El Ministerio de Educación de la Nación anunció la tercera convocatoria del Programa de Becas “Manuel Belgrano”, cuyo principal objetivo es proporcionar un incentivo económico en forma de beca de estudio para que jóvenes provenientes de hogares de bajos ingresos realicen una carrera universitaria o una tecnicatura en una disciplina considerada estratégica para el desarrollo económico y productivo del país. Este año nos encontramos con una novedad gratamente sorprendente: Filosofía pasa a ser considerada a partir de ahora como una de las nueve áreas estratégicas (junto con Alimentos, Ambiente, Computación e Informática, Petróleo y Gas por nombrar algunas). Esta decisión trascendente, no solo habilita a les estudiantes de las carreras de Filosofía de las universidades nacionales a poder aspirar a la beca en cuestión, sino que también impulsa tanto a aquelles que estudian o quieran estudiar filosofía (más allá de si necesitan o no una beca) como a quienes vienen desplegando el quehacer filosófico en los más diversos ámbitos a resignificar la actividad filosófica como un ejercicio con consecuencias prácticas concretas para la sociedad. Se trata de un acontecimiento que conmueve a la comunidad filosófica argentina y la obliga a dar un profundo debate para dar sentido al desafío de que el Estado Nacional considere a la disciplina como estratégica para el desarrollo del país.
En las siguientes líneas queremos iniciar ese debate, lanzando algunas ideas preliminares en defensa de esa política de Estado.
A lo largo de décadas la educación se ha propuesto como uno de sus objetivos fundamentales desarrollar el pensamiento crítico; con todo, no siempre supo brindar las herramientas necesarias para que esto se haga efectivo.
No hay pensamiento crítico sin un intento de trascender lo dado, lo que parece obvio; esto incluye los discursos hegemónicos en cualquier área que someten a los individuos a ser “hablados por otros” –los maestros, las redes, los medios de comunicación, las pretendidas autoridades–. Someter a juicio lo que se da por hecho en busca de inconsistencias, zonas de debilidad, simplificaciones estériles, es una habilidad que debe ser adquirida. Precisamente, repensar conceptos consolidados y, sobre todo, inventar nuevos, es la tarea fundante de la filosofía.
De un lado, la filosofía es un cuerpo constituido de doctrinas que se ha desplegado históricamente y pone de manifiesto que nadie comienza a pensar de cero sino que la reflexión se realiza en un diálogo permanente con la tradición; de otro, la filosofía ha sido y es fundamentalmente una praxis que formula cuestiones con una dirección siempre nueva. Incluso cuando las preguntas pueden ser las mismas por siglos, se trata, como todo saber, de un saber situado: la circunstancia existencial, el contexto histórico, cultural, social o político obligan continuamente a una formulación novedosa. Tal formulación implica, en todos los casos, el despliegue de procedimientos lógico-argumentativos que es imprescindible conocer. En ese sentido, la verdadera iniciación que la filosofía aporta resulta insustituible para el desarrollo de cualquier área del conocimiento y de las distintas prácticas que estructuran la vida de una comunidad.
Partiendo de esta presentación general, resulta evidente que la adquisición de tales herramientas para el desarrollo humano, científico, social y político, está plenamente justificada. La aceptación sin revisión de nociones como las de vida, muerte, justicia, equidad, poder, ciudadanía, nación, identidad cultural, sexualidades, género, clase social; la aceptación sin revisión de los dispositivos intersubjetivos que estructuran nuestras vidas (enseñanza-aprendizaje, posición social y cultural, vínculos de sometimiento familiar o laboral); la aceptación sin revisión de los fundamentos del conocimiento científico-tecnológico, son algunos ejemplos que ponen en evidencia la importancia estratégica de la filosofía para la construcción de una sociedad democrática donde sobre una base de identidad e igualdad se configura una trama de alteridad. Incluso conceptos centrales para la vida política como “igualdad” o “justicia social” deben ser repensados en un mundo donde el acceso a la conectividad se ha vuelto tan imprescindible como el acceso a la vivienda o a la alimentación. Asimismo, debe ampliarse la noción de “derechos”, incluyendo en el debate las implicancias para el empleo y la constitución de subjetividades del desarrollo de la inteligencia artificial, las disputas en torno a las identidades sexo/genéricas, las políticas de cuidado, la cuestión ambiental, los reclamos de los pueblos originarios, entre otras muchas urgencias de la vida social.
