“¿Qué sostienen las mujeres?”, se pregunta Maira Kalman, renombrada ilustradora, escritora y diseñadora, tan querida en los Estados Unidos que -sobre ella- dice tanto el público como la crítica: es un tesoro nacional. Pues, a sus 73 años, la estimada artista ofrece respuestas a su manera: a través de una serie de retratos cautivadores de mujeres que sujetan, soportan, mantienen -en sus palabras- “el hogar y la familia, la comida, las amistades, el trabajo del mundo y el trabajo de ser humano, los recuerdos, las penas y los triunfos, el amor”. De eso se trata Women Holding Things: tal es el nombre de su reciente y ponderada colección de 86 pinturas, editada en formato libro en su país, con la que su autora ha querido ofrecer un reconocimiento valorizador, celebratorio a mujeres francamente exhaustas que, a pesar de lidiar con demasiadas cargas, perseveran en el día a día. Las de ayer y las de hoy, dicho sea de paso, porque las escenas que MK ofrece conectan con generaciones pasadas tanto o más tenaces, honrándolas en su complejidad y belleza.
Acompañando cada pieza con anotaciones íntimas y reflexivas, Kalman presenta entonces a damas y damitas -algunas famosas, otras anónimas- sosteniendo una amplia variedad de objetos que, aunque ubicados en forma aparentemente antojadiza, pintan universos significativos: desde flores y tijeras, un pollo y una taza, hasta globos, un violín, una muñeca o, por qué no, un amante. Con esmero, MK dibuja a su hija Lulú vestida con pilcha de laburo mientras carga una torta de cumpleaños recién horneada para sus retoños, Olive y Esme. O a una jovencita que, bajo un cerezo en flor, sostiene con emoción y orgullo su ukelele rosa.
Empero, MK no se limita a la dimensión física: también apela a la metáfora para hablar de historias dolorosas y sueños clandestinos, del peso de las obligaciones, del linaje, del sostenerse entre amigas o a una misma (“a duras penas”, en el caso de Virginia Woolf, entre las notables y admiradas artistas que aparecen en esta colección entrañable). En esa línea, bosqueja a muchachas que sostienen: “la mirada”, “viejos rencores”, “opiniones maliciosas”, “ideas sobre el arte moderno” o -en el plano de lo onírico, emparentándose con la fotografía surrealista de Grete Stern- una roca gigantesca. Encorvada sobre su escritorio, Gertrude Stein, se mantiene fiel a sí misma; la poeta Edith Sitwell tiene un libro de colosal tamaño en las manos, y la artista contemporánea Kiki Smith se recrea con un frasco de miel que sujeta parada en el jardín de su casa.
En esta selección personalísima, Maira tampoco se priva de honrar a sus parientas, recordando a su madre, sus tías, su suegra o, dicho está, la hija y las nietas. A su abuela, por caso, Kalman la pinta soportando el peso del mundo sobre sus hombros, “sus piernas tan robustas como troncos de árboles”, en la que describe como su pieza favorita porque, contra viento y marea, a pesar de haber perdido a familiares en el Holocausto, su yaya siguió adelante con bríos, encargándose de que todo marchara sobre rieles para sus seres queridos. “Está fresco en mi memoria el aroma de sus pasteles de canela de cada viernes”, admite con un dejo de nostalgia quien tuvo su epifanía de manera bastante curiosa…
Y es que la idea de Women Holding Things nació literalmente de un repollo: viendo cómo una desconocida lidiaba con esta hortaliza, refunfuñando mientras hacía malabares para que no se le cayeran junto a las demás compras. La postal hizo que se le prendiera la lamparita: “¡Ya sé cuál será mi próximo trabajo!”, se dijo al toparse con esta insólita, inesperada musa durante las primeras semanas de la pandemia en un mercado de agricultores de Kingston, Nueva York. Et voilá el concepto para una colección que armaría a partir de recuerdos y fotografías, pensando acerca de “las responsabilidades femeninas, sobre qué significa ser mujer y cuáles son las complejidades más típicas de nuestras vidas”, contemplando a las mujeres como sostén y, a la vez, preguntándose qué las sostiene a ellas.
Vale decir que, ilustradora de portadas memorables del New Yorker y colaboradora frecuente del New York Times, Kalman es conocida por mantener la mirada siempre fresca, con un talento inusitado para mostrar cómo ciertos detalles mundanos ocultan maravillas. Una de sus grandes pasiones, de hecho, es fotografiar todo cuanto le resulte motivador, sea una silla, árboles, sofás, zapatos, perros paseando en la plaza, porque, como diría Adélia Prado, “donde haya piedra que no vea solamente piedra”. Idealmente sale a caminar y observar qué acontece en derredor, un ejercicio de apertura mental para Kalman; cuyo día perfecto, asegura, involucra una taza de rico café y el periódico en las manos, para leer obituarios que, después de todo, “tratan más sobre la vida que sobre la muerte de los finados, condensando una biografía heroica, interesante o incluso absurda en apenas unos pocos párrafos”.
