Mucho se ha dicho a lo largo de estas semanas acerca de la importancia de incorporar perspectiva de derechos a la hora de producir coberturas periodísticas o propuestas de entretenimiento cuando la cámara hace foco en chicas y chicos.
En el último mes dos casos alertaron a las organizaciones vinculadas a la infancia. El primero mostraba bebés participando en una competencia que podría compararse con la que, en otra señal, realizan perros. Bebés que gatean mientras los adultos (dueños o padres según corresponda) los estimulan con gritos desaforados, mostrándoles objetos tales como celulares, juguetes, para que sigan avanzando hasta llegar a la meta y así ser recompensados con regalos que incluyen sus 30 segundos de fama. El otro caso: el de un niño del “conurbano profundo” que es expuesto ante la cámara, sin autorización de sus progenitores. Habrá quien diga que crece sin ese cuidado. De ser así, el avasallamiento de su imagen no es por eso menor.
Hay quienes sostienen que no entienden el motivo de “tanto escándalo”. En algún caso se preguntan si el problema es el horario en que se emitió la competencia. En el otro se cuestionan cuál es problema que un niño dé testimonio.
La respuesta a estas y otras tantas preguntas es que ambos casos no deben ser vistos como hechos aislados. Si bien es posible analizar cada uno de ellos de manera particular, hasta justificarlo y contar con referencias jurídicas y académicas, es necesario comprender que estos y otros casos son apenas ejemplos de un modo de mirar la infancia, desde los medios pero también desde las audiencias. Hechos como los mencionados ponen en evidencia una sociedad que tiene grandes deudas con la infancia. Estas propuestas comunicacionales son parte de un paradigma que aun no ha evolucionado.
Hay mucho material escrito sobre las condiciones que deben cuidar las coberturas de los medios a la hora de incorporar a la infancia. Pero para que esta mirada esté presente en las propuestas de entretenimiento y en coberturas periodísticas es imprescindible que profesionales y audiencias comprendan qué son los derechos comunicacionales de la infancia, qué implican y fundamentalmente la importancia de su resguardo en tanto que son habilitantes del cumplimiento efectivo del conjunto integral de los derechos. Su avasallamiento obtura el ejercicio de todos éstos.
Existen organismos tales como la Defensoría del Público y el Consejo Asesor de la Comunicación Audiovisual y la Infancia (Conacai) que han producido herramientas orientadas para que tanto profesionales como audiencias respeten y hagan respetar los derechos comunicacionales de niñas y niñas. Estos instrumentos de capacitación son de acceso gratuito y es posible encontrarlos en sendos sitios web. Sumado a esto, hace pocas semanas Unicef presentó una batería de cuadernillos sobre la temática. Todos estos materiales son bienvenidos e imprescindibles para que los profesionales se formen. Pero aun más allá, es fundamental que se eduquen las audiencias. Universidades, escuelas, organizaciones sociales y productoras deberían comprometerse con esta capacitación tanto como lo hacen con el uso de una cámara, un micrófono o una luminaria.
Escribo y pienso qué poco se ha avanzado en resolver estas cuestiones que tienen a la infancia en el centro de la escena. Hace ya tiempo, en 2009, en el libro Tatuados por los medios escribía que “aquellos profesionales, responsables de los contenidos producidos y emitidos desde las pantallas, deben asumir que sus decisiones han de estar amparadas por la ética y la responsabilidad social. El Estado, las instituciones y la sociedad deben auditar que esto así suceda y no permitir que el mercado avance por sobre los derechos de los sujetos”.
Pero antes aun, en el año 2004 éste era un tema crucial, en la Cuarta Cumbre Mundial de los Medios para Niños y Adolescentes de la que participaron representantes de setenta países. Entonces se firmó la Carta de Río de Janeiro donde se sostiene que “el mundo y los medios de comunicación de masas que lo reflejan y le dan forma, están en una encrucijada. Guerras y odios, pobreza y desigualdad, lanzan una sombra sobre nuestro futuro común. Nos preguntamos si los medios forman parte del problema o de la solución. Nuestra respuesta es: ambos”. Quizás hoy la respuesta debe reformularse o tensarse.
No es posible pensar que serán los medios los que, per se, construyan el nuevo paradigma ya que estos medios cabalgan sobre la figura del consumidor. Solo una sociedad comprometida, informada y responsable de las nuevas generaciones podrá exigir que se priorice a la infancia como sujeto de derechos por sobre 30 segundos de fama.
* Magister en Comunicación y Cultura/UBA. Especialista en comunicación y educación. Autora de Navegar entre culturas (Paidós).