Bryan Cranston me muestra su tatuaje de Breaking Bad. Preguntarle a un actor por su personaje más famoso puede ser un riesgo, especialmente si ese trabajo es de hace una década, y en esa década ha ganado premios Tony y nominaciones al Oscar, además de hacer un buen número de cosas interesantes. Pero Cranston está feliz de concederlo. Incluso encantado. "¡Aquí está!", dice, y extiende sus dedos para que ocupen la cámara. En el interior de su dedo anular está el tatuaje que se hizo en el último día de filmación de la serie que ganó 16 Emmy, y que cambió su vida. La tinta ya está un poco borrosa y las letras se mezclan unas con otras, pero los símbolos son inmediatamente reconocibles: Br. Ba.
"Esto cumplirá diez años en un mes", suspira Cranston, y levanta las cejas como diciendo "¿podés creerlo?". Cranston es esa rara clase de actor sin edad, que parece haber nacido en la mediana edad y desde entonces no envejeció un solo día. Tenía 44 cuando consiguió el papel de Hal, el desventurado patriarca de Malcolm in the Middle; tenía 52 cuando empezó su camino como el opaco profesor de Química convertido en señor de las drogas en Breaking Bad; 58 cuando ganó un Tony por su increíble performance como el presidente estadounidense Lyndon B. Johnson en All the Way; 59 cuando recibió una nominación al premio de la Academia por retratar al guionista de Trumbo; y 61 años cuando interpretó a un presentador de noticias al borde en la adaptación al escenario de Network, poder que mata. Por ese trabajo ganó un segundo Tony. Pero a los 66 años sigue luciendo como Hal. En una industria que cambia muy rápidamente, los pliegues de la frente de Cranston son una constante que reconforta. Su transformación para Your Honor, entonces, produce un impacto notorio. Por primera vez, se lo ve viejo.
La serie que acaba de subir su segunda temporada a Paramount + presenta a Cranston como Michael Desiato, un juez moralmente recto de New Orleans. De todos modos, el halo se desvanece cuando su hijo mata al hijo de un mafioso en un accidente de auto y luego huye. Michael lo encubre y se desata el caos. Tras el asombroso desenlace de la primera temporada, Michael es un hombre transformado. Incluso físicamente. Cranston perdió diez kilos para el papel. "Quería que se me marcaran bien las costillas", dice. "Que la gente dijera 'Oh mi Dios, está muy flaco'. Este es un hombre que lo perdió todo."
En el comienzo se ve a Michael desnudo, vistiendo solo su ropa interior y una barba revuelta. Está encorvado y flaco. "Fue duro. Ves estas grandes y deliciosas fuentes de pasta y no podés tocarlas. Siempre me sorprende cuando la gente me pregunta cómo recuperé el peso. Yo más bien estaba pensando cómo había hecho para perderlo", dice Cranston, ahora perfectamente afeitado. "Mi barba era grande y frondosa. Crecía donde quisiera, con lo que en eso había bastante liberad, pero la disciplina vino con la pérdida de peso."
De todos modos, para Cranston ignorar la pasta valió la pena. "Cada vez que mirás el espejo y creés en lo que estás viendo, ayuda tremendamente", dice. "Para los actores, cada vez que empiezan un nuevo proyecto el personaje está ahí fuera para ellos. Está ahí fuera, en algún lado". Es trabajo del actor, entonces, hacer que se acerque. Se pone a trabajar hasta que de pronto el personaje está dentro suyo. "Es casi como la ósmosis", explica. "Y una vez que lo tiene dentro, piensa 'gracias, Dios, ahí está'". Se agarra el pecho como si quisiera mantener algo dentro.
Cranston habla a menudo así, formalmente y en segunda persona. No para desviar, que es el propósito típico, sino para instruir. Se le puede preguntar cualquier cosa y él encontrará la manera de llevar la conversación de nuevo a su tema favorito, la actuación. De hecho, habla sobre ese arte de manera tan intensa y meticulosa que uno sospecha que seria un fantástico profesor de cine. Así ofrece su guía de cuatro pasos para convertirse en un buen actor: talento ("No puede ser enseñado, pero sí alimentado"); una curiosidad insaciable ("Una voluntad de leer y leer y leer"); un cofre del tesoro de experiencias personales ("No solo de alegría sino también de desesperación; dolor, rabia, venganza, todas esas cosas horribles"); y por último, una imaginación aguda para conectar las piezas. "Ponés todo junto, y esas son las herramientas para crear un personaje interesante y convincente". Siento que le debo una cuota de matrícula.
Su carrera es la culminación de un trabajo duro, talento, elecciones riesgosas y suerte. El pone especial énfasis en el último item, y dice que el éxito le llegó temprano. Es una declaración sorpreendente, dado que estaba en los 40 cuando se hizo célebre. Pero el reconocimiento nunca fue su objetivo: Cranston quería sostenerse a sí mismo. Todo lo demás era un extra. "Cuando empecé mi carrera, a los 23 años, todo lo que quería era ser capaz de ganarme la vida", dice. "Ganarme la vida como actor, esa era mi medida del éxito. Y lo conseguí solo dos años después, a los 25. Desde entonces, todo lo que hice para ganarme la vida fue actuar. No puedo pensar en una experiencia más bendecida, lo afortunado que soy."
