El Petit Palais de París fue construido para la Exposición Universal de 1900 y dentro tiene el Museo de Bellas Artes de la ciudad. Aunque guarda joyas, objetos art nouveau que son una locura, obras increíbles de Delacroix y Courbet, no es de los más conocidos ni visitados. Pero claro: en París cuando hace frío y llueve poco queda más que meterse a alguno de sus muchos hermosos museos.
Sucede que no queda tan claro que los curiosos y turistas que entran a la enorme muestra del pintor inglés Walter Sickert (1860-1942) sepan qué vienen a ver o qué se dice del señor artista. La muestra lo oculta: no así el shop del Museo, que se regodea en varios textos sobre Jack el Destripador.
Vamos por partes: la identidad de Jack, se sabe, aún no se ha descubierto y sus crímenes, para muchos, marcaron un quiebre histórico, al punto que, se dice, inauguraron el siglo XX. ¿Por qué? Porque de ahí nacieron las teorías conspirativas, las investigaciones policiales se profesionalizaron, el consumo del crimen en los diarios fue del todo moderno, la miseria del East End (donde mató) reveló la crueldad del capitalismo en los países que le dieron origen y lo exportaron con sus imperios, y la cantidad inaudita de cartas falsas que recibió la policía recuerda mucho a los trolls de internet. Jack sigue vigente, se renueva, se recicla.
Walter Sickert es uno de los sospechosos de ser el asesino, aunque los especialistas ya descartaron la hipótesis. Sin embargo, sus pinturas son tenebrosas. La muestra empieza con temas diáfanos: paisajes y escenas urbanas de Dieppe, la localidad francesa en la que vivió. Su pasión por el music-hall, sus artistas y la noche de Londres: algunos de sus cuadros sobre la ciudad vacía y nocturna recuerdan a Edward Hopper, el music- hall a Degas, su maestro (más lugubre, eso sí) y sus desnudos a veces a Lucien Freud y, cuando se pone loco, a Francis Bacon.
Sickert nació en 1860 en Alemania. Pronto la familia se mudó a Inglaterra: tenían dinero pero no eran aristócratas. Él quiso ser actor pero terminó pintando, como su padre y su abuelo. En su carrera fue un realista turbio o pos-impresionista: mientras a su alrededor los prerrafaelitas volvían al pasado místico de Gran Bretaña, él prefería como temas a la gente común y a la gente pobre. Tenía veintiocho años cuando sucedieron los crímenes. Ya era adicto a los periódicos sensacionalistas, escritor compulsivo, hombre de sociedad que se codeaba con André Gide, Oscar Wilde, Henry James, Virginia Woolf (que lo admiraba con frenesí) y hasta Marcel Proust. Le gustaba disfrazarse y usar seudónimos. Sus lugares de trabajo eran por lo general secretos, y frecuentaba el East End para buscar prostitutas como modelos; recorría los barrios peligrosos de Londres a pie, hasta el amanecer.
Un hombre un poco excéntrico, conectado con su época, con un ojo para lo triste y lo feo y lo terrible: para la realidad. Aún así, cuando se llega a las salas donde se exhiben sus mujeres desnudas, todos, los que sabemos qué venimos a ver y los sorprendidos, nos llevamos la mano a la boca. El adjetivo inquietante le queda corto. Están los cuadros inspirados en el asesinato de Emily Dimmock en Camden Town, veinte años después de los crímenes de Jack. “¿Qué haremos para pagar el alquiler?” parece la imagen de una pareja, él vestido y sentado en la cama, ella desnuda, acostada, el rostro hacia la pared. La mano de la mujer cae rígida, abierta sin motivo, muerta. Él también oculta la cara, entre arrepentido y avergonzado. En toda la serie de Camden Town y en la de Mornington Crescent (llamada así por donde fueron pintados los cuadros) los cuerpos de las mujeres tienen las piernas abiertas, el color de la piel es amarillento, las caras borroneadas con furia o apenas pinceladas. El “Desnudo reclinado” de 1906 muestra a la modelo riendo, pero no hay nada alegre, hay algo burlón, una mirada terrible. Hay una intención tan voraz de ir contra la belleza y una crueldad en despojarlos de rasgos que estremece. El más estremecedor quizá sea “El asunto de Camden Town” de 1909. Un hombre mira a una mujer en la cama con los brazos cruzados, puede ser un investigador. A ella se le ve el vello púbico pero no la cara, que se cubre con un brazo, y las extremidades tienen pinceladas rojas, intensas, como cortes. Esta imagen se parece a la fotografía policial de la escena del crimen de Mary Kelly, asesinada por El Destripador en 1888: le cortó la carótida, desfiguró su rostro hasta dejarlo irreconocible, le abrió el cuerpo en canal, le destrozó los genitales, le amputó los pechos y colocó el hígado y los intestinos a los costados de la cama. Se llevó su corazón.
Un dato: Sickert alquilaba habitación en una pensión de Mornington Crescent porque, creía, alguna vez se había alojado ahí un estudiante de veterinaria que, según él, era Jack. Ahí está la pintura “Habitación de Jack el Destripador” (1905-1916) para dar cuenta de su obsesión.
Pero, ¿de dónde sale el rumor? Crear pesadillas no significa cometerlas, a veces lo contrario. Sucede que la escritora best seller norteamericana Patricia Cornwell sospechaba de Sickert por todo lo anterior y gastó 6 millones de dólares de su bolsillo en buscar información para su teoría. Mandó hacer estudios de ADN, compró incluso el escritorio de Sickert. Cornwell se atrevió a sostener que Sickert había nacido con una malformación genital que, después de una cirugía, lo dejó mutilado y se vengaba matando a las mujeres que ofrecían ese placer que le estaba vedado.
El mejor resultado de pruebas genéticas lo obtuvo de la saliva adherida a la estampilla de una carta del Destripador que contenía una secuencia de ADN mitocondrial bastante precisa. Esta misma secuencia pudo aislarse en otra carta del asesino y en dos de Sickert. Pero estas secuencias pueden encontrarse, según otros expertos, en una persona entre mil, lo que deja un margen muy amplio. Cornwell no pudo ir más lejos con los estudios de ADN porque el cuerpo de Walter Sickert fue incinerado y no tuvo hijos. Una investigación de 2019, sin embargo, dio por tierra con la teoría de la escritora: parece que las pruebas de ADN eran falsas y que los resultados se interpretaron mal. Caso cerrado.
La
muestra en el Petit Palais se hizo después de la que se lució durante todo el
2022 en la Galería Tate de Londres. El crítico Jonathan Jones dijo: "Esta
infernal y brillante exhibición nos lleva a un lugar más allá de la simple
moral o la verdad política. Quien quiera que haya sido Sickert, es el único
artista británico de su tiempo tan poderoso como Munch o Van Gogh”. Tiene
razón. En el shop del Petit Palais, los visitantes separaban la obra del
artista (¡o no!) con entusiasmo y se llevaban alegremente postales y catálogos
del artista junto con libros sobre Jack.