La tensión del acecho, del peligro inminente, del miedo que llega tarde a propósito para estirarnos la angustia: esa sensación de saber que la amenaza está cerca y que es inevitable, pero sin saber bien cuándo va a ocurrir, es el sabor más persistente en XX, antología de suspenso y horror compuesta de cuatro cuentos cortos y recién llegada al catálogo de Netflix. Estadounidense, casi indie y firmada en 2017, está a cargo de cuatro directoras, sus personajes protagónicos son femeninos y la mayoría de las guionistas son mujeres, lo que lleva a XX a sugerir una mirada “de género” sobre el terror (en la que acaso no se repararía si se tratara de mayorías masculinas en el plantel).
Pero el carácter “femenino” de XX está en primera fila desde su título: XX es el par de cromosomas que determina que un individuo sea hembra. Y aunque el resultado es desparejo, como “corresponde” a toda serie de piezas cortas, la colaboración entre estas chicas de la cripta llega a buen puerto. Los estereotipos de damas en el cine de terror –la rubia en minishort que huye, chillando, del monstruo– casi no aparecen: XX construye sensaciones de asfixia, básicamente, en torno a la maternidad: torturadas mamás de niños pequeños, de púberes o de adolescentes, que aprietan y aprietan y aprietan los dientes mientras confrontan amenazas inexplicables, genomas satánicos e imprevistas situaciones inmanejables que, inexorablemente, terminan por estallar.
Hay en XX dos grandes historias. La primera se llama The Box y convierte la recurrente pesadilla de “el nene no me come” en una conspiración intergeneracional, enigmática, lacerante y en espiral. La segunda está dirigida por Anne Clark, oklahomesa conocida por su álter ego indie–rock St. Vincent, y protagonizada por Melanie Lynskey, la vecina border enamorada de Charlie Sheen en Two and a Half Men. Se titula The Birthday Party y es una demostración fantástica de terror casi blanco, sin sangre, sin FX, sin villano: sólo la desesperación de pilotear una situación gore y fatal en medio de una colorida fiesta infantil. Hay ahí un matiz no tan explorado del terror: el que se da en contextos en los que ni siquiera se nos permite aullar y gritar.