El psicoanálisis no es democrático. Si logramos practicar el no-binarismo en lugar de hacerlo consigna, podemos hacer aparecer otra posibilidad. Una terceridad que funciona sosteniendo dos variables al mismo tiempo. Una sorpresa sin cumpleaños, que festejamos al suspender una elección pensada. Un parto sin dolor, pero con velitas de angustia.
Entonces tampoco podemos decir que es anti-democrático, ni autoritario y menos una tiranía.
La sonrisa de Lacan en televisión frente a la pregunta sobre la libertad es imposible de escribir. El tipo mira a la cámara sin juntar los labios, como diciendo ¿De verdad me está preguntando esto? ¿Es real? Hace una pausa, y finalmente exhala: “Yo no hablo de libertad”.
Un francés que no habla de libertad es como un argentino sin dulce de leche. ¿Será por eso que muchos analistas son tan amargos?
No hablar de algo no significa dejar de ocuparse de ello. La situación analítica es un sopapo en la jeta del individuo liberal, que llega con la decisión de invertir en un tratamiento, que le permita apagar el ruido de su radio. Esa fritura cada día más insoportable, un ataque sonoro que le provoca tanto pánico.
Someterse a una experiencia es poder perder los supuestos derechos con que el individuo cuenta (pague o no sus impuestos).
No elige el tiempo, ni el dinero, ni siquiera puede hablar de lo que quiere. Es interrumpido, interpretado, cuestionado. Se frustra, se siente un boludo, piensa que todo es su culpa y que jamás tiene razón. ¡Bien!
A veces aparece un berrinche, un pataleo, hasta algunos piden el libro de quejas. En lugar de “contener”, explicar o contraatacar, el analista puede aprovechar esta hermosa oportunidad para hacer una pregunta: ¿Pensás que afuera sos verdaderamente libre?
Conversar dos y que diga uno es un artefacto que pone en acto la realidad corporal de estar determinados. No hay más libertad que la condicional y la buena conducta no siempre achica la condena.
Analizarse es hacerse la rata con argumentos, poner en cuestión la propiedad privada. Desaloja sin orden judicial cualquier fantasía infantil de libertad ilimitada. Discute con carteles de publicidad que dicen, sin ponerse colorados: “Elegí todo”.
Pagar por trabajar, perder, no tener el control son cuestiones que, desde aquella mirada pícara hasta la fecha, no se ríen por TV.
“El análisis es una estafa”, decía la misma boca. Pero atenti, el estafado es el sujeto capitalista en su intento de autonomía. Si la furia del empresario de sí mismo no rompe a patadas el diván, en defensa del consumidor, otra sorpresa puede celebrarse.
Porque a veces, no siempre, ni para toda la vida, la traición cede lugar a la alegría. Con un poco de suerte, trabajando mucho, sin sacrificio ni pan sudado, la puteada se convierte en gratitud y el deseo del sujeto sonríe al final.
Jeremías Aisenberg es psicoanalista.