Fue en 1995 cuando la revista Caras publicaba una entrevista a la diva Carmen Barbieri donde explicaba que su hijo, Federico Bal, era evidentemente un chico superdotado y por esta razón lo inscribiría a una escuela que “incentivara sus talentos”. En la última semana, ambos fueron el foco de atención de todos los programas del prime time por las múltiples infidelidades que el otrora niño diestro devenido influencer y mediático había cometido en su última relación con Sofía Aldrey. Los chats que Bal habría tenido con sus affairs, filtrados por la propia Aldrey, despertaron todo tipo de comentarios excepto halagos a su prosa. Morbo, morbo, morbo: ¿qué se entiende por esto y por qué es importante buscar otras palabras para hablar del deseo?
Ramiro Garzaniti, docente de psicología en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) explica que el morbo "es una forma de lo prohibido pero también funciona como una ficha que podés jugar aunque no todo el tiempo, no todos los días o tan públicamente”. En este sentido, toma una particular importancia la presencia de supuestos chats con la conductora Florencia de la V, que generaron que panelistas y demás opinólogos cataloguen como morbo el deseo por una mujer trans. Es decir, colocarla por su cuerpo y su identidad como algo prohibido, que no puede gustar de manera explícita; además de ponerla en paralelo a ciertas parafilias como el sudor o el sexo en público.
Garzaniti co-coordina una investigación sobre las dinámicas de homosociabilidad en la aplicación Grindr, de encuentros y citas gay, junto a la filósofa transfeminista Eva Navarro, quien agrega: “El morbo es un significante que no tiene carga peyorativa en el caso de las maricas, por ejemplo. Estos chats no entran de ninguna manera dentro de lo profano, pero la lógica hetero hace que cualquier mínimo de hipersexualización o explicitación del deseo se convierta en lo prohibido”.
Así, en la aplicación de la mascarita naranja es común encontrar perfiles que “busquen morbo” como código de entendimiento mutuo, pero también otros como “nada de morbos ni mambos raros” como contraetiqueta. Esta categoría paraguas, el morbo, no logra resignificarse ni siquiera en las demografías más liberales. ¿Todos los morbos son iguales? ¿Se corren de la norma al mismo nivel?
Gracias a su protagónico en Kinky Boots, el galardonado musical de la temporada, y a fuerza de marketing y rainwashing, Federico sube a Instagram reels mostrando su transformación en Lola, el personaje principal de la obra. En uno de ellos —donde despliega un repertorio de ¿caras hot? y un pésimo lip sync— se hace llamar “la Britney Barbieri” mientras "Overprotected" de Britney Spears suena de fondo. Sin embargo, sus intentos de mostrarse deconstruido y abierto no lo corren de su rol en la reproducción de los ideales patriarcales de masculinidad o como sano hijo de una familia nuclear modelo.
De hecho, los análisis mediáticos se concentraron en un aspecto peculiar, aunque nada nuevo: la infidelidad. “Tiene un discurso de hace mil años pero que sigue vigente. El hombre que tiene muchas mujeres es un campeón pero la mujer no puede nunca hacerlo, es lo que propone Ana María Fernández en la Mujer de la Ilusión: una mujer pura y casta. Algo de eso opera en su accionar”, explica Garzaniti.
La moral, esa leona
“La gente me ve más flaca y me felicita, pero la realidad es que no puedo ni comer ni dormir por esta situación”, dijo la conductora, Carmen Barbieri, confirmando así el buen funcionamiento del dispositivo mediático de control y castigo. Alguien tenía que tener la culpa, y ella aceptó sin chistar. “Evidentemente he sido una mala madre”, dijo de manera más que moralísima la madre de Federico Bal.
Navarro sostiene que, aunque no entre en el terreno de lo sexual, también puede “analizarse como un morbo”, el ahínco de panelistas y audiencia de andar fijándose qué chateo qué con quién. “Hay una cuestión de vigilancia y una exposición que, al menos simbólicamente, es aleccionadora. Te comportaste mal y te vamos a exponer y hacer saber que lo que hiciste está mal”, dice la filósofa que co-cordina la cátedra libre de Transfeminismos Sudakas en la UNLP.
Cabe la pregunta acerca del lugar de normalidad desde el cual se comenta la situación. Muchos análisis invocan un trato monógamico pautado pero sin importar el acuerdo previo se hubiera tenido el “morbo y la necesidad de vigilar y aleccionarlo” porque el lugar desde el que se lo hace tiene como valor primordial la exclusividad y la heteronorma. Esto se comprobó tiempo atrás cuando una situación similar puso en el ojo de la tormenta a Florencia Peña, quien hizo siempre público sus vínculos poliamorosos.
Sin embargo, es verdad que los avances y popularización del movimiento feminista instalaron nuevas dinámicas sexoafectivas que corren la norma —de manera mínima—y por lo tanto también, lo que está permitido y lo que "es morbo". Pero “lo que entendemos como revolucionario se amolda a la hegemonía y encuentra nuevas formas de manifestarse”, dice Navarro y cita a la pensadora Eva Illouz: “El binomio masculinidad-feminidad suele jugar con el paradigma del desapego en lo masculino y con la exclusividad en lo femenino; la vigencia de estos discursos no se contradicen con una mínima sujeción a derecho donde no se salga a agredir disidencias o no se violente a una mujer”.