La suerte tuvo algo que ver, seguro, pero Cranston trabaja duro. Se internó en el terreno de estrellas invitadas en series como Chips, Lobo del aire, Baywatch y La reportera del crimen durante más de una década, antes de conseguir el personaje de Malcolm. Entre esas apariciones estuvo su trabajo en cinco capítulos de Seinfeld, en los '90. Aparecer en la sitcom "fue como ir a un campamento de la comedia", dice Cranston, quien interpretó a Tim Whatley, dentista de las estrellas. "Jerry Seinfeld y Larry David eran como unos experimentados cirujanos de la comedia. Podían cortar todo, quitar un momento o incluir otro", detalla. Una vez, el dúo sugirió que Cranston esperara dos segundos antes de pronunciar su línea de diálogo. "Dijeron que de ese modo conseguirían una carcajada más grande". El consejo funcionó. "La comedia es una cosa muy delicada, muy perecedera", dice. Cranston no se quedó atrás. Provocó muchas risas, a menudo en detrimento del proceso de filmación. "Cada vez que teníamos que dejar de grabar, era porque Jerry no podía aguantarse", recuerda. "Y si podés hacer reír a Jerry, realmente metiste un home run. Justo después de eso llegué a Malcolm in the Middle; mi experiencia en Seinfeld me ayudó a estar listo para eso."
Cranston creció en Canoga Park, Los Angeles, el hermano del medio de una serie de tres. De chico estaba obsesionado con el béisbol. Aún lo está: "Mi dormitorio tiene un montón de parafernalia de béisbol". Gorras y trofeos de competencias en las que participó mientras crecía (es fanático de los Dodgers de LA: "Ganes o pierdas, siempre estás surfeando la ola"). Sus padres, que se conocieron en clases de actuación, se separaron cuando él tenía 12 años. Cranston ha hablado en el pasado sobre cómo el sueño incumplido de convertirse en estrella destruyó a su padre. "Fue más allá de creer en vos mismo. La confianza en mí mismo era la esperanza de que podría ganarme la vida en este negocio", dice. "Mi papá tenía una mirada diferente; él buscaba resultados, algo que lo afectó negativamente por el resto de su vida. Así que, desafortunadamente, aprendí de él lo que no había que hacer. No mirar el asunto y decir 'Quiero ser una estrella'".
Cranston ha disfrutando la performance desde temprana edad, pero ser testigo cercano de los problemas de su padre lo ayudó a forjar sus ideas. "Me di cuenta de que quizá no era lo adecuado para mí", dice. Entonces decidió enfocarse en su otro talento, el trabajo policíaco. Quizás sería cool ser detective, pensó. Estudió ciencia policial en la universidad, pero siguió actuando como hobby. En su segundo año tomó una clase opcional de actuación en la que conoció a una chica. Una chica realmente muy bonita. "Es mi primer día y estoy nervioso", recuerda. "Estoy mirando alrededor, y estoy sentado junto a esta chica, y miro el guión y dice 'una pareja se está besando'". Abre los ojos y la boca. "Solo pensalo... sos un chico de 19 años, y tu trabajo es besar a una chica muy bonita. Ese es el trabajo. Tu cabeza explota. Es el momento en el que todo se fue al cuerno: wow, esto es mucho más divertido que la ciencia policial. En la ciencia policial nunca se supone que beses a una chica."
Y así, Cranston dejó que lo picara el bichito de la actuación. Con algunos asteriscos. "Podés dedicarte al mismo negocio que tus padres, pero tener ideas de cómo hacer ciertos ajustes, cómo te aproximarías a ciertas cosas. Y eso es lo que hacés." Sus padres actuaban, su abuelo también había sido actor. "Me metí en el negocio familiar. Cuando mi hija decidió dedicarse a la actuación se convirtió en la cuarta generación. Está en el negocio familiar, algo bastante común." Taylor Dearden, quien ha aparecido en Sweet / Vicious y en American Vandal (Netflix), no figura en la investigación de la revista New York sobre "nepo babies" pero, siendo hija de Cranston y la actriz Robin Dearden, su esposa desde hace 33 años, bien podría haber estado.
Tras esa cadena de apariciones como invitado, Cranston finalmente pisó fuerte en la industria con Malcolm in the Middle. La sitcom de Fox se emitió durante seis años y ganó siete Emmys. Junto a la siete veces nominada al Emmy Jane Kaczmarek ("¡Mi amada Lois!"), se hizo un nombre en pantalla como Hal. El rol fue una exhibición de la fisicalidad de Cranston, especialmente el modo en el que puede transformar su cara de arcilla a acero en un instante.
