Alguna vez les comenté que en mi infancia no disfrutaba del deporte. Con el tiempo, descubrí que no tenía que ver ni conmigo ni con no querer hacer ejercicio. Más bien era por la vergüenza que sentía de ser obligada a jugar al fútbol, un deporte en el que me excluían y discriminaban por tener modales femeninos. Les juro que era una verdadera tortura tener que fingir que disfrutaba de una actividad que no me gustaba en absoluto.
A muy corta edad había comenzado a dar señales de que era diferente, pero estos indicios eran tomados de manera negativa por los adultos. Mi papá me tenía prohibido jugar con cualquier cosa que sea asociada al imaginario de lo femenino, y para mí los juegos de varones eran aburridos. Me los intentaron imponer de todos los modos posibles. Cuando se agotaron las palabras moderadas, llegaron los gritos; después siguieron los golpes. Lo único que nadie podía explicarme era por qué no podía jugar con muñecas.
Fue tal el hostigamiento, que me causaba rechazo todo lo que tenía que ver con hacer cosas de varones, cosas de machos. Tengamos en cuenta que las prácticas de conversión estaban de moda en esos años: todo lo que se salía del molde de lo binario estaba mal o dañado. Había que corregirlo, ya sea con la medicina o la religión, así que el proceso incluía largas charlas con psicólogos a las que sucedían largos sermones llenos de castigos, con infiernos abarrotados de personas homosexuales ardiendo por su elección sexual.
En mi escuela o en el club de mi barrio, si eras varón, no había otra posibilidad fuera del fútbol. Hoy, si miro para atrás, es muy loco pensar cómo un juego podía ser tan discriminatorio, machista y binario. En esa época, para las disidencias y las mujeres, era muy hostil. Era tan contundente la construcción cultural sobre este deporte, que rápidamente te definían. Si eras mujer y te gustaba jugar a la pelota, eras un marimacho. Si eras un varón y no te gustaba el fútbol, un marica, marcha atrás, travesaño etc.
Los días que teníamos clases de Educación Física eran una verdadera tortura y los vestuarios, una pesadilla: las bromas, los apodos y los insultos eran hasta naturalizados por el profesor. No fue nada fácil, sobre todo, si toman dimensión de lo significativa que es esa etapa en la construcción de identidad de todos los seres humanos. Hay que lidiar con la aceptación, desarrollar la autoestima y lo más importante, conservar la salud. Cuando tomé un poco de valor, dejé de ir a la clase de Educación Física. Decisión que pague llevándome a marzo la materia todos los años.
El 19 de febrero se conmemoró el Día Internacional Contra la Homofobia en el Deporte. Desde las redes sociales de Amnistía Internacional en Argentina, compartieron un video que refleja todos los miedos que viven las personas LGBTIQ+ deportistas a lo largo de sus vidas. El anuncio compila diferentes declaraciones de grandes profesionales acerca de cómo viven o vivieron su identidad sexual. El primero en aparecer es Jakub Jankto, futbolista que en estos días fue noticia por blaquear su homosexualidad en un video. Parece absurdo todavía que haya que salir a dar explicaciones, pero lo cierto es que lo que Jakub pide es vivir su vida como todxs: «en libertad, sin miedos». En el spot también se puede ver a Josh Cavallo presentándose como futbolista y gay, o a Robbie Rogers denunciando a entrenadores que le decían que pasaba la pelota como «un maricón». También está la estrella del surf hawaiana Keala Kennelly confesando que vivía empapada de vergüenza, con miedo, y que se odiaba a sí misma porque no creía que podía ser campeona mundial y gay al mismo tiempo. Hay varios testimonios más que resultan conmovedores. Todos ellos coinciden en lo mismo: personas que,en el pico de su carrera deportiva,vivían infelizmente por no poder mostrarse tal como son.
Siempre lo menciono: en el mundo hay un gran avance a nivel legislativo y lamentablemente los cambios culturales vienen muy por detrás de ellos. A pesar de las conquistas, la discriminación en el deporte sigue en aumento. Quedó en evidencia en el último mundial de fútbol en el que organizaciones importantes como la FIFA decidieron hacer oídos sordos a los diferentes pedidos sobre los derechos humanos de las personas LGBTIQ+, dejando muy en claro que en ese espacioaún no hay lugar para todxs. Estas demostraciones retrógradas fortalecen la exclusión y la discriminación.
Cuando pienso en deportistas de elite, lo primero que viene a mi mente son dioses de la mitología griega o romana, figuras vigorosas, llenas de músculos que aparentaban mucha seguridad. Es poco común ver dioses vulnerables ¿no? Yo lo celebro, no son máquinas: son seres humanos criados en una estructura patriarcal que excluye y divide. ¿Cuándo vamos a dejar de mirar para otro lado? ¿No les parece raro que sean muy pocas las personas LGBTIQ+ en el deporte? ¿No se preguntan por qué? Quizás algunes piensen que es un número muy reducido. Es más fácil creer eso que pensar que hay personas que sienten miedo de salir del closet. Por momentos, tengo mucho miedo de ver cómo avanzan los discursos de odio LGBTIQ y más me asusta que intenten confundir a las personas y disfracen la violencia de esas exhortaciones como algo partidista. La discriminación debería ser una prioridad para todos los partidos políticos.
Vivimos en el siglo XXI, en el año 2023: salir del closet ya no debería ser tema para nadie. Hoy celebro la valentía de estxs deportistas que nos muestran un camino de libertad en el que es posible ser un deportista de elite y una persona libre de amar a quien venga en ganas. Porque hay algo muy importante que nunca se debe olvidar: todas las personas tenemos derecho a vivir nuestra sexualidad en libertad.