“¡Pero esa es mi falsa canción pop antibélica!”, dijo Ethel Cain, entre el humor y la indignación, sobre “American teenager”, efectivamente, su canción más pop, el anzuelo y el single de su primer disco, donde canta como una Taylor Swift etérea y gótica: flota, realmente. En abril de 2022, la joven Ethel Cain, música, modelo, mujer transgénero del sur de Estados Unicos, nacida en una familia evangelista, vio con terror cómo su himno anti-sueño americano, esa canción country donde canta sobre el porte de armas, la guerra y el fundamentalismo religioso, era interpretado por los usuarios de youtube como un himno uber nacionalista. Claro, en el video sale preciosa, irónicamente vestida de porrista en el campo de fútbol de su propio colegio en Perry, uno de esos pueblos perdidos del midwest estadounidense de donde ella es oriunda, enfundada en el uniforme del equipo de su propia madre cuando era una escolar, la bandera americana triunfal flameando en el sol veraniego a sus espaldas. “Escuchar a Ethel me dan ganas de comprar un par de armas y jurar a la bandera”, comentaba el público en las redes, y hasta el ex presidente Barack Obama -progresista, pero ex presidente de los Estados Unidos al fin y al cabo- la incluyó en su ya clásica lista de canciones más escuchadas del año. “Voy a tener que tener más cuidado”, dijo impaciente Ethel, que en ese video, con un fondo americano exaltado, sobre declamatorio, insolente, cantaba en realidad cosas terribles como: “El hermano del vecino volvió a casa en una caja/otro corazón rojo que se lleva el sueño americano”.
Algunos la llaman irónicamente la american sweetheart de la generación z, a caballo, dicen, entre Bruce Springsteen y Lana del Rey, con su amargura y su cinismo sobre la narrativa americana clásica -hace tiempo ya en plena crisis- una reina de belleza subversiva y triste que devanea entre el pop y la deformidad. Inspirada en las canciones de la iglesia donde cantó y tocó el piano desde niña, en el gospel y el canto gregoriano, en el country y en el rock, Hayden Silas Anhedönia, su nombre de civil, experimentó con su computadora desde niña y, como le pasa a muchas estrellas de su generación, sus primeras canciones se popularizaron en las redes. Hija de un diácono de religión bautista, crecida en una familia religiosa estricta, estricta, en el sur de Florida profundo, profundo, le notificó a su clan que era gay a los 12 años. A los 16 dejó la Iglesia y la familia, y a los 20 se reconoció públicamente como una mujer trans. Ahí, ya empoderada de su identidad, empezó a hacer música en sus propios términos.
Sus propios términos: intensas canciones de pop gótico sureño, flotantes y misteriosas. 6, 8, 9 minutos por tema, a contramano de la cultura del single, enamorada de la belleza y del horror del storytelling estadounidense, donde hermosas imágenes que podrían parecer festivas -cheerleaders que compran cervezas en estaciones de servicios, roadtrips por carreteras perdidas, paletas de helado multicolores que se derriten al sol, cabellos rubios que se mecen al viento- filtradas por su mirada están cubiertas de un tejido inquietante y ominoso. “Yo se lo que siento sobre este país. Yo se lo que siento cuando veo una biblia, una bandera americana”, dice ella.
Ethel Cain, como hoy firma, es en realidad un personaje que Anhedönia, de 24 años, inventó para publicar su festejado Preacher 's Daughter, primer disco de larga duración -dice ella, que Ethel la poseyó un día y se quedó dentro suyo- un disco temático, de storytelling intrincado, que editó el año pasado y que no deja de recibir flores. El disco de 13 canciones cuenta cronológicamente la historia imaginaria -y semi autobiográfica, claro- de una chica que huye de su comunidad religiosa estricta solo para caer en un romance trágico y fatal. El camino de la heroína a través del sueño americano podrido con la estructura de una liturgia, aunque el desenlace sea tan terrible y tan desconcertante como las historias que salen en los tabloides: termina en manos de un asesino caníbal. “Para mí, la historia de Ethel Cain es una historia de terror”, ha dicho, sobre ese cuento que planea extender a una novela y a una película.
Pero Ethel también cuenta que le parece demasiado fácil -y a la vez casi imposible- simplemente mandar a cagar a Dios. Ella prefiere habitar el corazón de ese abismo contradictorio que le dejó su educación religiosa tan estricta: ahí también encuentra belleza. En sus videos aparece cantando su pop triste y transparente en una pequeña capillita de pueblo, o siendo exorcizada en cámara lenta con horror y con placer. Su nombre elegido remite además a la historia bíblica de Caín y Abel: el hombre que mata a su hermano y es condenado a una eternidad de miseria. Es lo que a ella la interpela, cuenta, el peso de su herencia. "Gran parte del disco trata de la relación entre la familia y el pecado, la culpa y la vergüenza, las acciones de tu familia antes de vos y cómo te afectan. En la Biblia, después de que Caín mata a su hermano -el primer asesinato- Dios lo destierra a vagar por el desierto durante toda su vida, y a todo su linaje se le negará el refugio. La idea de que vos cargarás con la responsabilidad por lo que haya hecho tu ascendencia y nunca conocerás la paz por algo con lo que no tuviste nada que ver me pareció que remite a un trauma generacional muy directo".
Lo mismo le pasa entonces con Estados Unidos como idea, específicamente con el sur, su martirio y su hogar, el lugar desde donde ella crea, y de donde salió hace muy poco para convertirse en un ícono de la moda en las grandes capitales: desfiló como la gran cosa en la Semana de la Moda de Nueva York y de París. "Le dije a mi representante que tenía una crisis de identidad, porque esto es la antítesis de todo lo que soy, pero bueno me puse una elegante chaqueta de Givenchy y unas botas de Givenchy y fui a la fiesta de Givenchy. Luego volví a Alabama y me senté en el río”, cuenta. El disco, claro, es muy americano: es su crítica y su abrazo a su lugar de origen. Con su country de tomo y lomo, con su textura de blockbuster. Sus videos íntegramente en VHS, sus escenarios sureños. "Cuando Florida votó a Trump, todo el mundo dijo: 'Que se joda Florida. La próxima vez que pase un huracán, a ver si los vamos a ayudar'. Fue muy interesante ver cómo el resto del país demonizaba al Sur. Todos mis amigos que son homosexuales, negros, hispanos, transexuales -todas estas personas que iban a sufrir - no sólo tenían que lidiar con la certeza de que ibamos a tener un presidente republicano demente, sino también con el hecho de que el resto del país les dijera: "Que te jodan". Es importante tener en cuenta que todavía hay gente buena aquí abajo y que no todos queremos mudarnos a una gran ciudad liberal".