En ciertas disciplinas artísticas existe el mito (muchas veces real) de los maestros rigurosos que se valen de métodos extremos para extraer el máximo potencial de cada alumno. La residencia –película dirigida por el brasileño Fernando Fraiha, basada en la novela Cordillera de su compatriota Daniel Galera– explora esa idea y la lleva hasta las últimas consecuencias. Quien interpreta a Holden, el mentor implacable a cargo de una residencia de escritura creativa en el Fin del Mundo, es Darío Grandinetti. Débora Falabella (aquí conocida masivamente por su participación en telenovelas como Avenida Brasil o El Clon) encarna a la discípula que intentará ponerle punto final a su novela a través de esta peculiar experiencia.
En diálogo con Página/12, Grandinetti recuerda que fue bastante sencillo entrar en el clima de la historia y ponerse en la piel de estos personajes por las condiciones extraordinarias en las que se desarrolló el rodaje: “Filmamos en pandemia, entonces de alguna manera vivíamos como los personajes. Estábamos en un hotel tomado por nosotros, durante los primeros días comíamos en mesas separadas, nos hicieron varios PCR y luego pudimos juntarnos aunque con protocolos, respetando la burbuja. Eso nos puso en clima a todos”.
Holden es un ermitaño que se inventa un mundo regido por leyes extremas que funden de manera peligrosa arte y vida. A la hora de componer el personaje, Grandinetti cuenta que pensó en “ciertas movidas sectarias, sobre todo en ese tipo de talleres que vinculan el arte a cierto fundamentalismo, aunque sin llegar al extremo que se llega en la peli, porque el primer planteo parece muy apasionado: vamos a vivir como los personajes. Hasta ahí. Después está el riesgo del delirio”. Los actores muchas veces analizan a sus personajes como si fuesen personas reales, pero él advierte: “Es un hilo finito y siempre es bueno tenerlo en cuenta. Hacemos personajes, entonces tienen que tener un grado de irrealidad. El límite es muy fino pero trato de no olvidarlo”.
La propuesta de Holden es extrema: cada escritor debe vivir como el personaje de su ficción. Ana (Falabella) debe encarnar a Violeta, una joven que comparte el aislamiento en la montaña con un hombre mucho mayor y que intenta resolver algunos traumas personales vinculados a la violencia y comportamientos destructivos. La residencia revela que hay un maestro de métodos crueles pero también un grupo de personas dispuestas a alimentar ese poder. A la hora de establecer paralelismos entre la ficción y los mecanismos de manipulación en otros terrenos como la política, el actor opina: “En este personaje aparece la perversión, ¿no? Si lo que hace en esta residencia lo hiciera en un ámbito público, probablemente tendría una pena por mal desempeño de la función pública y por abuso de autoridad. Uno puede trazar muchos paralelos, pero tampoco creo que la pretensión del director haya sido la de relacionar esta historia con todo eso. Son las lecturas posteriores que pueden hacerse y que, claro, a mí me interesa que se hagan”.
El rodaje se llevó a cabo en Ushuaia gracias a un permiso especial y las locaciones funcionan como piezas claves en el relato: el lugar donde viven los residentes es la vieja Hostería Petrel, uno de los discípulos cierra su proceso de escritura en un lago y la escena final se realizó en el Cerro Castor. Grandinetti asegura que “filmar ahí fue de mucha unión y complicidad”, y agrega: “El clima era muy hostil, hacía mucho frío a pesar de que era verano, el set era una vieja hostería abandonada que el equipo de arte acondicionó, pero entraba el viento y era difícil calefaccionarla. En exteriores también hacía frío, la tormenta de nieve que se ve es real, pero estábamos ahí contando una historia que nos gustaba. Filmamos en plena pandemia, cuando nadie podía trabajar, entonces nos sentíamos privilegiados. Hablábamos mucho sobre eso”.
-Sos un actor que tiene la suerte de trabajar en varias industrias. Esta es una coproducción con Brasil, venís de rodar en Río de Janeiro y trabajás con frecuencia en España. ¿Qué ventajas le aporta eso a tu oficio?
