“Tar” es la película de Todd Field que promete arrasar en los Oscars. Y Cate Blanchett, la única actriz que podría haber protagonizado este elegante y perturbador thriller psicológico, ya se hizo de un BAFTA y un Golden Globe por haber encarnado el descenso a los infiernos de Lydia Tar. 

Esta película dura casi dos horas y media, todo un desafío para quienes tienen dificultad para la concentración. Sin embargo, está dividida en cuatro puntos de giro que arrastran a la protagonista a un espiral de desgracia sin retorno, donde las sombras de su paranoia y los espejos de sus pesadillas le disputan terreno a lo real. La tensión avanza a cada minuto conduciendo al espectador a un in crescendo de humillación, degradación y decadencia que pesa sobre Lydia, y que mantiene la atención siempre latente.

Lydia se asume como lesbiana, pero no le da un carácter político a esta identidad, que identifica como una circunstancia más de su personalidad. No considera que ser mujer le haya impedido llegar al pináculo de una carrera de prestigio internacional incuestionable , que la inscribió en la acotadísima lista de personas que ganaron un Oscar, un Tony, un Grammy y un Emmy. Se rodea de hombres con quienes mantiene un vínculo transaccional, no tiene amigas y su relación con su esposa parece tener la misma naturaleza. Prefiere que le digan “Maestro” en vez de “Maestra” y se olvida de que el 8 de marzo es el día de la mujer.

Ella maneja los hilos de las orquestas más relevantes del mundo y sabe que tiene el poder de allanarle el camino a quienes vienen detrás, sobre todo a las aspirantes a directoras, que también son sus becarias y protegidas. O, si también lo desea, destruir sus carreras. Con ellas puede ser tierna, paternalista o tirana. Es seductora e hipnótica. Pero no es inmune ni está blindada. A lo largo del filme vemos cómo Lydia es, al mismo tiempo, víctima y victimaria, uno de los ejes más ambiguos e incómodos de esta narración.

Las elipsis dejan entrever (sutilmente) que es acosada por Krista, con quien (entendemos que) tuvo un romance. Krista le sigue los pasos y le regala un libro sobre un drama amoroso, donde un amante amenaza a otro con suicidarse. Le manda mails angustiada, diciéndole que no consigue trabajo. Es evidente, sin dudas, cómo Lydia destierra a esta joven promesa del universo de la música clásica, cerrándole todas las puertas y transformándola en una paria, a pesar de su evidente talento. Lydia es alertada de que Krista corre peligro (de suicidarse). Pero no le da ningún tipo de relevancia.

Esto es, finalmente, su condena. El fantasma de Krista la acecha en la vida real y en sus pesadillas; es cancelada y marginada de sus espacios de prestigio, envuelta en un escándalo del que no puede salir, deslegitimada hasta el punto de la humillación más sórdida, trolleada en las redes sociales y, finalmente, tiene que huir de Nueva York para exiliarse en un país del sudeste asiático. (¿Dónde tiene que enfrentarse a la mugre del sur global? Al menos eso nos da a entender).

El lente del caso Lucio Dupuy

Es difícil no leer esta película, en estas latitudes, atravesada por el aberrante y cruel caso de Lucio Dupuy. El asesinato de este niño, que conmocionó a todo el país, sirvió como resorte para que las voces reaccionarias reafirmen en la agenda mediática un discurso lesboodiante que demoniza a la lucha feminista, entendida como la causante de todos los males. 

Una hipocresía evidente y muy poco sutil, ya que sus abanderados no salen en masa a condenar a los femicidios y cuestionar cómo el patriarcado opera como un régimen político represivo, abusivo y asesino. Tampoco levantan la ceja cuando figuras políticas como Javier Milei normalizan discursos misóginos cada vez que tienen minutos de aire.

Este filme, sin dudas, puede darle letra a los espectadores que le hacen el juego a esta visión para alegar que las lesbianas (las mujeres), como ellos bien auguran, también son violentas, incluso entre sí. Y que la cultura de la cancelación es un gesto feminista despótico guiado por la “corrección política”, que puede echar por tierra la carrera de cualquier buen hombre, incluso cuando los supuestos “crímenes” de los que se los acusa son, en realidad, ambigüedades. (Lydia no mató directamente a Krista, ni la obligó a acostarse con ella, podrían decir ellos). “En estos tiempos ser acusado es como ser condenado”, le comenta Lydia uno de sus mentores, dando cuenta de este ¿temor? que pesa sobre más de un varón con miedo a ser escrachado.

Sin embargo, fachos con ganas de hacer esas lecturas siempre va a haber. Esta narración, sin dudas, exige una interpretación más sutil; complejiza y aporta matices a las dinámicas de poder desigual, sobre todo cuando ese poder reside en una lesbiana rica y prestigiosa, que adopta, finalmente, los privilegios de los que podría gozar cualquier hombre cisgénero, blanco, legitimado y heterosexual.

Confronta dos miradas sobre el mundo. En primer lugar, la de una generación más joven y progresista, que le exige a sus predecesores un abordaje político comprometido, que tenga en cuenta distintas intersecciones (de raza, género y condiciones socioeconómicas) a la hora de juzgar la biografía o el desempeño de alguien. Y, por otro lado, una concepción neoliberal y meritócrata de que “todos partimos del mismo lugar” y que el “esfuerzo personal” es la regla general para alcanzar el éxito. Evidentemente, Tar falla a la hora de leer las inquietudes y demandas de sus alumnos, alineados con el primer grupo y cree que, por su poder, es básicamente impune.

Para quienes valoramos al feminismo como una práctica política inalienable para la ampliación de derechos colectivos, Tar es una película ambigua, inquietante, difícil de digerir. Tal vez por eso es tan hipnótica. Como dice Lydia en una escena, las preguntas involucran más que las respuestas. Hubiese sido mucho más simple si Lydia era encarnada por un hombre que espeje casos como el de Harvey Weinstein. Hubiese sido mucho más digerible, también, ver una película de alianzas entre mujeres, como en el filme de Sciamma, Retrato de una mujer en llamas, la última película del mainstream donde aparecen lesbianas. Pero Tar viene a instalar interrogantes y a desnudar cierta careta “naif” y complaciente de un feminismo marquetinero paladeable por todos. Es, tal vez, una oportunidad para trascender esos eslóganes y plantear una mirada molesta, que pueda profundizar las incógnitas de un escenario postpandémico cada vez más complejo.