El 9 de Noviembre de 1989 cae el Muro de Berlín. Dos años más tarde se desintegra la Unión Soviética. El neoliberalismo se globaliza y, sin resistencia, se adueña del mundo. En 1992, el politólogo neoliberal Francis Fukuyama decreta el fin de la historia en su libro “El fin de la historia y el último hombre”. Según la interpretación que el filósofo Alexandre Kojève hace de Wilhelm Hegel, este último también sugirió el fin de la historia tras el triunfo de Napoleón en la Batalla de Jena (1806), ya que representa la concreción de la mundialización de la Revolución Francesa. Es decir de la burguesía que la encarna con sus valores, su cultura, sus ideas económicas y políticas y con su cosmovisión filosófica, de la cual Hegel se considera su máximo exponente.

Karl Marx reprochará esto a Hegel aseverando que la dialéctica histórica no se detendrá allí, ya que la burguesía industrial capitalista engendra a su contradicción, el proletariado fabril, el cual enterrará a la burguesía. El filósofo José Pablo Feinmman observará luego que la historia no se desarrolló tal como Marx la predijo: con la Caída del Muro de Berlín, la desintegración de la Unión Soviética y con el neoliberalismo globalizado, Feinmann dirá que la burguesía parece haber enterrado al proletariado.

Pero existe un análisis aún más complejo: el capitalismo en su faz neoliberal enterró a la burguesía, y con ella, al proletariado. En el plano de las ideas económicas, las posturas neoliberales de la Escuela de Chicago sepultan a la Escuela Keynesiana que explosionaron tras la crisis del petróleo en 1973. El Estado nacional burgués se repliega, la privatización es un símbolo de la nueva era, solo queda mercado crudo y libre. 

En el plano productivo, a mediados de los años 70, la flexibilidad dinámica del “Just in Time” del toyotismo entierra la solidez monótona de la producción en cadena del fordismo: la figura del burgués se diluye en la del empresario profesional corporativo. En el plano laboral, el pleno empleo formal en relación de dependencia es enterrado por la desregulación del mercado de trabajo en detrimento de los convenios colectivos. Es decir, la flexibilización laboral se expande (crecen los contratos particulares por tiempo determinado, el trabajo independiente, el trabajo informal).

En lo que respecta a la composición de la economía capitalista, se explica una caída de la participación de la industria en el PIB. Según datos de la Universidad de Oxford, en Estados Unidos para 1945 la industria representaba un 33,6 por ciento, para 1991 era de 21,9 por ciento y en 2015 (último dato disponible) era solo del 17,3 por ciento. En lo que respecta a la composición laboral estadounidense, para 1945 la industria tenía una participación del 28,6 por ciento en el empleo total, mientras que para 1991 era del 22,9 por ciento y ya para 2015 (último dato disponible) era del 14,9 por ciento.

La contracara es un crecimiento exponencial del sector servicios (comercio, finanzas, entre otros) como porcentaje del PIB. Fue de 57,8 por ciento en 1945, crece al 76,7 por ciento en 1991, y al 81,9 por ciento en el 2016. La oficina (o en su defecto, la calle) remplaza progresivamente a la fábrica.

La valorización financiera y la apertura comercial internacional se imponen como dominantes frente al decaimiento de la industrialización. La financiarización de la economía entierra a la industria y la figura del CEO (Chief Executive Office) entierra al viejo burgués industrial.  Larry Fink entierra a Henry Ford y Zuckerberg entierra a Rockefeller.

El lugar de la vieja burguesía industrial como clase dominante ahora es ocupado primordialmente por una elite capitalista financiera globalizada pos-burguesa compuesta por los CEOs de fondos de inversión como BlackRock, The Vanguard Gruoup, Fidelity Investments, State Street, Morgan Stanley, etc. Esta dialéctica está representada en la película Plata Dulce (1983): el banquero Arteche entierra al burgués Bonifatti, que termina preso. Lo sepulta físicamente, pero no sin antes sepultarlo identitariamente. 

Porque la película también pone al desnudo la metamorfosis sociocultural vivenciada en los comienzos de los tiempos neoliberales: cuando Bonifatti (apertura de importaciones mediante) cierra su fábrica de botiquines abandonando el mundo económico burgués industrial para adentrarse en el mundo de los negocios financieros especulativos, también abandona gradualmente su rutinaria, estable y tradicional vida matrimonial-familiar (característica de la moral burguesa conservadora) para adentrarse en una lógica hedonista de excesos, consumismo, viajes, infidelidad, fiestas nocturnas, y eterna juventud que caracterizan a los nuevos tiempos posmodernos neoliberales a fines de la década del 70 y comienzos de la década del 80.

El precariado

La profecía de Marx se cumple, pero no como él pensaba. El burgués industrial es negado dialécticamente, pero no por el proletariado: lo entierran Martínez de Hoz y Felipe Domingo Cavallo; la industria nacional se funde con una apertura financiera-comercial de carácter atroz instrumentada en nuestro país entre los años 1976 y 2003 pero que a su vez se da en todo el mundo.

Cavallo entierra a la burguesía industrial y con ella al proletariado fabril. En su lugar queda una heterogénea masa de desocupados, informales, precarizados y cuentapropistas. En base a datos de la EPH-Indec, en 1977 el empleo no registrado representaba un 15,3 por ciento del empleo total, y para 2003 ascendió al 44,8 por ciento. En 2015 cayó levemente al 32,7 por ciento mientras que en el 2022 vuelve a incrementarse al 37,4 por ciento. Los contratos laborales por tiempo determinado, el monotributo, entre otros, advienen en muchos casos para darle un marco normativo mínimo a la informalidad, o, en otras palabras, para maquillarla, es decir, informalizar la formalidad. Con la globalización esta lógica se extiende a todo el mundo.

Queda así constituida una nueva clase social a la que el economista inglés Guy Standing y el filósofo italiano Diego Fusaro denominaran como precariado. El problema con el precariado es que, a diferencia del proletariado, no está dentro del sistema en una forma estable, más bien es un desocupado intermitente. El precario padece la desesperación de encontrar un empleo cuando no lo posee y padece la desesperación de conservarlo el mayor tiempo posible cuando si lo posee. El precario ingresa y egresa permanentemente del sistema, posee trabajos temporales, mal pagos e inestables, es un errante que cambia de trabajo constantemente, que incluso cambia hasta de país todo el tiempo, no posee certidumbre económica-laboral alguna, está a tiro de despido permanentemente, no vive, sino que sobrevive. 

El precario no posee un “para sí”, proyectar su vida a mediano-largo plazo se le vuelve adverso. El precario a menudo no posee vivienda propia y es condenado a ser (en el mejor de los casos) inquilino de por vida, está privado de un hogar estable. Constituir una familia podría implicar caer bajo la línea de la pobreza, motivos por el cual muchos desistirán de hacerlo.

Matar a la bestia

Hegel se horrorizaría con esta situación. En los Fundamentos de la Filosofía del Derecho, Hegel desarrolla su dialéctica de la eticidad: al nacer, el sujeto se encuentra con la familia siendo esta la institución ética-comunitaria inmediata (ser en sí o negación). El sujeto crece, se independiza integrándose a la sociedad civil. El sujeto se escinde dialécticamente de la familia, la condición de hijo es negada por la condición de ciudadano/a, que es el momento de lo particular-individual donde el sujeto decide su profesión-trabajo para satisfacer sus necesidades siendo entonces el trabajo donde creando el sujeto se crea a sí mismo.

En el sistema de las necesidades, el mercado, que se moviliza por intereses egoístas dentro de la Sociedad Civil, es donde Hegel advierte que “la mano invisible” del mercado no funciona ya que una masa significativa de individuos queda por fuera del mercado de trabajo (es gradualmente desplazado por la máquina). Es decir: el sujeto deja de ser sujeto, porque solo lo es cuando se realiza como tal mediante el trabajo creador mientras que cuando al sujeto se le priva de la condición de crear (como se le priva al precario) se le priva también de la condición de crearse. El individuo sin trabajo se degrada. En Hegel, en “plebe”; en Marx, en “lumpemproletariado”.

Es por eso que Hegel plantea un tercer momento ético, el de la superación dialéctica, que es el Estado interventor que conserva las particularidades de los sujetos individuales superándolas en lo universal y actuando dialécticamente sobre el sistema de necesidades de la sociedad civil para corregir los desbarajustes sociales que degradan a los sujetos y que derivarán en la anomía y el caos. Hegel es el filósofo de la burguesía, aunque no liberal; un sistema ideológico-político que no comprende el valor ético de lo comunitario.

Con el neoliberalismo globalizado, el Estado ético interventor de Hegel se esfuma, queda solo la degradación sociocultural que promueve el mercado capitalista, es decir el sistema de necesidades movilizado por un egoísmo desmesurado que atenta contra el propio sujeto individual. Es un capitalismo pos burgués,  la familia, las tradiciones, los valores, la cultura, las instituciones, y el Estado nacional, son ámbitos comunitarios-colectivos, son cosas del orden de lo común, compartidas con los otros. Incluso en la sociedad vivil, el sujeto movilizado por su individualidad egoísta no trabaja en soledad sino en comunidad (trabaja e intercambia con y para otros), aun cuando no es consciente de esto porque se le presenta abstracto.

Reivindicar la filosofía hegeliana en este contexto es un acto de rebeldía porque como praxis política sugiere una reavivación de lo comunitario: las mayorías nacionales y populares se construyen en el instante en que un determinado proyecto político se muestra capaz de apelar a la defensa de aquellas características que los individuos integrantes de dicha mayoría tienen en común (historia nacional, cultura nacional, tradiciones, valores, costumbres, patria, entre otros), que resulta a su vez, todo aquello que la globalización neoliberal quiere aniquilar mundializando el anglo-centrismo unipolar.

La Rusia tradicional de Vladimir Putin ha entrado en guerra con la globalización, la Rusia actual representa su negación dialéctica más radical: es un momento de ruptura, un acontecimiento histórico universal. 

* Analista Económico. [email protected]