El triángulo de la tristeza 3 puntos
Triangle of Sadness, Suecia/Francia/Reino Unido/México/Turquía/Estados Unidos/Grecia/Dinamarca/Suiza, 2022
Dirección y guión: Ruben Östlund
Duración: 147 minutos
Intérpretes: Harris Dickinson, Charlbi Dean, Zlatko Buric, Vicki Berlin, Dolly De León, Woody Harrelson, Sunnyi Melles, Arvin Kananian, Iris Berben.
Estreno: Disponible en salas.
El Festival de Cannes tiene una larga tradición a la hora de generar polémica con la entrega de su Palma de Oro. A veces las elecciones de sus jurados son celebradas, otras discutidas y no pocas veces cuestionadas con vehemencia. Dentro de este último grupo calza a la perfección la ganadora de la última edición, El triángulo de la tristeza. Se trata de una múltiple coproducción escrita y dirigida por el sueco Ruben Östlund, uno de los cineastas favoritos del festival, nene malo a lo Lars von Trier que ya ganó este mismo premio en 2017 con The Square, su película previa. Aquella había sido discutida por su mirada ácida de la realidad y su forma perversa de representarla. Cinco años después, con una segunda Palma en la repisa (y tres nominaciones a los Oscar, incluyendo la de Mejor Película), El triángulo de la tristeza confirma con creces lo dicho.
Como en su filmografía previa, en ella aparecen con claridad todas las características que definen a su cine: la voluntad de incomodar al público de título a título, un sentido del humor oscuro que obliga a cuestionar la propia risa y la intención constante de atacar lo políticamente correcto. Todo eso es llevado al paroxismo en El triángulo de la tristeza, con la intención de componer una alegoría crítica del capitalismo. Pero lejos de interpelar, sus “metáforas” resultan tan llanas y ramplonas como su humor, que casi nunca se propone ir más allá de lo confortablemente escatológico. Pensar que en una época muchos de los que ahora celebran esta película supieron mirar por encima del hombro los pedos en las de los hermanos Farrelly, verdaderos maestros a la hora de darles a los gases y a los fluidos corporales un uso cinematográfico apropiado, y de quienes Östlund tendría mucho que aprender. Vaya para ellos una reivindicación.
El sueco vuelve a elegir como conveniente escenario social el de las clases altas, el lujo y el glamour. Podría pensarse que hay algo de conciencia de clase en esta película escrita y dirigida por un hombre blanco nacido en un país rico que se burla ni más ni menos que de todo eso. Y quizás sea así. El problema es que la idea que la sostiene y su puesta en escena están lejos de ser realmente lúcidas o corrosivas, y en realidad son tan obvias y declamativas, tan a los gritos, que enfurecen. A ver, si no.
La narración está dividida en tres. El segmento inicial muestra a los protagonistas, una pareja de topmodels, discutiendo después de una cena en un restaurant muy exclusivo por quién paga la cuenta. El núcleo del conflicto gira en torno a las desigualdades salariales… en uno de los pocos oficios donde las mujeres ganan más que los hombres. El que sigue transcurre en un crucero (siempre de lujo) y termina con una cena en plena tormenta, con todo el mundo vomitando y la mierda saliendo a borbotones de los inodoros, mientras el capitán borracho da un discurso aleccionador sobre las perversiones del sistema. El mensaje, por si hace falta revelarlo, sería algo así como: “capitalismo malo caca”. El episodio final no es más iluminado: el barco naufraga y esa tragedia –que viene a ocupar el lugar de una revolución—, provoca que, al estar abandonados en una isla desierta, se inviertan las posiciones sociales, dándole el poder a los de abajo.
El triángulo de la tristeza confirma que en el primer mundo, ahí donde se entregan los Oscar y las Palmas de Oro, no están acostumbrados a ver de manera crítica su propia realidad. Eso explica que las películas de Östlund causen tanto revuelo por allá, diciendo tan poco y de manera tan burda. En cambio, en un país periférico como la Argentina, que vive en un eterno día de la marmota de crisis y renacimientos, es difícil que a alguien le parezca que esta es una película inteligente o atrevida. Igual de inocua como crítica y sátira, quizá la película alcance el infrecuente logro de reunir por una vez a los liberales y progresistas vernáculos detrás de una misma idea: no hay forma más torpe y superficial de retratar al capitalismo.