En la vida humana hay dos tipos de violencia: una es la violencia que tiene algún sentido (subjetivo), alguna finalidad o que puede estar justificada para quien la ejerce. Allí, el abanico de tal sentido es amplio: desde uno íntimamente personal, incomprensible si no es por el valor que toma para un sujeto, hasta una razón de utilidad social, en función de una finalidad política. Entre una y otra, buena cantidad de justificaciones a la violencia; razonables algunas, ciertamente delirantes otras. Recordemos que el mayor genocidio de la historia ‑el de los pueblos originarios de América por parte de los conquistadores "civilizados", que contaban con la bendición y el aval de las diferentes religiones dominantes‑, convivió en el mismo momento con la persecución y tortura a "herejes" en Europa, todo en nombre de los más elevados valores de Occidente. En la actualidad, la violencia está muy presente en la biopolítica, de diferentes maneras. Desde cierto ángulo, la historia de la humanidad es la historia de la violencia. Por suerte, es también más que eso.

Volviendo a lo que ocurre con un sujeto en particular y su relación con la violencia, tanto si es activo en ejercerla, o si es objeto de violencia del Otro, decíamos que hay una violencia que toma algún sentido o algún valor, o como forma de protesta y hasta puede ser la expresión de una demanda de atención a alguien que resulta ser una figura importante, muy destacada en la vida del sujeto.

Partimos de esa violencia con algún sentido, por más descabellado que sea, para diferenciarla de otro tipo de violencia: otra forma de violencia, esta vez fuera de sentido, que no tiene más finalidad que la violencia misma, que no encuentra otra justificación que la satisfacción que le brinda al sujeto el cometer el acto violento, por el que daña y perjudica a otro, y esto puede ocurrir de muchas formas diferentes.

Es esta violencia, la que no tiene ningún sentido ni justificación más que la satisfacción de la pulsión, la que se encuentra cada vez más frecuentemente en los adolescentes.

Presentándose al Otro social como violento, paradójicamente, muchos adolescentes intentan, por medio de una identificación con lo segregado, una forma de reinserción en el lazo social aunque finalmente no evite, de tal modo, la exclusión.

La adolescencia es el tiempo de la vida en que se trastocan aquellas coordenadas que orientaban la infancia, cuando aún no se cuenta con nuevos recursos. Tal conmoción del sentido de la vida coincide, hoy en día, con una época de conmoción de los valores e ideales, efecto de la combinación del discurso capitalista y del discurso de la ciencia. Estas condiciones de época empujan a una satisfacción sin límite y fuera de sentido, siendo la violencia una de sus formas. El adolescente es, en tal caso, ese sinsentido que presenta el desvarío de su vida y hace eco a la fragilidad de lo simbólico de estos tiempos. Por suerte, el adolescente es también más que eso.

*Miembro de la EOL y de la AMP. Profesor Facultad Psicología UNR. [email protected]. Anticipo de la conferencia del próximo lunes, en el marco del Curso Anual sobre "Adolescencia y Familia más allá del Edipo", que se dicta en la EOL.