Los pueblos y ciudades de provincia suelen producir escritores singulares. Es fama que Pringles prohijó a Arturo Carrera y a César Aira, Cañuelas a Carlos Vega y Guillermo Etchebehere, y Lincoln a Jauretche. A exactos 500 km de Buenos Aires, en el centro de la provincia, la pequeña ciudad de Daireaux dio origen a tres grandes escritores no del todo reconocidos en nuestras letras. Emile Daireaux (Río de Janeiro, 1843 - París, 1914) fue un próspero abogado en Francia donde trabajó en la legación argentina en París hasta su radicación en el pueblo que llevaría su nombre. Fue director del periódico L'Union Française; publicaba artículos en Temps y en la prestigiosa Revue des Deux Mondes. Bartolomé Mitre escribió el prefacio de su obra más importante, Vida y costumbres del Plata (París, 1889); pero también publicó Buenos-Ayres, la Pampa y la Patagonia, (París, 1877), además de diversas obras jurídicas. Vida y costumbres es una pieza central de la ensayística histórica que ofrece un panorama ajustado de la evolución social y política de su país adoptivo y constituye una pieza clave de nuestra historiografía. Su hermano, Geoffroy François (París, 1839 - Buenos Aires, 1916), quien argentinizaría su nombre –Godofredo-, fue un notable y muy celebrado autor gauchesco. Ambos, hijos de un normando que había tenido plantaciones de café en Brasil, habían llegado a la Argentina en 1868, tras la muerte del padre. El acriollamiento de Godofredo fue total; profundo conocedor del campo y sus costumbres, narró con gran frescura la ruda vida del gaucho y el colono. El fortín, Las dos patrias, Los milagros de la Argentina, Recuerdos de un hacendado, Fábulas argentinas, Las veladas del tropero, Tipos y paisajes criollos, Las cien hectáreas de don Pedro Villegas, Cada mate un cuento, Los dioses de la pampa, entre una veintena de obras literarias y teatrales escritas en las dos primeras décadas del siglo XX, son sus más perdurables creaciones. También es autor de una biografía de Alejo Peyret, una gramática francesa y manuales de ganadería.

Emile casó con Amalia Molina, con quien tuvo seis hijos, entre ellos, Maximiliano Emilio –“Max”-, ingeniero de minas y escritor (1884-1954). La familia solía veranear en la costa Normanda, donde se vincularon con Marcel Proust. “Proust conoció a la hija de Emile y a los hijos mayores hacia 1891. Existe una fotografía muy famosa sacada en la cancha de tenis de los Daireaux en que el joven Marcel toca una raqueta de tenis como si fuera una guitarra. Dos niñas Daireaux están a su lado”, refiere Herbert Craig en un libro que escribimos a dos manos, Marcel Proust: Cartas a tres amigos hispanos (Valencia, 2013).

En 1908 Proust conoció a Max en la playa de Cabourg -que en su obra se llamará Balbec- y reanudó su relación con los Daireaux. “Max tenía por entonces más o menos 24 años. Era uno de los jóvenes que interesaban a Proust, quien tenía 37. Hay 13 cartas de Proust a Daireaux escritas entre 1908 y 1917. Algunas son muy interesantes. En una de las primeras Proust invita a Max a cenar en su habitación. En otras habla de unos textos de Max que éste quiere publicar o hacer reseñar. En la época en que Proust corregía las pruebas de Du côté de chez Swann le solicita ayuda: sabiendo de sus conocimientos científicos le pide consejos sobre cómo es posible expresar tal o cual idea. En la última, Proust lo felicita por su Nos soeurs latines, que fue representado en el palacio del Trocadero y en el teatro de la Comédie Française – escribe el crítico. Afectuoso, Proust le escribe: “Querido amigo, quiero agradecerte y felicitarte calurosamente. Has unido en vos la América Latina y Francia, y lo hiciste como ni la una ni la otra hubieran podido hacerlo. Aunque tantos nombres no son para nosotros más que nombres, los hiciste brillar con colores que son para mí algo maternales”.

En 1906 Daireaux había publicado el volumen de versos Les penitents noirs, cuyo éxito decidió su vocación. Le siguieron Timón et Zozo, y Vie hereuse. Rachilde dijo de él en el Mercure de France, “clasifica en el primer puesto de su generación como al más legítimo heredero de Voltaire”. En 1913, año de aparición de dio a luz Les plaisirs d’Aimer, que fue coronada por la Academia Francesa con uno de sus premios más importantes. Fue la casa Calmann-Levy, la misma que editara el mismo año Un amor de Swan, de Proust, la encargada de la edición de esta, su cuarta novela: el joven parecía acceder a un éxito que al propio Proust le era aún negado.

