Al principio, Martín Biaggini se quedó con lo que se decía: rap es ritmo y poesía (rhythm and poetry). En su vida había escuchado esa música –la suya es el rock nacional de los 70 y 80– pero en ese momento estaba metido en un proyecto de la universidad de Berkeley con la Arturo Jauretche, donde trabaja como investigador y docente. Se discutía sobre poesía popular y cómo las instituciones legitiman lo que llega a las librerías y lo que no, y había surgido la idea de publicar una antología de poesía matancera contemporánea. Pensando en la evolución que va de la narración afrodescendiente al gauchesco y llevaba a esos escritores, Biaggini, encargado de escribir la introducción histórica del libro (Alto Guiso, Leviatán, 2017), se preguntó por la poesía de los jóvenes: “¿Dónde está?”. Para responderse, solo levantó el oído, prestó apenas más atención en los mismos espacios que transita desde siempre: “Empecé a ver pibes y pibas en los pasillos, las esquinas, las plazas, rapeando. Y termino el ensayo con la idea de que la poesía de los jóvenes va a venir por el lado del rap”.

Si no le tocó la fibra musical, eso que en adelante empezó a conocer como cultura hip-hop sí le removió otros cimientos, por ser una cuestión territorial y colectiva que es el continuum de sus intereses –dirigió un grupo de teatro vecinal durante diez años, publicó ensayos escritos y fotográficos y documentales sobre distintas transformaciones barriales de fines de siglo, como la explosión de las remiserías y los parripollos o las fábricas abandonadas–, y por su foco a posteriori en las expresiones artísticas, principalmente el muralismo y la literatura, hasta unos siete años atrás que conoció este mundo donde la pintura y la palabra se combinan con música y baile. Necesitó proyectos formales que lo legitimaran para investigar: armó un equipo y presentó uno en la universidad para escribir sobre las juventudes raperas del conurbano, pero sobre todo se obsesionó con la prehistoria –“no es que llegaron las películas y se pusieron a bailar”–: dónde había empezado todo eso, cómo todavía no estaba escrito. “En historia cuando no tenés documentación, la técnica es la historia oral, así que dije: voy a intentar hacer una historia del rap. A su vez, la academia te pide una muestra que garantice una representatividad, pero yo dije: voy a entrevistar a todos, no voy a dejar a nadie afuera”.

dany, tati, marito, jetón

Boca en boca, por recomendación, con paciencia zen para presentarse, esperar, escuchar, Biaggini ubicó y entrevistó en más de una ocasión a los pioneros del hip-hop argentino, los reconocidos como Jazzy Mel, las figuras de culto como DJ Hollywood, los datos profundos como Spyder T, uno de los que armaban los ballets de funk de los boliches y participó en la fundación de Sindicato Argentino del Hip Hop. Como Biaggini encendía el grabador, todos lo veían como periodista más que como historiador, pero hoy en día ya le dicen “profe” o le llegan mensajes al celular del estilo: “¿Usted es Biaggini? Somos de Villa Sapito, todavía al barrio no vino”. “Yo no hago extractivismo académico”, dice él: “No me meto en tu vida, termino mi investigación y besis, no vuelvo nunca más. Yo hago investigación situada y participante. No te voy a investigar, voy a hacer algo con vos y de paso investigo”. Entonces se puso a pensar qué podía aportarles a esos artistas en plena actividad, o retirados pero siempre en tema, y casi en automático lo supo: estudió cine en los 90, conservaba la cámara réflex que había comprado usada en la época: “Me transformé en el fotógrafo. Se me saldó el problema de cómo entrar a los barrios. Colaboro con la imagen”.

No pensaba hacer algo con ese registro por fuera de lo que hicieran con sus fotos los mismos protagonistas –almacenarlas o usarlas para flyers--. Su intención era solamente escribir, y ni siquiera sobre la actualidad del género musical que era el interés de las editoriales grandes para publicarlo. “No me seducía a mí. No me interesa tanto la movida actual más comercial, hoy no me incentiva”, dice Biaggini, que ahora mismo está investigando los orígenes específicos del breakdance. En ese momento, mientras trabajaba para escribir Rap de acá. La historia del rap en Argentina (Leviatán, 2020), empezó a fotografiar a los raperos: fotos a su estilo, en blanco y negro pero cero melancólicas: “No me gusta sacar fotos a personas que están en situación de vulnerabilidad. Los raperos de barrio hacen muchos eventos para ayudar a comedores y jamás voy a sacar fotos de una nena o un nene comiendo, como no me gustaría que me la saquen a mí. Si ves mis fotos, los raperos están todos riéndose, cantando, grafiteando”.

Chingolo

Quien supo ver un libro en lo que Biaggini posteaba a veces en Facebook fue Ariel Pukacz de Walden Editora, casa especializada en cultura lateral que dentro de su catálogo ya tenía una apuesta en el rubro, el libro La evolución del flow (2020) del periodista especializado Juan Data, prologuista a su vez de la historia del rap de Biaggini. “En lo personal identifico tres generaciones dentro del hip-hop argentino”, dice. “Obviamente lo he discutido con Juan que tiene su propia clasificación, y con los mismos vieja escuela que tienen su clasificación nativa”. En la suya hay una vieja escuela de pioneros que termina cuando desaparece la moda hip-house –los raperos televisados Jazzy Mel, MC Ninja, Luciano Jr.– y una primera generación que va de 1993 a 2004, momento en que se conformó propiamente una escena: “Antes no había, pedían prestadas escenas alternativas para poder tener lugares”. Por último en su clasificación está la generación actual que arranca con la creación de la internet 2.0 y llega hasta acá. Explica el punto de vista en el prólogo del nuevo libro, cronológico al revés de cómo se dispusieron las cinco mil fotos seleccionadas, a dialogar por temática, libremente, sin títulos ni bajadas explicativas, solo epígrafes.