-Es muy enriquecedor y hay una adaptación constante. Los actores tenemos la piel bastante dura porque todo el tiempo debemos adaptarnos a un nuevo guión, a un nuevo elenco. Las cosas que hacemos, por lo general, nunca duran más de dos o tres meses. Si hacés teatro y tenés la suerte de que te vaya bien puede ser un poco más, pero una película se hace en cinco o seis semanas, una serie en dos o tres meses dependiendo de la duración. Si trabajás con continuidad, todo el tiempo estás terminando y empezando algo. La gente del cine se parece bastante en todos lados. No es muy difícil establecer una relación laboral con un director de fotografía español, argentino o brasileño. Somos una raza extraña, no pertenecemos al grupo de “gente normal” y eso se ve en todos lados. Hay un apasionamiento, una forma de encarar el oficio que se comparte. Hacemos lo que nos gusta, entonces hay que disfrutar.
-Solés decir que a la hora de construir tus personajes siempre hay una cuota de obsesión pero también de intuición. ¿Cómo funciona?
-Sí, en el trabajo previo de leer el guión y entender al personaje me pongo bastante obsesivo e incluso hago cosas de más que después descarto porque no me sirven. Pero cuando me encuentro con el director y los compañeros que hacen la escena conmigo tengo que estar abierto a ver qué es lo que ocurre ahí. En cine lamentablemente no se puede ensayar en el lugar donde se filma, como en el teatro. En este caso las condiciones climáticas del lugar nos afectaban a algunos más que a otros dependiendo de nuestros personajes. Todo eso juega. Son factores inesperados que no los puede manejar ni siquiera el director.
-Ya que mencionás a los directores, vos trabajaste con profesionales consagrados pero también con nuevos realizadores. La residencia es la segunda película de Fraiha. ¿Qué es lo que guía esas decisiones?
-Lo primero que considero es si me gusta la historia que cuenta. Después vienen otros temas que a veces pueden ser problemáticos pero en general no. Hace mucho tiempo trabajo con directores de poca experiencia, noveles. Me parece que no es un tema que a mí me impida formar parte de un proyecto. Si estoy de acuerdo con el guión que quiere dirigir esa persona, ahí ya tenemos algo en común. No hago casting de directores, aunque en algún caso tendría que haberlo hecho (risas). Ahora está de moda que los directores que recién empiezan pidan casting a los actores. No sé, se pone de moda cada cosa…
El impacto de las plataformas en el oficio
Cuando se le pregunta cuál es su opinión en relación al proyecto de una nueva ley de cine para gravar a las plataformas y el impacto de esas lógicas en su oficio, responde: “Creo que son necesarias un montón de leyes que amplíen nuestros derechos. La llegada de las plataformas nos hace ver que quizás puede haber un poco más de trabajo, pero en algunos lugares. En Argentina yo veo que las plataformas todavía no se han instalado lo suficiente como para decir que generan trabajo. En España, en cambio, los canales de televisión producen, tienen plataformas propias, entonces además de las multinacionales de streaming que todos conocemos están las propias. En eso nos sacan ventaja. Nosotros no tenemos una industria del audiovisual avalada por empresarios nuestros, también sufrimos gobiernos que no respetan las leyes, que no cumplen las que había, entonces es muy difícil. Esto no cambiará en tanto no dejemos de pensar la cultura y la educación como un gasto; deberíamos pensarlos como algo que es nuestro y que es para nuestro crecimiento espiritual, para nuestra manera de ver las cosas y disfrutarlas desde otro lugar. Nuestros impuestos deben ser usados no para contratar a Fulano sino para que Fulano haga una cosa que nosotros podamos ir a ver y disfrutar, pero es muy difícil cuando las necesidades primarias básicas no están cumplidas. Es lo que siempre se señala cuando uno sale a pedir estas cosas. Te dicen: ‘Sí, sí, vos porque vivís bien’. Y la verdad es que yo vivo bien si tengo trabajo; si no tengo trabajo, vivo con la misma angustia de cualquiera que no lo tiene”.