En suma, tanto el jet-set argentino como los medios hegemónicos, amén de sus pobres intentos de incorporar nuevos discursos y entender fenómenos sociales, no dejan de ser claros agentes de control de la perpetuidad de una moral cis-heterosexista, ante todo monogámica y no inclusiva.
Todxs me miran
“En este mismo estudio, en esta pantalla, me ponían a mí en cámara lenta y con zoom para burlarse de mis genitales y de mi identidad travesti”, dijo Florencia de la V el pasado lunes en la pantalla de América, cuando hacía un descargo en el programa Intrusos, el cual conduce. Aquel descargo —que celebro que se haya hecho y que va en línea con esta nota— sucedió luego de que se filtraran también chats que la involucraron, chats que ella desmentiría.
Lo que se pueda decir respecto a las identidades trans y “lo morboso” ya lo dijo la conductora y no hay nada que agregar. Sin embargo, no deja de ser contradictorio cómo tres días antes era ella misma la que cuestionaba, indagaba y se mofaba sobre el contenido de los chats filtrados, burlándose de los kinks que se explicitaban.
Tanto Garzaniti como Navarro explican esta dinámica de inclusión y vigilancia. “El poder fagocita su propia condición y síntoma, negocia cosas pero te mete dentro del sistema junto al mismo discurso que te oprime”, dice el psicólogo. A lo que la filósofa agrega: “Ella es una persona trans pero no es disidente o cuir (cuir como un término que denuncia toda norma). El poder te da un pedacito de la torta pero también te pide la contraprestación de que mantengas los valores de la norma intactos”.
De hecho, es particularmente interesante pensar cómo trae al descargo que ella realiza su condición de madre, de esposa y de mujer trabajadora: valores claramente cis-heteronormativos. Garzaniti, que junto a Navarro militan en la Secretaría Académica de la Federación Argentina LGBT, desarrolla: “Cuando se votó el matrimonio igualitario hubo grupos —si se quiere los más radicales— que estaban en contra porque argumentaban que era una forma de entrar a la heteronorma. Hay conquistas poderosas en términos de derechos pero que son migajas desde una perspectiva más amplia”.
Entonces, ¿Qué es el morbo? ¿La infidelidad? ¿La sudoración después de entrenar? ¿Un cuerpo diverso? ¿La necesidad de saber qué hace el otro, cuándo, cómo y dónde? En los limitados cánones de la heteronorma bien podría ser todo esto. Aún más cuando de eso, de lo prohibido —aunque todos conozcamos—, nada se habla y nada de lo que hagamos o cómo nos presentemos al mundo aclara en lo más mínimo nuestro deseo.
Deseo y sobreentendidos
En 1998 Jack Halberstam lanzaba Masculinidad femenina una obra que, como indica el nombre, piensa los distintos discursos acerca de la masculinidad en feminidades. Una de las problemáticas que desarrolla el autor es la falta de relación entre la manera de mostrarse al mundo —el género, su performatividad— y los roles sexuales asociados socioculturalmente a estos. Allí menciona a The misunderstanding un ensayo de Esther Newton y Shirley Walton donde cuentan la siguiente sencilla premisa: como una de ellas era una marimacho y la otra era un femme debían tener una compatibilidad sexual; cosa que, en realidad, no pasaba.
Es decir, a la polaridad femenino-masculino no le corresponde de manera lineal un rol pasivo-activo. Al final del libro la autora adjunta para la versión en español más de 245 posibles nombres que reciben las masculinidades femeninas en territorios de habla hispana y explica que cada una de ellas tiene cierto grado de especificidad según su contexto y tiempo histórico. De igual modo podríamos pensar tantas identificaciones para mujeres femeninas, varones femeninos o masculinos, para identidades trans o no binarias. Sin embargo, ninguna tendrá de manera lineal gustos, placeres y “morbos” asociados.
¿Qué nos dice la imagen de varón moderno de Federico Bal acerca de lo que le gusta o no hacer en la cama? ¿Qué nos dice la moralidad con la que hablan los comentadores de chats acerca de lo que ellos mismos hacen? Absolutamente nada.
Eva Navarro propone: “Es una invitación a pensar qué tan cerrada es la categoría de heterosexual, porque los chats no decían nada de otro mundo y aún así se lo analizaban como extravagantes o raros. Debería haber categorías distintas al morbo para pensar esas dinámicas”.
Por último, y parafraseando a Halberstam: No todos entendemos lo mismo por “morbo” o “perversión”, ni siquiera por “buen sexo”. Necesitamos, entonces, un vocabulario más amplio para corrernos de la moral heterosexista; un vocabulario más preciso que no sólo es algo útil en nuestras relaciones cotidianas, sino que también puede facilitar la comprensión de las sexualidades no normadas.