Narradora que le huye tanto a la solemnidad como a las estructuras convencionales (aquello del inicio, nudo y desenlace no es lo suyo, destaca, sugiriendo que todos sus libros son -de algún modo- autorreferenciales y se hacen eco de cómo disfruta vivir el día a día: en forma confusa y aleatoria), asegura aplicar “la misma inventiva, el mismo ingenio y el mismo amor por las palabras” en sus obras para chicos que en sus trabajos para adultos, atenta a no ser condescendiente con ninguna de sus audiencias.
Sobre un can poeta llamado Max Stravinsky, por caso, trata una saga literaria que escribió e ilustró para infantes -también para grandes-, donde el locuaz protagonista de cuatro patas a menudo parece ligeramente desorientado y tiene tendencia a que le rompan el perruno corazoncito. “Es muy cierto que la parte más tierna, complicada y generosa de nuestro ser brota sin esfuerzo cuando se trata de amar a una mascota”, escribe en Beloved Dog, otro de sus volúmenes bellamente ilustrados, sobre los pichichos que han ido marcando su historia desde que adoptó a Pete, un terrier irlandés, para que acompañara a sus hijos mientras su marido estaba muriendo de cáncer.
Capaz de tocar muchas cuerdas sin desafinar en ninguna, a fines de los 70s Maira ayudó a su difunto esposo -el prestigioso diseñador gráfico Tibor Kalman- a fundar el estudio M&Co, donde, a su decir, tenía “el mejor trabajo del mundo: pensar las ideas más extravagantes, más absurdas”. Siguiendo, eso sí, una filosofía compartida: “Usar el humor y la sorpresa, la elegancia y la humanidad” en todos y cada uno de los diseños. Desde entonces, MK ha creado textiles para Isaac Mizrahi; decorados para el bailarín y coreógrafo Mark Morris. También ha contribuido con su arte gráfico a libros como el aclamado American Utopia (2020), de David Byrne, exlíder de la banda Talking Heads, y recientemente se ha dado el gusto de llevar adelante una versión ilustrada de la Autobiografía de Alice B. Toklas, de Gertrude Stein.
Además, hace unos años, en la galería de arte de su hijo Alex, montó una muestra donde recreaba el armario de Sara Berman, su madre, dama coqueta que solía vestir íntegramente de blanco, “acaso una manera de traer luz al mundo”, dirá Kalman sobre la mujer que admiraba, que le contagió el amor por la lectura. La instalación tuvo tanto predicamento que volvería a ser exhibida ni más ni menos que en el Metropolitan Museum of Art durante 9 meses, flechada la institución por este trabajo de MK en torno a su mamá oriunda de Bielorrusia, que escapó de los pogromos zaristas, se instaló en Tel Aviv -donde justamente nació Maira-, previo a mudarse definitivamente a NY.
Apenas una muestra de su vasta y variopinta obra, que incluye decenas de libros de su autoría, con varios best-sellers bajo el brazo, además de numerosas exposiciones, reconocimientos, galardones. Entre sus éxitos más sonados, figuran volúmenes como The Principles of Uncertainty, suerte de monólogo ilustrado, parte documental, parte bitácora, donde expresa su peculiar visión de mundo en torno a la incertidumbre. En And the Pursuit of Happiness, explora el funcionamiento de la democracia estadounidense y la política contemporánea desde su lente de artista, en columnas gráficas que -por ejemplo- se detienen en la pasión de Thomas Jefferson por las arvejas.
The Elements of Style, otro suceso, fue su irreverente tributo a una biblia de la gramática inglesa: el homónimo manual de estilo escrito entre 1918 y 1920 por el profesor William Strunk Jr., editado y ampliado décadas más tarde por E. B. White. Antaño recomendado entusiastamente por la mismísima Dorothy Parker, se trata de un clásico tenido por lectura obligatoria entre periodistas, escritoras/es, cualquier profesional vinculado a las letras, y su mantra -conforme resalta Kalman- sigue más vigente que nunca: hacer que cada palabra cuente. A eso precisamente ha dedicado su vida entera Maira: hacer que cada trazo, cada color, cada imagen, cada letra, cada idea le aporte algo a un público que la adora por sus ocurrencias, su curiosidad, su particular y estimulante sentido del humor.