Philomena Cunk parece haberse ganado el derecho de tener un nuevo programa propio. Creada por Charlie Brooker para la serie Screenwipe (2006-2020), formaba parte de una troupe de ridículos presentadores y anfitriones televisivos que convertían la más cruda realidad en un festival de ironía y absurdo. En la metaficción de esa serie, Brooker –célebre por ser el artífice de la distópica y también muy británica Black Mirror- funcionaba como un cáustico comentarista que discurría por su lengua afilada los temas más variados: política, arte, deportes, y todo aquello que hacía al interés de los británicos bienpensantes. La idea de Screenwipe había surgido de la misma paranoia que luego alimentó a Black Mirror: la fascinación adolescente de su creador por los documentales catástrofe que anunciaban con cierta intrascendencia las pestes más temidas y las peores tragedias mundiales, materiales ahora convertidos en su exquisita parodia.
El personaje de Cunk asomaba con sus inmensos ojos saltones y sus preguntas infantiles ante los más engalanados expertos haciendo de la comedia absurda su territorio dominante. En la escritura de Brooker hay una clara herencia del trabajo de los Monty Python, con John Cleese, Michael Palin y Terry Gilliam a la cabeza, cuyas ambiciones de parodiar los grandes relatos sobre la historia universal alcanzaron la cima en El sentido de la vida (1983). Las aventuras en solitario de Cunk responden a esa búsqueda, desprender al personaje de la cosmovisión de Screenwipe para hacerla funcionar según su lógica en distintos universos. Primero fue Cunk on Shakespeare (2016), luego Cunk on Britain (2016-2018) y Cunk & Other Humans on 2019 (2019) –emitidas por la BBC- y ahora, bajo el auspicio de Netflix, La Tierra según Philomena Cunk. La estructura es similar en todas ellas: Philomena Cunk recorre cada universo haciendo las preguntas más ridículas a expertos y estudiosos, desplegando su encantadora ignorancia sobre la vida y el mundo, y erosionando los fundamentos del documental desde la apropiación de su propia lógica.
La clave de su humor parece estar en el célebre mockumentary, parodia del documental que explotó Woody Allen desde la austeridad televisiva con su ópera prima Robó, huyó y los pescaron (1969), y luego elevó a un mayor grado de perfección técnica y reflexión histórica con Zelig (1983). De esa matriz nació la pionera This is Spinal Tap (1984) de Rob Reiner, sobre la accidentada gira de una falsa banda de heavy metal. Brooker se acomoda en la misma línea: propone en Cunk una figura que se asemeja a las que pululan por los documentales contemporáneos, tensando los límites de su discurso entre la seriedad de su tono y el absurdo de su contenido, deconstruyendo el valor de las entrevistas, la voz en off y el material de archivo en una lógica donde prima la vocación de conectar lo imposible y reírse de ello.
La Tierra según Philomena Cunk eleva la perspectiva regional de las series anteriores a un terreno más vasto como el de la historia mundial, y lo hace con la calculada conciencia del colonialismo británico y el protagonismo de Occidente. Como autoproclamada presentadora, Cunk comanda un viaje desde la prehistoria hasta la actualidad, surcando eras y geografías con la vocación de comprender el presente al explorar el pasado. En cada episodio domina un concepto, en alguno será Dios y la religión, en otro las máquinas y las revoluciones, o el Renacimiento y su factible televisación. El notable trabajo de Diane Morgan como comediante ofrece a su personaje algo más que la burla del arquetipo: la exégesis de esa imposible perspectiva unificadora a la hora de comprender la historia y explicarla ante las cámaras. La receta está siempre en su divertida interacción con los entrevistados, todos ellos eruditos en historia, política, cultura o religión, interrogados sobre cuestiones delirantes, convertidos en testigos de las anécdotas más banales y empujados a una exquisita complicidad que surge de su obligada cortesía. Cunk no deja nada fuera de su órbita.
La escritura de Brooker es concisa y ambiciosa al mismo tiempo, sujetando la evolución del mundo en sus estaciones relevantes: hallazgos del pensamiento, invenciones decisivas, personalidades determinantes. Cunk asoma sobre el fondo de un mundo real nacido de una prolija digitalización y así es capaz de convivir con los pintores medievales o con el atribulado Galileo y su telescopio. La estética propicia la asimilación, como los Monty Python habían logrado en El sentido de la vida combinar la historia del mundo y la del cine, los interrogantes sobre la existencia y los dilemas estéticos de su representación. Para Brooker el suculento plato de la historia universal le permite combinar la histriónica ignorancia de su presentadora con la formalización anacrónica del documental contemporáneo, al mismo tiempo que asumir la ostensible manipulación del montaje y los decorados falsos por los que Cunk deambula en toda la serie. Sin olvidar sus críticas a las potencias mundiales, a las falsas proclamaciones de igualdad del presente, y al cuestionable sentido de progreso que ha regido a la humanidad.
La serie se permite uno de los gags más ocurrentes desde que Brooker dio con el hallazgo de Screenwipe y sus derivaciones: el uso del videoclip de “Pump Up The Jam”, señalado como el himno belga del tecno en 1989, para organizar el tiempo a lo largo de los cinco episodios que concentran el periplo mundial de Cunk. Los grandes sucesos como la invención de la imprenta o el final de la Segunda Guerra Mundial ocurren en una medida temporal que los separa del hit de Technotronic y sus imágenes pixeladas. En lugar de antes y después de Cristo, Brooke reinventa al videoclip violáceo como brújula del sinsentido de un universo que instituye hitos de manera recurrente. “¿Qué fue más relevante culturalmente, el Renacimiento o “Single Ladies” de Beyoncé?”, le pregunta Cunk a uno de sus entrevistados. “Me gusta mucho Beyoncé, pero el Renacimiento intentaba reformar la cultura en su totalidad”, responde el hombre con cautela. “O sea que la obra de unos hombres blancos y heterosexuales echa por tierra la de Beyoncé? ¿Es eso lo que está diciendo? ¿En cámara?”.
La tarea inquisidora de Cunk, sumada a su tentación de protagonismo revelando anécdotas que involucran a su amigo Paul o a su exnovio Sean, desnudan entre risas no solo la subversión de las certezas absolutas que define a la era contemporánea sino también la equivalencia entre sus más estúpidas elucubraciones y las meditadas respuestas de los académicos y profesionales. Como siempre en el humor inglés, la exquisita mezcla de soberbia e ignorancia que define a Cunk concita la maestría del recorrido por la Historia, ya que el personaje ofrece lo mejor de su expresión perpleja y su falsa agudeza como resumen de un mundo cuyas dimensiones se reducen frente al ego de quienes se regodean en observarlo.