Roxana

Tiene sentido ya que el registro se hizo en tiempo presente, de las antiguas leyendas y de los más jóvenes, las crews Clika Madero y MDR Records, por ejemplo, posando en un pasillo del barrio 2 de Abril; o en Villegas, Gabe La Melodía y Ene La Jodienda, del éxito orgánico y anticipatorio del trap “Plomo A Domicilio”; o el místico retrato grupal en Villa Soldati de Marito, Jetón y los hermanos Dany Rap –conoció el rap en la cárcel y hoy tiene una productora y trabaja para la Defensoría dando talleres– y Taty La Terraza, conocido campeón de freestyle. “Es re interesante lo que pasa intra barrios”, dice Biaggini, “cómo se ganan el estatus de artistas, los vecinos los reconocen como raperos. Es re interesante ese proceso”. Una diagramación cronológica, también, no habría dejado lucir los cruces generacionales que, más de una vez, se dieron gracias a la intervención de Biaggini. Ahí está el pionero del breakdance Mr. Funky señalando con el puño, y detrás uno de los breakers del momento, conocido como El negro Roque y actor de El Marginal. “Hay ciertos barrios donde se hacen fiestas de hip-hop muy parecidas a las de los 70 en el Bronx de Nueva York”, dice Biaggini: “Uno es Catán. Esa foto es en una calle a medio construir; Funky llevó las bandejas y se armó una fiesta con todos los elementos”. En otra ocasión juntó a grabar un tema en el barrio Carlos Gardel al primer MC Mike Dee y a los jóvenes Samu y Pinta Ruido, con quienes Biaggini ha trabajado en videoclips y en el documental Los Residentes, un junte de rap (2021), que ganó un subsidio de la universidad de San Martín. “Vengo trabajando con ellos y siempre les cuento la historia del rap argentino, para que conozcan a los referentes porque hay poca conectividad con el pasado”, dice. “Y un día salió la posibilidad de grabar algo con Mike, así que hicimos la conecta y salió algo muy lindo porque es rap de barrio”. En la foto también aparece Weed, MC de Jujuy que estaba de paso: con las escaleras de los monoblocks de fondo, los cuatro haciendo gestos de rap, Mike con la remera de Tupac, es un retrato de un equilibrio artístico notable y una potencia inmortal.

Funky, Negro Roque

“Me costó encontrarlos”, dice Biaggini, “pero hoy tengo muchísimos amigas y amigos raperos. Voy todos los fines de semana a un evento distinto”. Son los espacios estratégicos para ver aparecer a los referentes, solo que hay un trabajo necesario no solo para enterarse de las coordenadas sino para que ocurran la confianza y las presentaciones. Acá Biaggini trae el hallazgo Roxana Sorasi, la primera b-girl argentina, “aunque los historiadores tenemos prohibido decir el primero o la primera”, dice. “Pero si bien en la Morón City Breakers había mujeres, ella fue la única que empezó a copiar a los varones en un momento donde los roles estaban muy diferenciados; las demás chicas en general eran las novias que juntaban las monedas. Pero ella se tiraba al piso, disputaba el break con los varones, así que se ganó el mote de primera”. Y un reconocimiento justo y pendiente: Chingolo Flow, legendaria figura difícil de Monte Chingolo, “el rapero under por excelencia” que desde los 90 se gana la vida rapeando en los colectivos. Cuatro veces lo dejó plantado, una de las cuales llegó tres horas tarde y lo llamó por teléfono: “No estabas”. Pero cuando lograron sincronizar valió realmente la pena: Chingolo le pidió que lo acompañara a verlo trabajar, y Biaggini, de incógnito –sacó boleto y se sentó en el fondo–, le hizo una sesión.

Gabe, N, Emma

“Aprendí muchísimo”, dice. “Me sorprendió el trabajo colectivo, el atalo con alambre, el manejo de la información cuando no había internet, cómo armaron una cultura sin saber cómo se hacía un beat y cómo se la fueron rebuscando. Me sirvió para reconocer a una juventud totalmente politizada que no habla de culos y tetas sino de un montón de reclamos y situaciones y que no romantiza la delincuencia ni la pobreza”. Al final, desechó la teoría de que rap es ritmo y poesía. Con el equipo de la universidad analizaron 1200 letras y concluyen que son más narrativas que poéticas: “Los pibes están narrando, con imágenes poéticas porque usan metáforas y alegorías como los poetas canónicos, pero descubrí que hay una cuestión más de crónica, de poder contar lo que les pasa, que supera lo poético, así que me desdigo de la hipótesis”. Ahora con Cinco mil disparos en la calle, el álbum de fotos de una historia que no necesita más ser presentada ni justificada –el hip-hop es tan nacional como de todos los territorios que lo viven–, Biaggini suma eclecticismo a su currículum y otro aporte al archivo de la cultura popular argentina.