A propósito del terrible terremoto de Turquía y Siria ocurrido hace unos días, surgieron historias que, como siempre pasa en estos acontecimientos, nos muestran la fuerza de la vida entre los escombros.
He escuchado hablar de lo que se llama el triángulo de la vida, que son esos espacios, esos huecos, en los que se puede conservar la vida. Se forman esos espacios refugiándose al lado de una pared o un mueble que sostienen lo que cae generando un triángulo o espacio de vida, como he escuchado que se los llama.
El espacio de vida, por extensión puede ser una casa, una habitación, o una actividad que permite a un sujeto gozar de la vida y aliviar sus sufrimientos. En la arquitectura, precisamente se trata de construir sobre un vacío, es decir casi darle forma a ese vacío para hacerlo vivible.
Los rescatistas en el terremoto pudieron encontrar pequeñas o grandes historias de sobrevivencia de varios días, de mujeres, hombres y niños que despertaron la alegría de vivir.
Pero la historia que más sorprendió fue la de una niña recién nacida, encontrada al lado de su madre y de su padre y hermanos, todos lamentablemente muertos a causa del siniestro. Los rescatistas encontraron a la recién nacida hasta con el cordón umbilical que tuvieron que cortar, es decir que la niña nació prácticamente luego o al mismo tiempo del fallecimiento de su madre. Lo que me resulta sorprendente es cómo la vida se impuso a la muerte, cómo la pulsión de vida se sobrepuso la pulsión de muerte generada en ese acontecimiento de tierra.
Jacques-Alain Miller, en el Curso de la Orientación Lacaniana de 2011 El Ser y el Uno se refiere a los acontecimientos de tierra, como son precisamente los terremotos y todas aquellas irrupciones, como inundaciones, deslaves, avalanchas que sorprenden por su inminencia y ferocidad y que llevan la marca de lo que podemos llamar un exceso, equivalentes a los excesos pulsionales que vemos aparecer en síntomas como las anorexias, bulimias, atracones, toxicomanías, que llamamos síntomas por extensión, pero que son más bien irrupciones de un real indominable, de un exceso no representado, no simbolizado y que por eso emergen despiadamente sin ninguna consideración, ni aviso previo, que dejan a los sujetos estragados, arrasados y a veces con una pregunta, en el mejor de los casos, sin respuesta.
Pero tales acontecimientos del cuerpo pueden, como en los terremotos, guardar una vida e incluso posibilitar un nacimiento, si alguien está allí para recibir y dar lugar a esa pequeña porción de vida sobre la cual puede construirse una vida nueva. Esa es la apuesta para no cejar.
*Psicoanalista. Coordinación y edición de la página de Psicología de Rosario12.