Pasados unos días del famoso fallo en el caso del asesinato de Fernando Báez Sosa, se ve con claridad el objetivo demagógico del reclamo meramente punitivo como supuesta medida “ejemplarizadora”. Queda claro que excluyo el sentimiento de sus padres, cuyo dolor es ilimitado, imposible de ser sustituido por argumentaciones racionales. El dolor por la pérdida de un ser querido, más aun de un hijo, difícilmente pueda considerar razones. La siguiente reflexión va dirigida a quienes sí debe reclamárseles que frente a estos hechos usen la racionalidad. Las guerras son fábricas espantosas de dolor a granel, pero donde se les pone fin es en las mesas de negociaciones, lugar en que los contendientes, que al provocarlas no usaron la razón, se disponen a la sensatez del diálogo y a la búsqueda de soluciones consensuadas en base a razones. Vuelvo al caso de Fernando. Después de tanto hablar los opinadores, cuyas verborragias inidóneas suelen verse afectadas de incontinencia verbal, de “penas ejemplarizadoras”, de reclamar “que sirva para que otros lo piensen bien antes de volver a hacerlo”, luego de conseguido el objetivo de que “la única pena válida es la prisión perpetua”, expresado en pegatinas de afiches en la vía pública antes del fallo, lo cierto es que esos objetivos han quedado en la difusa atmósfera de las palabras echadas al viento, con la falsa ilusión de que funcionen por sí solas. Claro, suponiendo que ese fuera el sincero objetivo, y no el mero duro castigo camuflado de “ejemplaridad”.
Digo lo anterior porque, me pregunto:
¿Dónde están hoy las propuestas de políticos de la oposición que han carancheado el caso con el fin de conseguir votos, pero también de los que están hoy en funciones específicas, como por ejemplo en materia educativa, para que estos casos sean motivo de propuestas y efectivización de programas especiales de debate en las escuelas, abordando la problemática de la discriminación, la violencia en la juventud y el machismo como forma de expresarse, incluido el análisis de sus fuentes? ¿Dónde están las conferencias de prensa de las autoridades responsables convocando a razonar entre todos? No escuché a nadie siquiera mencionarlo.
¿Dónde están los ministros de seguridad de Nación y de Provincia, proponiendo abordar estos temas seriamente, con el fin de que sirvan realmente como ejemplo --según se pretende en el discurso-- para corregir conductas futuras? ¿Dónde están las propuestas de mesas de debate en asociaciones civiles, sociedades de fomento, partidos políticos, ateneos? ¿Qué político de oposición o funcionario de gobierno --por lo menos que haya trascendido-- ha propuesto la inclusión de la problemática en los programas de gobierno para las campañas electorales, especialmente desde los municipios, que son los que tienen el contacto más directo con la población, incluida la juventud? En ningún lado, por lo menos que haya trascendido de alguna manera.
¿Dónde está la preocupación en la UAR (Unión Argentina de Rugby) por abordar este fenómeno en su propio seno, teniéndose en cuenta la llamativa reiteración de este tipo de hechos producidos por jugadores de sus clubes asociados? (Después del fallo Báez Sosa hubo otro caso en Corrientes, no letal, pero sumamente grave). ¿Qué proponen esos dirigentes deportivos? Que se sepa, nada. Yo les propongo, por ejemplo, como exjugador de rugby en mi adolescencia, que se obligue a generar debates en todos los clubes, con la participación de sus jóvenes jugadores, de todas las divisiones, empezando por las más bajas, incorporando en las charlas a expertos en el manejo de problemáticas de grupos, como, se me ocurre, psicólogos/as sociales. Sin que ello implique excluir otros. También, y aquí sí vale la firmeza --a diferencia del fútbol en el rugby a ningún jugador se le ocurre siquiera protestarle un fallo al árbitro-- disponiendo reglas desde la UAR, o desde la URBA --federación de la provincia de Buenos Aires-- por las que se decida que no se tolerará más a partir de ahora, dentro o fuera de la institución, ningún acto de violencia similar, con exclusión del plantel y de la asociación, del o los autores que incurran en esos actos, o cualquier tipo de violencia o manifestación de discriminación. Pero no he escuchado nada al respecto, o parecido, por parte de ninguno de esos responsables de las distintas federaciones, salvo alguna expresión aislada de Hugo Porta.
Y a esta altura siento que soy bastante ingenuo. Del fútbol no se ha podido desterrar la violencia, las barras bravas en connivencia con las dirigencias tanto de los clubes como de funcionarios públicos, las manifestaciones de discriminación, la corrupción, que exhibe conductas repudiables --también muchas veces delictivas--, tanto por parte de muchos jugadores como de numerosos dirigentes, y yo me estoy deteniendo en el rugby, obligado por el caso del joven víctima Fernando Báez Sosa. Enfoquemos entonces este tipo de problemas más ampliamente.
¿Dónde están los programas en los medios de comunicación masivos, o aunque fuere espacios dentro de algún programa, incluidos los programas deportivos, para tratar estos temas con seriedad, incluyendo expertos, dirigentes de rugby, del fútbol, sus deportistas, buscando debatir sobre las causas profundas de estas violencias y proponer acciones concretas para desterrarlas desde su origen? No conozco la grilla de todos los canales de televisión, ni mucho menos, tal vez me equivoque y algo ha habido, pero barrunto que lo más probable es que no, por lo menos seriamente.
Si el drama vivido por Fernando y su familia, e incluyo a las víctimas del fútbol, hubiera dado lugar a esas decisiones sociales, políticas y funcionales, realmente hubiese significado poner en acto las pretensiones de ejemplarización declamadas. Pero lo cierto es que poco a poco va dejándose de hablar del tema --otros globos permiten vender más publicidad--, y lo que campea es la ausencia total de propuestas serias y racionales, lo cual exhibe crudamente que los clamores por penas máximas y ejemplarizadoras lo son, sí, pero de hipocresía.
Ciro Annicchiarico es abogado especializado en seguridad pública y Derechos Humanos.