Estas reflexiones surgen en gran medida de las conversaciones mantenidas con el filósofo español José Luis Villacañas.
El futuro ya no constituye un enigma, la aceleración propia de las estructuras del capitalismo han determinado un claro presentimiento en el modo de representarlo. El futuro ha bloqueado los signos y mensajes del pasado; de hecho, la catástrofe de la reciente pandemia, a pesar de la inmensa tragedia en cuanto al número de muertos, no solo no ha suscitado ningún trabajo de duelo colectivo sino que ha agudizado un sentimiento espontáneo de supervivencia sin proyecto y una clara apatía y escepticismo.
Es el problema de los proyectos democráticos nacionales y populares. En el imaginario social, de un modo más o menos velado, se percibe el oscuro desastre que las series y películas distópicas describen: apocalipsis sanitario o ambiental, guerras de exterminio, zombies, y el telón político inevitable que surge desde el fondo de la historia: el nuevo fascismo, que es el que se hará cargo del caos.
El futuro que ya ha intervenido en el presente, el que ya lo está condicionando en cada uno de los días que se suceden, no se presenta nunca de un modo socialista. El amor siempre estará dirigido a lo más inmediato, nadie podrá sentirse débil o vulnerable o sentir la muerte de los otros que están afuera del círculo íntimo. La aceleración capitalista conducirá a la extinción de lo sagrado y a la aparición de distintas versiones de un Amo feroz que solo podrá regular las vidas después de haberlas deshumanizadas.
Todo esto no es un invento de las ficciones del cómic, ni de las películas o series. Más bien las mismas recogen lo que todo el mundo ya sabe, y es que nada ni nadie puede impedir la marcha hacia un futuro que hace tiempo que se describe en sus distintas variantes pero con un mismo resultado: la destrucción definitiva de los pobres, los recursos naturales, los vínculos que hacían posible las experiencias populares del amor y las invenciones simbólicas. En suma, ahora como nunca, el presente ya tiene escrito el futuro que le espera.
Sin embargo la historia humana no es solo la historia de las masacres; pueden existir contingencias que desvíen el camino vertiginoso hacia el futuro ya concebido. Eso es el porvenir, la posibilidad siempre abierta de que se descarrile el tren que necesariamente lleva a la devastación; que se cambie el programa que todos los días anuncia el terror a través de los voceros del poder neoliberal.
El verdadero desafío de los proyectos nacionales, populares y democráticos es proponer un porvenir que tenga la potencia simbólica e instituyente semejante al comienzo de las religiones antes de que fueran capturadas por el telar institucional del poder. O la política es entusiasmo y apuesta por el Porvenir, o se perderá como un archivo muerto del pasado.
Para esto es necesario, entre otras cosas, grandeza, coraje, ausencia de narcisismo autorreferencial, amor a la invención popular y estar dispuesto a hablar de una manera distinta a como lo establece la lengua de madera de la política. No se trata solo de hablar de los males evidentes que todo el tiempo anuncian las derechas, se trata de transmitir un nuevo mundo simbólico que relance el deseo y que recuerde de todas las maneras posibles que el mal del futuro es un tigre de papel.
El mal es horrible y atroz, pero como ya lo dijo en su día la filósofa, nunca es radical. A la auténtica raíz solo llega lo que permite que surja un nuevo amor.