Sin dudas Cranston consiguió una gran performance como Hal, pero también trajo grandes ideas. Ideas cruciales, de hecho, que hicieron que su personaje -cuyo creador admitió que inicialmente tenía menos presencia- fuera una de las grandes razones del éxito de Malcolm. Fue sugerencia suya que Hal y Lois estuvieran felizmente casados. De verdad. Su relación es un puerto en la tormenta de las disfunciones familiares en pantalla. "Dije '¿qué tal si esta relación fuera realmente buena? ¿Qué tal si él simplemente está enamorado de su esposa?' Y los guionistas fueron adelante con eso. Para Hal, Lois no podía equivocarse. Simplemente se desmayaba cada vez que estaba cerca de ella". Se ríe. "Por supuesto, por eso es que tienen cinco hijos."
En un momento en cualquier cosa puede ser reiniciada, se ha meneado la idea de una película de Malcolm in the Middle. Cranston es optimista: "Es una posibilidad", dice. Meses atrás se la presentó al creador de la serie, Linwood Boomer. "Dijo que lo pensaría, y reunió a su equipo de guionistas. Si pueden traer una gran idea, una idea legítima, entoncés la seguirá. Pero si no, entonces nada. No necesito un trabajo. Tengo muchos trabajos. No lo necesito, pero querré hacerlo si hay una gran idea." Con el correr del tiempo, para muchos el nostálgico legado de la comedia empezó a ser acosado por reportes de peleas en el set y malas conductas. Malcolm, de todos modos, se mantiene puro. "Fueron siete años gloriosos", sonríe Cranston. "Ir a trabajar cada día y hacer reír a otros. Ese era mi trabajo." Como besar a esa chica tan bonita tantos años atrás, dice.
Cuando Malcolm terminó en 2006, Cranston pareció destinado a interpretar ese tipo de personaje de Hal para siempre. Escapó a ese destino gracias al guionista televisivo Vince Gilligan, con quien había trabajado en un episodio de 1998 de The X-Files. Gilligan quería que Cranston protagonizara una nueva serie en la que estaba trabajando llamada Breaking Bad, sobre un profesor de química que empieza a cocinar meta. Pero en ese entonces millones reconocían a Cranston como un atontado padre de cinco. Elegir al padre de Malcolm in the Middle para un magnate de la meta era algo difícil de vender. Pero pagó largamente. Solo pasaron unos meses entre el final de Malcolm y el comienzo de Breaking Bad, pero el cambio de marcha fue tan extremo que se sintió como una segunda etapa de su carrera.
Durante cinco años, de 2008 a 2013, Cranston se entregó al personaje de Walter White, cuyo compás moral se fue desmoronando lenta pero inevitablemente. La transformación fue tan discordante que Anna Gunn, quien interpretaba a la esposa de Walt, le dijo a The New Yorker que se sintió genuinamente "sola, asustada y furiosa" cada vez que el personaje de Cranston se enfrentaba a ella en las escenas. Varios coprotagonistas pueden dar cuenta de los mismos sentimientos. Pero Cranston no es un actor del Método: con toda su sinceridad cuando habla de su oficio, deja bien claro que es solo eso. Un oficio, no su vida. Para él es importante ser capaz de meterse en ese tesoro de experiencia y sacar afuera el dolor y la crueldad, pero es igualmente importante poder encontrar el camino de regreso.
Cranston lo compara a desenrollar el mat antes de una sesión de yoga. "Tu cuerpo sabe lo que vas a hacer", dice. "Es lo mismo para un actor. Cuando voy a trabajar, mi trabajo sabe dónde vamos, y sabe cómo llegar allí, y después girás la perilla y te limpiás de la toxicidad de esas emociones que no querés llevar a tu vida cotidiana." Los actores no nacen sabiendo cómo usar esa perilla. Es una habilidad, y como toda habilidad debe ser ejercitada. "Definitivamente, es algo que aprendés en el comienzo", dice. "A veces estás interpretando un personaje horrible y lo llevás a casa con vos, hasta que con suerte tu compañera te dice que te lo saques de encima." La perilla tiene que ver con la auto preservación, especialmente si te atraen los personajes oscuros, algo que evidentemente le pasa a él. "Lo necesitás para poder tener una vida normal", explica. "No quiero vivir en los personajes que interpreto. Si los llevara a casa conmigo quedaría completamente exhausto."
Para Cranston, el hogar es un lugar especial. Un espacio de seguridad y estabilidad que existe en directa contradicción con su trabajo. "Actuar se siente tentativo", dice. "No se siente como algo que esté fundacionalmente estrcturado para durar mucho." Lo primero, explica, es "asegurarte de que tu vida personal sea lo más sana y estructurada posible. Si tenés eso, entonces podés ir a cualquier lado en tu vida creativa, porque está esta atadura invisible que te conduce a la sanidad."
Cranston recuerda una noche en una gala de premiación, algunos años atrás. Estaba vistiendo un smoking, su esposa tenía un hermoso vestido de noche. Fotógrafos y fanáticos gritaban su nombre. Horas después llegó a su casa, le pagó a la niñera y sacó la basura, tratando desesperadamente que lo que caía del tacho no le manchara sus zapatos. "Sonreí, porque esa es la manera en que debe ser la vida. A veces la gente quiere tu foto", dice, riendo. "Y a veces estás sacando la basura."
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.