Este modo de visualizar la relevancia de la filosofía en la formación ciudadana permite ver la urgencia que adquiere en la actualidad asumir esa visión del quehacer filosófico como estratégico. En efecto, hay un consenso sólido en cuanto a que se vive a nivel global una especial crisis epistémica, fruto de la vertiginosa modificación constante de los modos en que fluye de modo masivo la información y, en consecuencia, se retejen una y otra vez los dispositivos para el control de los conceptos y los datos que circulan. La recientemente acuñada y difundida idea de “era de la postverdad” parece querer aludir no tanto a la circulación de mentiras (nada más ubicuo en la historia de la humanidad) sino, dada la imposibilidad del aislamiento frente al manantial comunicacional global, a la novedad de la consolidación de comunidades de opinión, mayor o menormente ampliadas, que resultan resistentes de un modo vicioso a la información contraria a sus creencias. Por otro lado, la necesitad de desechar rápidamente gran parte de la información circulante (buena parte de ella falsa o fraudulenta) parece requerir justamente la adquisición de recursos virtuosos desde el punto de vista epistémico para realizar el descarte. La encrucijada en que se encuentra cualquier participante de la vida en la opinión pública es la de lidiar con la necesidad de rechazar evidencia sin terminar cayendo en una comunidad que adopta los modos de una audiencia redundante, esto es, que solo toma los datos que reafirman su posición, usando procedimientos inadecuados para no tomar los que los cuestionan. El desarrollo del pensamiento crítico demanda justamente, en parte, rechazar activamente creencias, pero lo que prima en la actualidad es, justamente, el despliegue de formas distorsionadas de ese tipo de rechazo. La crisis epistémica es, así, enorme, y las consecuencias éticas, políticas y sociales de la misma no son fáciles de dimensionar. La filosofía, en tanto no solo ejercicio del pensamiento crítico, sino en tanto permanente reevaluación de en qué consiste, justamente, la crítica, se convierte como nunca antes en una de las actividades disciplinares más claramente estratégicas para el desarrollo de una sociedad, una nación y un Estado genuinamente democráticos y atentos a las demandas y soluciones populares de la hora.
Por otra parte, el trabajo conceptual reciente de la comunidad filosófica en sus diversas áreas (ética, metafísica, teoría del conocimiento, filosofía de la ciencia, teoría de la argumentación, bioética, filosofía de la historia, filosofía de la tecnología, lógica, filosofía política, etc.) ha permitido verdaderas transformaciones socioculturales en la vida de los pueblos. Para dar una serie de ejemplos en nuestro país, podríamos comenzar señalando que la conocida “Ley de Identidad de Género” es una de las más progresistas del mundo y que el bagaje teórico de la misma es dependiente de una serie de innovaciones conceptuales que tuvo a la filosofía como principal protagonista. La reconceptualización de la idea misma de “genero” en los 70 y su articulación con conceptos provenientes de la filosofía del lenguaje de los 60, es una muestra perfecta del peso directo del aporte filosófico al cambio político en pos de un mundo más justo. Algo parecido puede decirse de la “Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo”, en cuya justificación puede advertirse la decantación de décadas de argumentos estrictamente filosóficos conducentes a la reconfiguración de conceptos tales como “persona”, “muerte”, “cuerpo”, “libertad”. O del fallo de la Corte Suprema de Tucumán en el conocido como “caso Marita Verón”, que revocó absoluciones que habían desconsiderado testimonios de víctimas, revalorizando los mismos y usando para su justificación un texto filosófico argentino que articulaba conceptos propios de la filosofía de la historia y de la epistemología del testimonio. También es de destacar la colaboración directa de filósofos y filósofas especialistas en bioética de nuestro país en la elaboración de diversos protocolos a nivel nacional e internacional en lo que hizo al abordaje de la pandemia. Incluso, es preciso destacar en este contexto en el que la consideración de la filosofía como estratégica se da en el marco de un programa de becas, que la elaboración misma del plan Progresar para estudiantes de 16 y 17 años se dio a partir del concepto filosófico de “autonomía progresiva”, el cual permite reconocer el ejercicio de derechos desde la infancia.
Así, no es difícil señalar una gran cantidad de creaciones conceptuales filosóficas recientes (más o menos reapropiadas por la sociedad o por sus diversos sectores en disputa) que configuran, o pugnan por configurar, nuestro acervo discursivo de un modo efectivamente operativo: “deconstrucción”, “injusticia epistémica”, “biopolítica”, “equilibrio reflexivo”, “metalenguaje”, “justicia transicional”, “estar siendo”, “género”, “performatividad”, “desterritorialización”, “fusión de horizontes”, “implicatura”, “bioartefacto”, “juego de lenguaje”, “poshumanismo”, etc.). La filosofía es, en consecuencia, uno de los principales dispositivos para la configuración de nuestros recursos argumentativos; tener la formación apropiada para que dichos recursos sean debidamente apropiados o reapropiados de modo creativo constituye de este modo una de las grandes tareas de la educación contemporánea, de forma que puedan desplegarse dichas destrezas intelectuales tanto en la docencia y la investigación como en los más diversos sectores del mundo del trabajo.
* Graciela Morgade es vicedecana, Claudia D'Amico es secretaria de Posgrado, Verónica Tozzi es directora del Departamento de Filosofía y Federico Penelas es profesor de Filosofía del Lenguaje, todos en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA).