Más allá de la BZRP Music Sessions que tuvo como invitada a Shakira, lo que en el alba de 2023 se convirtió en uno de los fenómenos del año, la escena musical colombiana pisó fuerte en la Argentina en las últimas semanas. Tras el regreso de Aterciopelados a comienzos de febrero, este fin de semana dos artistas de la nueva avanzada de proyectos musicales de la nación cafetera también se reencontrarán con los escenarios locales. En tanto que el Frente Cumbiero se presentará este domingo en Niceto Club y el lunes en los carnavales de Almirante Brown (junto a La Delio Valdez), Monsieur Periné lo hará este sábado en C Complejo Cultural Art Media (a las 19 hs) y al día siguiente en el festival Cosquín Rock. “Tenemos mucho público en Argentina que nos escucha y que nos sigue desde hace años”, advierte Catalina García, cantante de la banda cuyo último show local sucedió en 2019. “Esta es una visita que viene cargada de música nueva”.
-¿Podés adelantar cómo será lo nuevo de la banda? Ya pasaron cinco desde la aparición de su último álbum de estudio, Encanto tropical.
Catalina García.: -Forma parte de un proceso de tres años en el que llevamos haciendo música nueva. A lo que hay que añadir que en el medio pasó la pandemia, lo que nos permitió tener tiempo de ocio y de quietud. Le dimos más elasticidad a la creatividad. Al no tener fechas concretas en el calendario, nos tomamos el tiempo para hacer canciones. Si bien solemos producir mucha música, esta vez hicimos más.
-¿Ya está listo el disco?
C.G.: -Está terminado, y seguramente saldrá antes de mediados de año. Tiene elementos que conectan, por supuesto, con lo que venimos haciendo. Porque al final somos cantautores y hacemos música desde nosotros mismos. Desde nuestra experiencia. Pero también tiene elementos nuevos que hemos traído, y experimentación. Es otro lenguaje que para nosotros representa un nuevo camino. Ya irán conociendo de qué trata esto.
-Cada material que sacaron es una suerte de caleidoscopio sonoro. ¿En qué se diferencia este de los anteriores?
C.G: -Experimentamos con nuestra propuesta, aunque desde otro lugar. Pero tampoco es tan distante de lo otro. Es una visita a diferentes procesos del sonido. Nos quitamos un poco de encima el sonido limpio y acústico, y trajimos las máquinas al ejercicio creativo. Sin distanciarnos de lo analógico, ponemos a dialogar a estos mundos híbridos. Escribimos canciones que en principio parecían sueltas, y que luego van hilándose porque estás parado en un momento de la vida. Tenemos una perspectiva frente a esa vida y ante eso que sucede alrededor en esta mitad de nuestros 30 años. Vivimos además en un mundo convulsionado, caótico y apocalíptico, pero al mismo tiempo romántico y lleno de intensidad.
Mientras se devela el misterio que encierra el repertorio de su inminente disco, el grupo concebido a fines de los 2000 en la capital colombiana deslumbró por brindar una lectura cosmopolita de Bogotá. Universalidad a la que se acercaron muy pocos proyectos musicales locales, entre los que sobresale la fantástica Orquesta Sinfónica de Chapinero (de esto da fe su álbum ¡Gaitanista!, de 1997, que hace al mismo tiempo alarde del humor a la manera rola). Con el swing gitano manufacturado por el guitarrista belga Django Reinhardt como piedra fundacional, la banda que colidera el multiinstrumentista Santiago Prieto enarboló una cosmogonía sonora que toma herramientas estéticas del pop, del jazz, del bolero y de cualquier otra corriente musical que se les cruce por el frente. Esto quedó en evidencia en su álbum debut, Hecho a mano, lanzado en 2012 y con el que lograron hacerse de un estilo identitario propio. Cualidad que generalmente suele ser esquiva.
-Desde la aparición de su primer disco hasta el que está por venir, ¿sienten que varió mucho su trabajo estilístico y compositivo?
Santiago Prieto: -Lo que no cambió es el afán por encontrar buenas canciones. La canción es el origen de todo, y se ve condicionada por lo que uno ve y uno vive. Algo con lo que hicimos las paces fue con nuestra naturaleza “trans”. No tenemos un género específico, no estamos buscando la coherencia total de un sonido. No somos una sola cosa. Somos algo parecido a una sopa colombiana llamada sancocho. Tiene de todo, pero sabe nada más a eso. Tenemos una identidad gitana que se va modificando conforme vamos viajando, creciendo y evolucionando.
-Ustedes se transformaron en la banda de sonido de la gentrificación de su ciudad. Lo que roza el milagro porque a fines de los noventa era una urbe sitiada por la violencia.
S.P.: -Lo hemos hecho inconscientemente. Sin embargo, hace 100 años era llamada la “Atenas sudamericana”. Tiene una cultura muy grande, desde muchos puntos de vista. Y musicalmente es la ciudad en la que confluye todo el país. Su raíz genética dialoga con el mundo. No sé si somos una de sus bandas de sonido, sino que somos más bien producto de sus influencias. Al igual que sucede con Berlín o Montreal, tenemos una vida cultural y vanguardista muy diversa.
-A la par de eso, la escena musical de Colombia experimentó un auge inagotable. Sin embargo, así como pasa en Brasil, ¿para un artista colombiano es posible vivir sólo del mercado interno?
C.G.: -En general, a los artistas colombianos nos toca salir para poder vivir de esto. O por lo menos ese fue nuestro caso. Tuvimos la suerte de que nos abrieran las puertas, que es algo que agradecemos porque no suele suceder. Hacer música en Colombia y vivir eso va más allá de ser complejo. Es muy difícil. A pesar de su crecimiento, no es estable aún. Diferente a lo que sucede en Brasil, México o Argentina, todavía no se puede vivir del público colombiano.
-Rompés con un mito.. Los productores de reggaetón se están mudando a Medellín, convirtiéndola en la segunda capital del género.
C.G.: -Que ellos se instalen no garantiza que un artista del género que esté saliendo tenga la posibilidad de hacer carrera en Colombia. Los artistas, además, no vivimos de estar metidos en un estudio.
-Más allá de las vicisitudes, lo cierto es que su generación ayudó a renovar la música popular de su país. Antes eso no sólo era mala palabra sino inviable.
S. P.: -Tenemos la fortuna de que somos de familias que provienen de otras regiones del país. En mi caso, de Barranquilla, y en el de Cata, de Cali y de la zona cafetera. No crecimos escuchando sólo rock en inglés.
-Al menos desde Argentina, se notó el año pasado que el movimiento Me Too caló fuerte en la escena musical colombiana. Sin embargo, en enero último fue noticia el femicidio de la DJ Valentina Trespalacios. ¿Esto representa un retroceso para la causa?
S.P.: -Es muy triste lo que pasó. Pero eso no mermó en el activismo feminista. Todo lo contrario.
C.G.: -Esta violencia sistemática, repetitiva y constante desató una resistencia contra lo que sucede. Y es muy desafortunado, en este momento de la historia, seguir viviendo estos casos tan crudos, horribles y cercanos. Sentir ese miedo que no desaparece, y que hace parte de la cotidianidad de nuestras vidas por el sólo hecho de ser mujeres. Tener la posibilidad de subir a un escenario y ser escuchada, y poder narrar nuestra historia, es lo más poderoso que hay. Al final, la representación sí que es importante.