En la Gran Guerra se incorporó a una compañía del Cuerpo de Ingenieros y a los servicios de propaganda del Ministerio de Relaciones Exteriores como jefe de la Sección América Latina. En 1917 la Comedia Francesa puso con éxito una pieza en verso Nous soeurs latines, dedicada a la juventud latinoamericana. Timón le Magnifique, Le Poete et l’Infidèle, La Extraña Pasión y La Toscanera son otras obras del período. Durante mucho tiempo Max centraría su actividad en hacer conocer en Francia a los escritores argentinos mediante sus crónicas y traducciones mensuales de la Revue de l’Amerique Latine, que era publicada con financiamiento –que encubría oscuros designios políticos de la ultraderecha francesa- del millonario argentino Carlos Lesca. Cabe acotar que, siguiendo a su amigo Manuel Ugarte, Daireaux habló casi siempre, contra las costumbres de la época, de Latinoamérica, por comprender el desligue necesario de la herencia hispánica a que han arribado nuestras naciones; de hecho, esa será su tesis política más fuerte: el reconocimiento de la autonomía de las culturas latinoamericanas y su carácter de reserva del acervo latino, según él puesto en riesgo ante la avanzada anglosajona. La Revue de l’Amerique Latine llegaría a editar 130 números desde 1922 a 1931, constituyéndose en el principal órgano para el estrechamiento del vínculo literario entre Francia y el nuevo continente. Por entonces vieron la luz trabajos de crítica histórica como Melgarejo y José Martí, así como ensayos literarios sobre Stendhal, Villiers de L’Isle Adam, y Cervantes.

Este polifacético autor (al que en el país galo llaman “francés de origen argentino”), a caballo entre dos lenguas, oscilando física e imaginariamente entre el viejo y el nuevo continente, entregará con su novela El guacho (1925) su aporte a la literatura argentina. Escrita en criollo, de tono campero, narra un episodio incestuoso donde no faltan veladas referencias a la obra de Proust, por entonces ya consagrada en la literatura mundial. En 1928 se tradujo a sí mismo y la publicó en Francia bajo el título Clota. Escritor migrante, cuando escribe en francés lo hace para hablar de la Argentina, pero no dejará de recriminarle a los americanos su afrancesamiento excesivo. Su crítica estará dirigida a Delfina Bunge y Victoria Ocampo (su concuñada: su hermano Carlos estaba casado con Francisca, una hermana de Victoria), que escribían por entonces en francés. La Ocampo inaugurará Sur el año 31 con un texto, Palabras francesas, en el que se justifica ante Daireaux apelando precisamente a Proust: su texto Sobre la lectura, en el que Marcel evocaba las lecturas de infancia, le servirá para reivindicar su primera lengua literaria.

Max solía volver a menudo a la Argentina para unas visitas de varios meses; muy unido a la alta sociedad porteña, era considerado un escritor impresionante que no había recibido en París el renombre que merecía. Sostendrá correspondencia con Alfonso Reyes, con nuestro proustiano casero Manuel Mujica Láinez y con Marguerite Yourcenar; y recibirá en 1938 el regalo de un poema de Gabriela Mistral titulado Cosas, en el que el aroma de perfumes atávicos percibidos por la poetisa resuena con reminiscencias proustianas. Su Panorama de la Littérature Hispano- Americaine, de 1930 está conformado por una multitud de retratos muy precisos de la gran mayoría de los mejores escritores del Subcontinente americano. En el estudio introductorio apunta para los escritores la tarea de crear un mercado, forjar una lengua, dar con las propias temáticas, y constituir un estilo. Todo lo cual encuentra arribado a cierto estadio de desarrollo en la obra de autores como Güiraldes, Gálvez, la venezolana Teresa de la Parra, o el mismo Borges, en quienes el rumbo adoptado ha de permitir zanjar el dilema del europeísmo. Para Daireaux el pensamiento americano ha transformado la lengua española. Y si bien prueba la existencia de una cultura, de una sensibilidad, de un pensamiento americano, no confunde el regionalismo con el carácter nacional de una literatura. Hay para él muchos modos de ser original: en la forma y en el fondo ha de buscarse la propia esencia, sostiene, que radican en el exotismo de los temas o la novedad de los caracteres. En su puja por vindicar a nuestros escritores originales abordando temáticas nacionales apelará a una bella imagen proustiana, innegablemente autobiográfica: “Parece que los escritores de América Latina tienen siempre bajo los ojos la inmensidad de los paisajes donde se desarrollara su juventud, que hay en sus corazones la melancolía desgarradora de un paraíso perdido, el recuerdo de un misticismo abolido, el eco desesperado de las tristes canciones de los gauchos y de los incas”. Aclamado y reconocido por sus pares franceses (Ionesco, en su discurso de ingreso en al Academia Francesa -el primer argentino en lograrlo-, dirá de él: “La personalidad del autor se impone con tal brillo que arrasa con sus otras cualidades”) Max Daireaux permanece desconocido para la literatura de su país de origen. Aunque cabe observar que si, como quería Proust, en los nombres de lugares aguarda el secreto de un destino, constituye una circunstancia plenamente proustiana, una suerte de justicia poética, el hecho de que la toponimia argentina recoja su apellido como una señal a descifrar: el pueblo de Daireaux, hoy cabecera de distrito es, por ahora, uno de los únicos indicios de su presencia en la cultura argentina.