“Mujeres hablando”. Esa es la traducción del título original de la película escrita y dirigida por Sarah Polley. Tal vez una pequeña descarga de misoginia o el miedo a que el título no resultara atractivo a nivel local (o ambas cosas) lo transformaron en Ellas hablan. Que suena un poco más misterioso, menos cercano a lo que alguien cargado de prejuicios podría equiparar mentalmente a una serie de cacofonías femeninas. Como fuere, Women Talking o Ellas hablan gira en gran medida alrededor de un grupo de mujeres hablando. La única gran excepción es un joven maestro que, en ciertas ocasiones, también habla, aunque por lo general su actividad se reduce a reflejar en el papel lo que las mujeres piensan y dicen a viva voz. Sarah Polley, actriz canadiense que en 1999 comenzó a dirigir algunos cortos, debutando como realizadora en el terreno del largometraje en 2006 con Lejos de ella, seguida por Take This Waltz y el documental Stories We Tell unos años más tarde, no se ponía detrás de una cámara de cine desde hace una década. El regreso se produce gracias a un proyecto de adaptación que le acercó Frances McDormand, quien además se reservó un papel secundario: la adaptación de la novela de Miriam Toews, también canadiense, publicada hace apenas unos años.

Toews, canadiense como Polley, es hija de padres menonitas, y algo de esa experiencia vital corre por las páginas del libro y, por extensión, de los fotogramas digitales del film, que comenzará a exhibirse en salas de cine el próximo jueves 2 de marzo, luego de recibir dos nominaciones en los premios Oscar: Mejor Película y Mejor Guion Adaptado.

La historia tiene una apariencia simple y su complejidad descansa en las resonancias y ramificaciones. En una comunidad religiosa anabaptista, en la cual las lámparas de aceite y los carros tirados a caballo siguen siendo la norma, un grupo de mujeres descubre que detrás de los extraños hechos de abuso que venían teniendo lugar desde hacía varios años los responsables no eran otros que un grupo de hombres del pequeño poblado. No el diablo o algún espíritu maligno, como se afirmaba. Tampoco formaban parte de la imaginación rabiosa de esas jóvenes vírgenes que, de la noche a la mañana, descubrían una mancha de sangre en la sábana, entre otras señales de la violación a sus cuerpos. Hombres de carne y hueso. Vecinos, padres, hermanos, hijos, esposos.

Ellas hablan describe los hechos aberrantes de manera veloz, casi a la manera de un prólogo. Lo que sigue es la ausencia de los hombres, los mayores de edad, durante algunas horas. Se han ido a pagar la fianza a la ciudad más cercana. Cuando ellos regresen, les dicen bajo la forma de una amenaza poco velada, las mujeres –las abusadas, sus madres, sus vecinas– deberán perdonarlos, so pena de ser excomulgadas de esa micro sociedad que para ellas es el centro del universo. Es entonces cuando las mujeres se deciden a hablar, reunidas en el primer piso de un establo durante todo el día y buena parte de la noche. Antes de comenzar con la charla se convoca a una votación, una serie de cruces debajo de tres dibujos, ya que ninguna de ellas sabe leer o escribir (esa práctica les está reservada exclusivamente a los hombres). El primer diseño señala una elección engañosamente neutra: no hacer absolutamente nada, esperar el retorno masculino y simular que nada ha sucedido ni cambiado. Algunas pocas equis optan por esa posibilidad, pero la gran mayoría, con resultados cercanos al empate, eligen una de las otras dos opciones. a) No esperar a ser echadas sino dejar la comuna como elección personal, abriéndose a un mundo que no se conoce en absoluto. b) Quedarse y pelear por ciertos derechos que distan mucho de tener estatus de adquiridos, incluso con el riesgo de ser condenadas y maldecidas, segregadas por esposos y padres en esta tierra y expulsadas del paraíso que las espera en la otra vida.

Por eso es necesario hablar, y mucho, antes de tomar una decisión. Conversar, discutir, pelearse si es necesario. Lo que tienen que decirse es demasiado importante como para callarlo. Entrevistada recientemente por la revista Rolling Stone, Sarah Polley afirmó que quería que la película “se sintiera como una fábula, en la cual pueden dibujarse las especificidades o cualquier otra circunstancia que forme parte de nuestras propias comunidades. También fui muy cuidadosa, porque era muy sencillo ponerse didáctica; era importante permanecer enfocada en la realidad de estas mujeres, en esa comunidad, en sus vidas. Inevitablemente el libro resonó en mí cuando lo leí porque se hace preguntas con argumentos complejos que han estado muy, muy presentes en estos últimos años, con las discusiones sobre la violencia de género y los sistemas de poder jerárquicos que crean la inequidad”.

¿DEBO QUEDARME O DEBO IRME?

