El partero Jorge Magnacco abandonó la habitación de las embarazadas, en la ESMA. El tiempo era poco, suponían, y ellas, las dos mujeres que quedaron en esa piecita, se unieron en un plan: ¿qué hacer para que fuera de ese infierno la bebé que acababa de nacer fuera hallada? La mamá, María Hilda Pérez, entonces hizo lo que pudo con lo que tenía y le atravesó la oreja a Victoria, su segunda hija, con un hilito azul. “Por si la llevaban a un orfanato, poder identificarla. Ése era el peor de los universos, nunca imaginamos que en este horror se apropiaran de los niños ni que a sus padres mataran. La trama del horror a veces es muy difícil de pensarla”, contó Lidia Vieyra, la cómplice casual de Cori Pérez en ese horror. Su testimonio fue el primero de la octava audiencia del juicio de lesa humanidad por la apropiación de la nieta restituida Victoria Donda, ex titular del INADI y ahora funcionaria del gobierno bonaerense.
El único acusado en el debate es el jefe de Operaciones de la ESMA Adolfo Donda, quien en esta ocasión eligió escuchar, desde la Unidad Penal de Ezeiza, donde cumple prisión perpetua, los testimonios de Vieyra y Norma Burgos, sobrevivientes del campo de concentración que dirigió a partir de 1978, pero de cuyos crímenes participó desde años previos. De hecho, las testigos aseguraron que cuando Cori parió a Victoria en la pieza de las embarazadas del centro clandestino de la Armada, Donda era un “operativo” de la patota. Lo mismo cuando a Victoria “se la llevaron” –es decir, cuando fue entregada al represor Juan Antonio Azic, quien la apropió y le cambió la identidad–. Victoria supo quién era, quiénes eran su mamá y su papá, cuando era una joven militante.
La trama del horror
Los testimonios fueron transmitidos por el medio comunitario La Retaguardia. Vieyra declaró desde Mar del Plata, donde vive desde hace años. Fue secuestrada en marzo de 1977 y retenida en la ESMA hasta julio de 1978, cuando le fue otorgada la “libertad vigilada y amenazada fuera del país”. Durante su cautiverio fue quien acompañó a María Hilda Pérez en su parto. “Fue un día que ubico en el invierno, porque hacía frío y creo recordar que era de noche”, introdujo. Entonces, escuchó a Cori pedir ayuda. Lidia solicitó al guardia que custodiaba a les prisioneres de Capucha permiso para asistirla. A María Hilda, que había llegado embarazada a la ESMA, la llevaron a “una piecita al lado del baño que después se llamó la pieza de las embarazadas”, contó Vieyra.
A ella la llevaron minutos después. “Ahí había una mesa de madera” en donde estaba tirada la mujer en trabajo de parto, describió, y siguió: “Veo ahí al que iba a efectuar el parto, doctor Magnacco. Le agarré la mano a Cori, le ayudé a respirar. El parto fue sencillo”, describió. Vieyra fue quien recibió en brazos a la recién nacida de manos de Magnacco, cuya “frialdad es algo que tampoco olvidaré nunca”.
La sobreviviente contó que cuando el médico genocida salió de la habitación “Cori salta de la mesa, la toma a la niña en brazos, la levanta, le digo que hay que ponerle un nombre. Se va a llamar Victoria, eso dijo Cori”. En aquellos minutos, pensaron una estrategia para identificar a su niña “al salir” del campo de concentración ya que “en esa época no sabíamos qué pasaba con las madres ni con los niños” nacidos en ese infierno. Y a Cori se le ocurrió enhebrar un hilo azul en la oreja de la nena.
En su testimonio, la mujer mencionó al represor Héctor Febres como “el encargado de las embarazadas” en el campo de concentración. Y que “Palito”, el entonces operativo de la patota de la ESMA, era Adolfo Donda, el cuñado de “Cori”, tío de Victoria, “lo supimos después”. También que “Cori lo había visto, había hablado con él”. Ella lo supo a través de Lisandro Raúl Cubas, otro sobreviviente, e insistió en su testimonio en subrayar que el acusado estaba en el centro clandestino cuando María Hilda llegó al centro clandestino, supo de su parto, supo del robo y la apropiación de Victoria, a quien se dedicó a buscar y acompañó desde su restitución hasta hoy. En 1978, Donda se convirtió en jefe de Operaciones de la estructura represiva.
Al cierre de su exposición, presionada por el defensor del acusado, Vieyra insistió en que “la ESMA era un infierno”, que era imposible saber día y horario” de cada episodio, que “no hay nada escrito” aunque podía confirmar que “Palito en el ‘77 existía en la ESMA, que lo ví en enero del 78 en el Dorado –el sector donde la jerarquía de la ESMA tomaba decisiones– y que un jefe de operaciones no es un improvisado, es aquel que tiene un entrenamiento previo, que ha dado muestras de confianza a sus superiores para ser jefe de operaciones. Estamos hablando de uno de los centros más terribles de la Argentina”.
“Se la llevaron”
Norma Burgos vive en España desde que recibió la libertad vigilada y amenazada de la Armada, en 1978. Permaneció secuestrada “dos años menos un día” en la ESMA. Allí, se extrañó de que los represores “sabían todo” de su vida “menos que mi hija había muerto hacía algunas semanas”. La primera hija de Norma tenía un año y medio; la segunda había fallecido; su compañero había sido secuestrado también.
Por esa experiencia que estaba atravesando, contó, era para ella “muy importante el tema de las embarazadas” en el centro clandestino. Se dedicaba a juntar cosas para las cautivas que estaban allí, en la “Sardá de la Armada, como le gustaba decir a Acosta" (el represor Jorge “Tigre”): elementos de aseo, comida que sobraba, "y también a conocer toda información cuanto pudiera saber de ellas". En ese marco, supo de Cori: “Tengo la total certeza de que había una chica que se llamaba Cori, que la traían de Aeronáutica. A posteriori fue cuando supe que se llamaba María Hilda Pérez de Donda y luego me enteré, porque alguien lo comentó, que tenía un cuñado que estaba en la ESMA. Cuñado del que yo no sabía el nombre, pero que conocía de verlo pasar por Capucha, por la puerta de mi camarote, por el pañol. Lo conocía como Palito”.
Burgos aseguró que Cori Pérez “tuvo una niña. A ella la habían traído en el 77, por junio, julio. Tuvo una niña en agosto. Niña que se la llevaron”, confirmó. Luego, aportó que “había venido el tal Palito o Jerónimo –también lo conoció por ese apodo–, o sea Donda, y que había preguntado como sorprendido dónde estaba su sobrina. Después trasladaron a la madre. Se suponía que a Castelar, lo cierto es que no estuvo más”. María Hilda Pérez está desaparecida al igual que José María “Pato” Donda, el papá de Victoria, el hermano del represor que está acusado de saber del nacimiento de su sobrina y de su apropiación, al igual que de las desapariciones de su hermano y su cuñada.