En los últimos meses, el jefe del gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, viene partiendo en dos su tiempo de gestión. Destina días enteros al sinfín de actividades que ocupan su agenda electoral desplegando acciones publicitarias tras su afán presidencialista. Visita las provincias, lejos de las obligaciones de su gestión en la CABA, al alegre ritmo que las vacaciones con sus carnavales, valles, sierras, ríos, mares y playas, le imprimen a nuestros veranos. La otra parte de su tiempo la ocupa en tensas reuniones cargadas de desconfianzas y enconos por cargos y lugares en las listas de la interna del PRO, y con sus aliados menores de la UCR, quienes se allanaron a las políticas derechistas del macrismo.
En este “estado de campaña” y con su ministro de Seguridad y Justicia licenciado por la tanda de chats que desnudaron sus corrupciones, la Ciudad de Buenos Aires se encuentra en una suerte de abandono de la gestión pública. Los problemas que surgieron en estos meses veraniegos mostraron nuevamente la violencia y el desprecio que el gobierno porteño tiene con una parte de los “queridos vecinos”, a quienes considera de segunda categoría por su nivel económico-social, e incluso por su localización geográfica. Los últimos episodios que denotan el menosprecio larretista se cristalizaron en la suspensión de más de 20 cirugías diarias en hospitales públicos por falta de mantenimiento de equipos de aire acondicionado y el drama de las familias que vivían en precariedad habitacional en el sector 4 de la traza de la autopista en Villa Urquiza, victimas de un gran incendio y que aún esperan algún tipo solución para volver a tener un techo. Otra de las muestras que desnudan el odio de clase contra las 850 mil mujeres, hombres y niñas y niños que viven en situación de pobreza en nuestra ciudad fue el operativo policial mediante el cual se reprimió cruelmente a los vecinos de Lugano que reclamaban la restitución de un servicio esencial como la luz. Sumado al episodio tan grave como grotesco de la agresión a sillazos de la policía porteña a un hombre en situación de calle en Belgrano. Cuando el rey queda al desnudo, al decir de H. C. Andersen, se cae el mito del buen gestor que Larreta vende a la opinión pública, sustentado en un enorme gasto público en marketing y publicidad oficial, distribuido con un sentido clasista y de negocios. Los recortes sistemáticos en educación y salud pública, y la cruel reducción planificada de espacios verdes a favor del negocio inmobiliario van consolidando una ciudad cada vez más desigual socialmente, y sobredeterminada geográficamente entre un Norte rico, un Sur empobrecido, y un tercer andarivel medio, en el que grandes núcleos viven acosados por carencias económicas y de vivienda.
Es imposible ocultar que el gobierno porteño aumentó significativamente su presupuesto. A pesar de que la cantidad de habitantes no ha tenido un gran crecimiento (si consideramos el censo de 1947) no se ha resuelto buena parte de la problemática habitacional y siguen faltando vacantes escolares para decenas de miles de niños y niñas todos los años porque no se construyen escuelas. Tampoco se registran avances en un sentido ecológico para un vivir más sano y convivencial, por nombrar algunos temas que se agravaron en estos 15 años de gestión PRO. La raíz es una concepción ideológica insolidaria que conlleva a la desidia en la gestión gubernamental, incluyendo un componente coercitivo y represivo, que se potencia hacia los sectores humildes. Se trata de un rasgo constitutivo de la fuerza de Mauricio Macri, Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich, ya imposible de ocultar.
Sin embargo, resulta necesario presentar algunos interrogantes crudamente: ¿Larreta reprime por un reflejo que expresa su ideología, o porque además piensa que le “conviene” hacerlo, de cara a un electorado que compartiría ese rasgo de odio de clase? Lo central es que la derecha de Macri–Larreta impulsa esos sentimientos de discriminación en la sociedad que incluyen construcciones simbólicas violentas y expulsivas hacia las minorías. O peor aún, se gobierna profundizando un sentido común que legitima desigualdades y genera chivos expiatorios sociales atacando la idea de lo público, un valor común verdaderamente democrático. Uno de sus propósitos ideológico-culturales es que, tantos sectores populares como medios de la ciudad, no aprecien lo público como un valor para mejorar la vida ante el fracaso evidente de la gestión privada en esferas importantes del devenir social. Para ese sentido común en permanente creación se impulsa el ideario del individualismo desde el poder y los medios, a la vez que se niega y desfinancia lo público. Desentrañando las causas de fondo se comprenden las razones de los recortes deliberados en los presupuestos de salud y educación pública. Su ideología y su propuesta son negadoras del laicismo emergente del liberalismo sarmientino, de las posteriores tradiciones progresistas y del peronismo del siglo XX, hasta el advenimiento de la dictadura de la década del '70. Las recientes manifestaciones en Madrid de cientos de miles de personas exigiendo a la intendenta derechista Díaz Ayuso que no se destruya el sistema de salud pública muestran el camino para nuestra ciudadanía porteña.
En suma, es sabido que la lucha política es una lucha de culturas, de visiones del mundo, hasta de lecturas de la vida cotidiana. Así es que no se trata de “lamentos ni de falsas emociones”, al decir de Lorca, sino de apelar a “los grandes pensamientos”, o sea a las reservas solidarias y democráticas de la mayoría del pueblo porteño. Lo nuestro tiene que ser lo que deviene de las tradiciones políticas nacionales: interpelar y convocar a la participación ciudadana al espacio público con todas las iniciativas imaginables, tanto en barrios como en centros culturales, Pymes o universidades y esencialmente rechazar la resignación a la que siempre convocan ciertos bienpensantes “realistas”, y eternos militantes del nosepuedismo. Lo nuestro sigue siendo la comprensión de que la política es siempre conflicto y se debe luchar con una perspectiva de triunfo colectivo.
* Juan Carlos Junio es secretario General del Partido Solidario y director del Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini”.