El 18 de diciembre de 2022 quedará marcado para siempre en la carrera de Gonzalo Montiel. El defensor fue el encargado de ejecutar el último penal de la tanda que desencadenó en la victoria de la Selección Argentina sobre Francia, en la final de la Copa del Mundo de Qatar.
El ex lateral derecho de River Plate se hizo cargo de semejante responsabilidad por la culpa que lo carcomía, ya que minutos antes del cierre del tiempo suplementario un disparo de Kylian Mbappé pegó en su mano derecha dentro del área grande, y el árbitro polaco Szymon Marciniak cobró penal para el seleccionado galo que el delantero del PSG transformó en gol para decretar el empate en tres goles.
Al término de los 120 minutos, el entrenador Lionel Scaloni se acercó al defensor del Sevilla para preguntarle si quería ser uno de los ejecutantes y recibió una respuesta positiva. Acto seguido, el hombre de Pujato entregó la lista de los cinco elegidos y fue Montiel el que terminó definiendo todo. El jugador caminó despacio desde la mitad de la cancha, agarró la pelota y sin mirar a Hugo Lloris ni el destino de su disparo, cruzó el remate al palo derecho con un tiro rasante, que desató la felicidad eterna para los flamantes campeones del mundo en Doha, en la Argentina y en cada lugar del planeta.
“Nunca mira al arquero, porque ya sabe dónde va a patear. Es un jugador muy práctico. Pone la pelota y evidentemente tiene elegido hacia dónde va. Pero no anuncia nada hasta que pone el pie de apoyo cerca de la pelota. La golpea firme, seco, no le da chance al arquero si no eligió el palo. No da vueltitas previas”, revela en diálogo con Líbero Bruno Quinteros, uno de los tantos formadores que tuvo en su corta carrera.
“Cuando empezó a patear en River, habían errado todos los que técnicamente están por encima de la media y parecía que nadie podía ejecutar un penal. Sin embargo, cuando le tocó, nunca erró”, aseveró el director técnico que lo conoció en el baby fútbol del club Brisas del Sud, y después lo entrenó tanto en infantiles como en la reserva millonaria.
Pero antes de su debut en la máxima categoría, Montiel tuvo que atravesar momentos difíciles en su vida, ya que residía en Virrey del Pino, en González Catán, donde su papá Tito era albañil y su mamá Marissa empleada de limpieza, e integraba una familia humilde a la que le costaba llegar a fin de mes.
Mientras sus padres trabajaban, Gonzalo acompañaba a su abuelo materno, Luis, que salía a vender frutas en su carro. Fue el padre de Marissa quien le puso Ariel de segundo nombre, por su fanatismo con el "Burrito" Ortega. Pero a los tenía siete años, el futuro futbolista sufrió la primera desgracia de su vida. Su abuelo murió en una pelea callejera con una vecina. A partir de ese momento, el defensor comenzó a dedicarle todos sus goles, como sucedió cuando la pelota besó la red en uno de los arcos del estadio Lusail y el equipo nacional posteriormente se consagraría campeón del mundo.
Tras la pérdida de su abuelo, Tito y Marissa hicieron un sacrificio enorme para que Gonzalo fuera deportista. En Virrey del Pino empezó su historia futbolística, cuando su papá lo llevó a los cuatro años a jugar al club más cercano, y después pasó al baby de El Tala, en su zona de residencia. A los 10 años, y tras no haber permanecido en Boca (estuvo seis meses a prueba y se fue) ni en Huracán (se probó y no quedó), fue a probarse a River donde el captador de talentos Luis Pereyra le realizó ensayos deportivos en Villa Martelli, donde hoy se encuentra Tecnópolis, y quedó conforme con su rendimiento.
A partir de ese instante, su vida cambió para siempre. Todos los días debía presentarse en ese predio a entrenar. Cuando sus padres no podían acompañarlo, generalmente los días de semana, viajaba sólo durante dos horas y media de ida y de vuelta. Se tomaba dos colectivos y una combi para cumplir el sueño de jugar en el club de sus amores.
“Los padres se manejaban en colectivo. Con el tiempo se compraron un auto. Pero al principio sufrieron frío y miedo, porque su barrio era muy bravo. Siempre tenían que salir temprano y rogaban que llegara rápido el colectivo. Gonzalo tenía que presentarse a las siete de la mañana a entrenar y salían a las cuatro. No era para nada fácil”, recuerda Sergio Colombatto, amigo de la familia, y padre de Santiago, compañero de Montiel en todas las divisiones inferiores.
Desde muy pequeño, Gonzalo tomó decisiones importantes. Luego de un tiempo de viajar sólo, les pidió a sus progenitores vivir en la pensión millonaria porque no aguantaba más el trayecto diario. Así que a los 12 comenzó con una nueva adaptación, aunque al inicio la costó bastante. “Le costaba quedarse en la pensión porque es muy familiero y apegado a Tito y a Marissa. No se acostumbraba a esa nueva vida pero tenía la convicción de que tenía que llegar a Primera, hizo el esfuerzo y eso le dio sus frutos”, cuenta Colombatto.
Una vez instalado en la pensión fue su padre quién empezó a extrañarlo. “No sé qué voy a hacer ahora porque estoy acostumbrado a estar con él siempre. Me lo meten en la pensión y no es fácil”, dijo Tito en su momento. En tanto, su mamá sufrió un cuadro depresivo por tenerlo lejos y verlo muy poquito, pero su hijo nunca se enteró porque ella lo disimuló bastante bien. Con el tiempo, ambos asumieron que su hijo debía quedarse en la pensión del club para lograr su objetivo. Eso sí, cuando Gonzalo tenía el fin de semana libre regresaba a su barrio donde pateaba penales por plata en los potreros de Catán, y para estar cerca de sus padres y de su hermana Jacqueline.
“Esos campeonatos de penales por plata se estilan en los barrios más humildes. Y en Catán no fue la excepción. Como Gonzalo, también participaron otros como Alan Leonardo Díaz”, asegura Quinteros, que fue su primer entrenador en las inferiores riverplatenses. Primero, lo tuvo en Pre-novena y luego lo fue moldeando hasta llevarlo a la Reserva.
Es más, el técnico todavía conserva la reseña que escribió en 2009 cuando se reencontraron en el fútbol infantil de River: “El coordinador nos pedía informes y escribí: ‘Marcador o volante central. Gran temperamento y entrega. Contagia a los compañeros. Sobresale en cualquiera de los dos puestos’. Cualquier entrenador que lo haya tenido te va a decir que empezaba por Montiel, que era Gonzalo y 10 más. Tiene una constancia, una perseverancia y una actitud admirables. Por eso no me sorprende lo de los penales: tiene personalidad y le sobra”.
Aunque aclara que “Montiel no creció siendo un especialista en penales”, y cuenta una anécdota que sucedió en Infantiles: “Era la penúltima fecha del torneo y jugábamos contra Argentinos. En el último minuto el arquero le pegó una patada a un chico nuestro y el árbitro cobró penal. Entraron los de Argentinos Jr. y el juego estuvo demorado como diez minutos. Gonzalo tenía la pelota en la mano, quería ejecutar el penal, pero no era el encargado, sino Santiago Colombatto (hoy en Famalicão de Portugal). Se armó un lío bárbaro y Gonzalo seguía con la pelota en la mano. A él le dijimos que lo ejecutaba Chicho (Colombatto), que terminó malogrando el penal. Yo creo que Gonzalo, a la distancia, en eso que era una locura, los padres peleándose y metiéndose dentro de la cancha, lo hubiera pateado con naturalidad porque sabía que lo podía hacer. Está muy convencido, cuando está dentro de una cancha, de lo que puede dar. Eso es Gonzalo”, describe su ex técnico.
Desde las inferiores millonarias lo llamaban "Cachete" porque era flaquito y con cara redonda. Cuando pronunciaban su apodo, se enojaba, pero lo fue aceptando de a poco y le quedó para siempre. “Es muy buen pibe y tímido. Era el que sobresalía del resto y marcaba diferencia. Era chiquito, pero tenía una fuerza bárbara y una fuerte personalidad. No le gustaba (ni le gusta) perder a nada. Era calentón, sobre todo cuando se enfrentaban con Boca, porque tiene sangre roja y blanca. Empezó a jugar de volante central, que es su puesto natural. Luego, se desarrolló de primer marcador central hasta que Marcelo Gallardo lo ubicó de lateral derecho.”, describe Colombatto, que lo conoce desde hace 15 años, y todavía mantiene vínculo con su familia.
Asimismo, recuerda cuando en el 2011 invitó al plantel de la novena división millonaria (que se consagró campeón) al pueblo de Ucacha, Córdoba, para pasar un fin de semana largo. “Traje a todos los chicos a mi pueblo a mi casa. Estuvieron tres días: viernes, sábado y domingo. Gonzalo durmió en la casa de mi vieja. Le cociné cordero y lechón a la parrilla, y quedó fascinado. Luego, se convirtió en una de sus comidas favoritas junto a las lentejas. Pero de grande, se volvió más delicado y se cuidaba con la comida. Pasó de hamburguesas a comer ensalada. No tomaba coca cola y sí agua mineral. Se cuidaba mucho”, asevera Colombatto.
Sus esfuerzos con el tiempo dieron sus frutos. Porque desde su llegada al conjunto de Núñez fue capitán en casi todas las categorías. Hasta la Reserva jugó como zaguero y alternaba de volante central, y se coronó campeón con la Octava en 2012, con la Sexta en 2014 y subcampeón con la Séptima en 2013 y en la Reserva en 2015.
Tras varios años de sacrificio y entrenamientos completos, el 30 de abril de 2016 pudo debutar en Primera División con la camiseta de River. Con el paso del tiempo, aquel juvenil principiante se transformó en un futbolista fundamental para Gallardo que lo consideraba titular indiscutido y lo llamaba "bombero", ya que podía ponerlo en cualquier posición y cumplía.
Desde que percibió su primer sueldo como futbolista, colaboró para que Tito y Marissa puedan terminar su casa en Ezeiza, y cumplirle la promesa a su mamá de terminar el secundario para regalarle el título. Además, ayudó para invertir en cabañas en Entre Ríos, provincia donde son oriundos sus padres, para utilizarlas como alquiler, y les regaló un motor home para que puedan salir a pasear por la República Argentina.
Fue en el 2018 cuando Montiel padeció la segunda desgracia en su vida. Dos de sus amigos de Virrey Del Pino fallecieron por situaciones delictivas. “No es un chico muy expresivo, pero anímicamente la pérdida de sus dos amigos le dolió bastante. Pero nunca bajó los brazos, ni dejó de entrenar. Nunca bajó su nivel de juego”, remarca Quinteros, quien se cruzaba con Gonzalo por los pasillos del Monumental.
Más allá de las adversidades, Montiel se mantuvo como titular y fue fundamental en la obtención de la Copa Libertadores 2018, con un triunfo histórico ante Boca en el Santiago Bernabéu de Madrid. Tras años después, fue vendido al Sevilla de España a cambio de 11 millones de euros. En el 2021, ganó con el seleccionado argentino la Copa América en el Maracaná de Río de Janeiro, siendo parte del equipo que logró la victoria 1-0 frente a Brasil. Un año más tarde, se consagró campeón en el estadio de Wembley, en Londres, frente a Italia por la Finalissima, y en diciembre pasado corroboró cuánto pesa la Copa del Mundo al consagrarse en el mundial de Qatar. Por estos títulos, Gonzalo tiene tres estrellas tatuadas en su cuello.