Respecto del tono general de la película, su enfoque en la palabra y el diálogo, la realizadora destaca que el relato tiene que ver con “sobrevivir e ir hacia adelante, en compañía de otros, como una comunidad. Y es un experimento rico y profundo sobre aquello que la democracia podría llegar a ser. Para mí, esas son las fuerzas motoras. El trauma es la sustancia con la cual tienen que lidiar mientras atraviesan esas cosas”. Para sostener una historia que, por momentos, presenta una fuerte carga teatral –un único espacio, personajes que aparecen y desaparecen, diálogos extensos y cargados de significado–, Polley contó con un reparto de actrices de excepción, más allá de las fugaces apariciones de McDormand. La neoyorquina Rooney Mara es Ona, soltera pero embarazada como consecuencia de uno de los ataques nocturnos, previo sometimiento de las víctimas merced al poder de un fuerte anestésico. La británica Claire Foy es Salome, madre de una niña abusada (en la novela también es contagiada de una enfermedad de transmisión sexual), y la irlandesa Jessie Buckley encarna a Mariche, quien se pregunta –y les pregunta a sus compañeras– si acaso los abusadores son tanto perpetradores como víctimas de la estructura patriarcal de la comunidad. Judith Ivey, Kate Hallett y Sheila McCarthy, entre otras actrices jóvenes y experimentadas, acompañan en roles secundarios, al tiempo que Ben Whishaw se encarga de darle vida a August, el joven maestro que se vio forzado a acompañar a su madre cuando esta fue expulsada de la comunidad por razones ideológicas (las leyes se respetan a rajatabla y nunca se ponen en discusión), y que ahora regresa para llevar adelante las minutas de la importante deliberación. Cuando fue publicado el libro, Miriam Toews declaró que su novela era “un acto de imaginación femenina”, concepto que la película explicita en pantalla con una placa antes de que las mujeres comiencen, finalmente, a hablar. Más allá de que Women Talking, la novela, es el resultado de la imaginación de la autora, el origen de la historia tiene más de un punto de contacto con un hecho real: el centenar de casos de violaciones ocurridos dentro la comunidad menonita de Manitoba, en Bolivia, un sonado caso que comenzó a divulgarse periodísticamente en 2009.

Sarah Polley, nacida en 1979 en Toronto, fue una chica Disney desde muy temprano, a los cuatro años, cuando participó en el film familiar Navidades mágicas, y ha alternado desde su juventud roles en films autorales como El dulce porvenir, de Atom Egoyan, y eXistenZ, de David Cronenberg, con títulos de alcance masivo, como la remake de El amanecer de los muertos. Activa políticamente desde joven, perdió un par dientes durante un enfrentamiento con la policía de su ciudad natal y siempre ha sostenido muy en alto la defensa de los derechos de las mujeres, no sólo en sus películas sino también en la vida real, como activista. La realizadora admite que no tuvo contacto con las sobrevivientes de Manitoba. “Creo que eso hubiera sido algo muy difícil de lograr. Se trata de una comunidad muy aislada, sin lazos con el mundo exterior. Pero a la hora de escribir el guion y filmar la película tuvimos mucha asistencia de consultores menonitas, gente que creció en comunidades bastante conservadoras o colonias ortodoxas, como así también de menonitas progresistas que viven en grandes ciudades”. Respecto del alcance universal de una historia que, a priori, parece pertenecer exclusivamente a un ámbito muy alejado del de la mayoría de las mujeres de hoy en día, el menos en lo que suele llamarse Occidente, la realizadora cree que “es algo que ocurre todo el tiempo. Vemos casos de mujeres que han sido atacadas sexualmente a quienes se las intenta hacer pasar por locas. Hay muchos malentendidos fundamentales alrededor de cómo funciona el cerebro y la memoria luego de un hecho traumático. También respecto de cómo es el comportamiento post trauma, en el sentido de que puede ser contraintuitivo, opuesto a lo que imaginamos que debería ocurrir. Creo que estamos desarrollando un mejor lenguaje para comprender algunas de estas cosas; también para llegar a un acuerdo y ser capaces de articular cómo han sido algunas de esas experiencias”.

LA DIRECTORA SARAH POLLEY

UN MUNDO MEJOR

El mayor enemigo de Ellas hablan es su propia condición de exposición de ideas envueltas en un formato cinematográfico. No es casual que Polley integre al encierro de las discusiones una serie de flashbacks y paréntesis en el exterior que registran las actividades agrícolas de las mujeres. Los planos de niños y niñas corriendo en los campos bajo el influjo de la hora mágica, entre yuyos altos y la cosecha que ofrece sus frutos, recuerdan sin paradas al cine de Terrence Malick. Son pequeños descansos antes del regreso al establo, a las disquisiciones y planteos llenas de dudas y contradicciones de las votantes noveles. Algo es claro: en el fondo, casi ninguna de ellas desea vengarse, sino cambiar las condiciones de vida. Un mundo “utópico” en el cual no puedan ser violentadas y, en el caso de que eso ocurra, la justicia impere por sobre cualquier otra posibilidad o planteo. La película es la ilustración de una serie de ideas expuestas en un medio transparente, inequívoco. El hecho de que la historia podría estar transcurriendo en 1910, 1950 o 2020 –hasta que un par de detalles anecdóticos revelan su condición de fábula contemporánea– no hacen más que poner de relieve su carácter urgente. Tal vez en un futuro no muy lejano, es de desear, Ellas hablan sea vista como el artefacto retórico de una era en la cual aún era necesario machacar sobre algo tan evidente como incontestable.