad originaria o negra, está marcado por un rechazo absoluto de la Metrópolis, en la que son invisibles o, en todo caso, animales enjaulados.
Como siempre en esos autores, en esta narración de formato autobiográfico, lo que pasa rompe los límites entre lo que en Europa sería la oposición entre “realismo” y “fantasía”. Aquí los humanos, sobre todo las mujeres, tienen poderes (curar, cambiar de forma, profetizar) y los lugares, nombres sonoros y metafóricos como Fond-Zombie (Fondo de los Zombies), L’Abandonée (La Abandonada) o La Folie (La Locura). El viaje de Télumée la lleva cada vez más lejos de la influencia europea mientras ella crece como mujer hasta cumplir la profecía de la bruja, Man Cia, que le había dicho “Serás una Catedral”.
La historia describe el horror de una vida dominada por el racismo social. Una vida en resistencia heroica y femenina. Son mujeres (en general, ancianas) las que dan forma a la personalidad y capacidades de la protagonista. Télumée crece primero con su madre, luego con su abuela, a la que Fond-Zombie llama la “Reina Sin Nombre” y finalmente, después de la muerte de la Reina, con Man Cia. Y como los ciclos se repiten, será ella la que más adelante cuidará de una nena y de un hombre que para algunos, es el mal, convirtiéndose así en “Télumée Milagro”.
Pero más allá de las mujeres individuales, esta es una historia de comunidades. En cada lugar en el que se establece la narradora, hay un grupo de mujeres y hombres que se sostienen mutuamente y se rescatan y se curan porque, toda comunidad se cura a sí misma cuando cura a uno de sus miembros. Las curaciones se realizan en rituales que Schwartz-Bart describe con metáforas relacionadas con la naturaleza tropical. Todas son parte de la lucha contra el infierno de las secuelas de la esclavitud, a la que se define en tono sartreano como una maldición tanto para el Blanco como para el Negro (en el Caribe, incluido el Sur estadounidense, la esclavitud era de base racista y por lo tanto “Blanco” significa “amo” y “Negro”, esclavo).
Para resistir, Télumée sigue el consejo de una de sus maestras y se vuelve “un tambor de dos pieles”, una “negrita irreductible” que le deja la piel de arriba al ama “para que la golpeara” y por debajo permanece “intacta”. Con momentos de enorme alegría (en general relacionados con el amor de pareja) y otros de enorme dolor, la narradora pasa de un pueblito a otro, sin alejarse nunca de su bosque. En la descripción de sus varias vidas, hay una dimensión metafórica que es el centro del libro: Télumée es Guadalupe, el “paisito” devastado, en el que los negros son los Desplazados. Varios personajes la definen así. Pero los Desplazados siguen resistiendo porque, como la protagonista, aprenden que hay que manejar el caballo de la vida y no dejarse manejar por él. Son las mujeres las que enseñan esto con actos y también con historias. Y como en todas las literaturas de pueblos originarios, en gran parte, esas mujeres son ancianas.
Como la cuenta en su vejez, la narración de Télumée también es parte de esa narración comunitaria que cuenta con belleza la sabiduría de una civilización secuestrada, abusada, “saqueada”. Y la belleza importa porque la hermosura (sobre todo la de la naturaleza, que aquí es exuberante) es el camino para entender la incertidumbre. Télumée afirma que hay un “esplendor de la incertidumbre humana”: la capacidad de los seres humanos para “hacer y deshacer” a pesar de ella, para conseguir que el “fulgor” perdure. Por eso los envidian los dioses. Y son hombres y mujeres que no se ven como individuos separados sino como parte de un todo que incluye al planeta y al lugar en el que viven. Desde esa raíz crece esta novela, que es una pintura del remolino de culturas caribeño que se da el lujo necesario (porque la esperanza es necesaria) de describir el espanto y terminar con las palabras “jardín” y “alegría”.