“¿Presencial o virtual?” Esta pregunta suena como un eco que repiten colegas y pacientes en consultorios, instituciones y pasillos. Desde hace unos años, a partir de la migración forzosa del psicoanálisis al espacio virtual en la pandemia, ya no nos resulta fácil a los psicoanalistas saber dónde estamos trabajando. La localización se descompuso en varios escenarios fractales que concurren, se superponen y alternan. El universo digital es un espacio geopolítico difícil de definir.

¿Dónde estamos, cuando estamos en la red? ¿Qué sistema social habitamos? El capitalismo digital es el modo de producción y distribución de riquezas que organiza los intercambios sociales contemporáneos. Tiene algunas diferencias respecto del capitalismo tradicional. Señalarlas contribuye a pensar sobre las formas actuales que adopta el malestar en la cultura. La generación de riqueza en el capitalismo digital no está vinculada a la producción fordista de objetos, sino a la producción y uso comercial de datos. Los datos están en relación directa con nuestros deseos, nuestras fantasías, nuestro mapa libidinal. Nosotros somos la materia prima de donde se extrae el producto. Esta enajenación de nuestro deseo y su utilización por parte del capital es global, absoluta y continua.

Es decir, por primera vez en la historia, de modo automático y aparentemente insensible, el capitalismo encontró el modo de poner a producir a nuestro inconsciente de manera continua, sin que estemos advertidos de esta permanente expoliación. El capitalismo digital no es sólo una versión del capitalismo más avanzada por el uso de la tecnología que favorece el circuito comercial. Es una modalidad diferente de funcionamiento social que nos transforma en materia prima y trabajadores no asalariados a tiempo completo, es decir, esclavos.

Los psicoanalistas no trabajamos al margen del sistema sociopolítico. Nuestra práctica está radicada en el sistema. El sistema capitalista digital es el encuadre de nuestros encuadres.

Sabemos desde Freud que los avances tecnológicos no traen mayor felicidad a la humanidad. La modalidad extractiva del capitalismo digital, que reduce nuestros deseos a mercancías, tiene sus efectos. La sensación de vacío, la dificultad para encontrar sentido a la existencia, los obstáculos para investir el futuro en forma de proyecto. ¿Cómo sentir la vida como propia si hasta los sueños son capitalizables? La plusvalía les es extraída a los proletarios del fruto de su trabajo sobre la materia prima. Es un modelo injusto: quien tiene el capital tiene ventaja. Pero ¿qué pasa si la materia prima somos nosotros mismos? ¿si el trabajo se realiza sobre nuestro desconocido interno, nuestro inconsciente? ¿Qué tipo de vacío produce esa reducción? El cansancio, la depresión, la astenia existencial son quejas habituales en la consulta y malestares de la época.

Los modos en que los analistas habitamos el espacio social y conceptualizamos las interacciones entre sujeto y sociedad tienen consecuencias en nuestra clínica. La injusticia y la desigualdad económica, la existencia de excluidos sociales, no son eventos soslayables, sino las bases sobre las cuales se erige este sistema. Lo que hace imperativo reiterar la pregunta acerca de cuál es la posición de los psicoanalistas en el mundo contemporáneo, ¿trabajamos para lograr la integración social de nuestros pacientes? ¿cuál es el costo de esa integración, dadas las condiciones de la sociedad actual? Si no estamos atentos a las características del universo en el que vivimos, tenemos muchas chances de trabajar a favor de la esclavización y homogeneización subjetiva.

La tecnología también puede ser, como dice la artista multifacética Laurie Anderson, el fuego alrededor del cual nos sentamos a contar historias. El uso de la Red que hacemos los psicoanalistas cuando trabajamos con nuestros pacientes en forma virtual desvirtúa la finalidad de expoliación descarnada y modifica de algún modo la lógica del funcionamiento de esa megalópolis ubicua sin fronteras, pero con marginados; sin gobernantes, pero con poderosos que es la Red de redes. Las reglas que definen el encuadre y la práctica del psicoanálisis en parte escapan, en parte divergen y en parte contradicen las reglas de uso del capitalismo digital. En gran medida, compartimos el modo de habitar el territorio virtual con los artistas y los hackers.

Recordemos lo que decía Freud: “Llamamos normal o sana a una conducta que, como la neurosis no desmiente la realidad, pero como la psicosis, se empeña en modificarla”. Esta pequeña frase permite dibujar una posición interesante para el psicoanalista contemporáneo: la de estar atento y no desmentir los efectos que la maquinaria digital tiene sobre nuestros pacientes. Trabajar dentro de la comunidad de los que escuchan, en esta época, es formar parte de un pequeño grupo de resistencia. Un conjunto humano que, habitando el universo digital, lo hace en tensión con sus reglas y demandas, por la naturaleza de la tarea que desarrolla y por el tipo de ética que la sustenta. La escucha de por sí es un gesto de resistencia al orden social imperante. Es posible que en el diálogo con nosotros, nuestros pacientes se tornen menos exitosos desde un punto de vista convencional, menos adaptados socialmente, más rebeldes y creativos, menos homogéneos, más raros.

La escucha crea una temporalidad que se pliega y se detiene en nimiedades, generando condiciones para el trabajo de elaboración que esculpe el pasado y reescribe, dibuja y canta la historia, una historia en la que el dolor y el sufrimiento psíquico tienen una jerarquía. Es una escucha activa que se sostiene en una posición en la que el cuidado y la responsabilidad por el otro se apoyan en la abstinencia y el encuadre.

El material con que trabajamos es evanescente, elusivo, oculto. Cincelamos piedras imaginarias, esculpimos una arcilla que pertenece al pasado, poetizamos acciones jamás realizadas, otorgamos entidad a seres inexistentes. La materia con que trabajamos es la misma que explota el capitalismo digital: el inconsciente. Mientras que el capital hace usufructo del deseo en formas infinitas, registrando cada actividad, archivando la memoria de cada mirada y cada clic, nuestro trabajo consiste en el trazado de un mapa de los movimientos y las figuras del deseo y de las fuerzas que lo comprimen, reprimen, oprimen, inhiben, suprimen e infiltran. Me gusta pensar que es un trabajo a contracorriente del mainstream cultural que genera pequeñas revoluciones íntimas. Desde el aullido de dolor a la felicidad creadora, desde el trabajo con los duelos y los recuerdos a la posibilidad de estar en el presente, sintiendo latir la belleza fuerte de la vida.  

Adriana Yankelevich es escritora. Médica psicoanalista didacta. (Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires).