Según el último censo agrario (2018), solo 863 unidades productivas concentran 34.200.000 hectáreas. Es una superficie equivalente a la provincia de Buenos Aires y a dos Tucumán juntas, en las que sumadas viven más de 20.000.000 millones de personas. Algo más de 800 personas son dueños de la plataforma donde se producen los alimentos para 47 millones de argentinas y argentinos. Impactante, ¿verdad? ¿Es razonable que un bien tan escaso como la tierra, que no se fabrica y de la que dependemos todas las personas, esté en tan poquitas manos? La respuesta parece obvia.
Ahora: ¿qué hacemos? Y ¿cómo lo hacemos? Esto ya merece un debate más profundo y, lo que es peor, ausente.
Para empezar, el campo nacional y popular debe dejar de ignorar este tema vital, e hincarle el diente de una buena vez. La invisibilización del latifundio es el gran triunfo cultural de la derecha oligárquica. Y su modelo productivo, el agro exportador, es el principal obstáculo político, económico y cultural a la industrialización de nuestro país, lo que equivale decir, a construir un país para todos/as. Si bien muchos (aunque no tantos como sería necesario) denunciaron el problema del latifundio y lo hostigaron discursivamente, a partir de la década del 70 del siglo pasado se lo dejó de mencionar. Desde entonces, la derecha impuso su agenda de invisibilizacion y lo disfrazó de productividad abnegada y benéfica.
El único tiempo histórico en el cual se encaró seriamente este problema desde la acción gubernamental, fue durante la década del 45 al 55. Entonces, Perón confiscó parte de la renta agraria para financiar la tardía industrialización del país y mudar inquilinos rurales a propietarios. Ahí nació la grieta.
En diez años, el peronismo logró transformar 50.000 arrendatarios rurales en propietarios. Fue un proceso fascinante y totalmente ignorado, aun por los propios peronistas. Se trató de una auténtica y exitosa Reforma Agraria, aunque Peron -con su astucia campechana- nunca la llamó así. La consigna que utilizó fue: “la tierra para quien la trabaja”. En ese momento Argentina era un país de arrendatarios rurales, denominación que hoy no podría usarse, porque la tierra sería para los pools.
En ese proceso de transformación utilizó básicamente tres instrumentos:
1) Expropió latifundios. ¡Sí! Expropió y pagó, como los de Pereyra Iraola o los campos de los descendientes del coronel Rauch. No fue un método frecuente, pero cuando tuvo que usarlo, lo usó.
2) Dictó una serie de medidas que obligaban a los terratenientes a vender sus predios en forma “voluntaria” a sus inquilinos. Esto tuvo gran impacto. Dichas medidas incluían: prohibición de desalojos, congelamiento del precio de los arrendamientos, prioridad de compra al inquilino, otorgamiento de un crédito a 30 años para que éste pudiera comprar y el pago, por parte del Estado, de la mensura y la escritura. Y como si fuera poco, en 1948 sancionó la Ley 13.246 que, entre otras cosas a favor del inquilino, prohibía el subarriendo. ¡Como para que la oligarquía no lo odie!
3) Otro instrumento que utilizó, especialmente en los albores del peronismo, fue la compra de tierras, para luego parcelarlas y entregarlas a sus ocupantes.
Este es el caso de la Colonia Cañada Rica, que tuvimos oportunidad de visitar hace unos días junto a Darío Baiocco, por gentil invitación del presidente comunal de dicha localidad, Oscar González (FPCYS). Esta fue una colonización de la primera época. En 1945 Perón da la orden al Consejo Agrario Nacional (el C.A.N., disuelto por la dictadura en 1980) de comprar las tierras de los sucesores de Simón Sánchez (dirigente de la UCR) y de Paulina Sánchez de Guevara. El C.A.N fraccionó el latifundio en parcelas de entre 35 y 50 hectáreas, y se las vendió a los adjudicatarios a larguísimo plazo. Pero, además, construyó una casa para cada uno de ellos, y una escuela con pista de baile, cancha de fútbol y parque recreativo, todo realizado en forma admirable.
Después de 42 años de abandono, la escuela sigue erguida como un roble, esperando que algún buen criollo o criolla la rescate del abandono. Hoy no solo la escuela está cerrada: la mayoría de aquellas casas son taperas, algunas demolidas y otras abandonadas. Quienes tuvieron el tino de conservarla, los menos, las tienen impecables. Y todo, pero todo, está rodeado de un mar de soja, ese desierto verde. Muchos de los actuales dueños, descendientes de aquellos que recibieron la propiedad de manos del Estado, olvidaron cómo llegaron a ser propietarios y claman contra cualquier intervención del Estado. Paradojas de estos tiempos ingratos y sin memoria.
La reforma agraria de Perón no consideraba solo a la tierra, tenía una mirada global que incluía: la tierra, el IAPI (Instituto Argentino de Promoción del Intercambio), el tren y las tarifas (creó la tarifa diferenciada justicialista para la leche), la Marina Mercante y los puertos. Como buen estratega, no consideraba el precio de los alimentos como una cuestión autónoma del resto de los factores enumerados. Al revés de lo que ocurre ahora, donde se mira el precio desvinculado de otros componentes, Perón vio el conjunto de lo que ahora llamamos soberanía alimentaria.
El proceso de dividir y parcelar enormes cantidades de hectáreas, para que miles de colonos se transformaran en propietarios de un pedazo de tierra, fue también el origen de la chacra mixta. Si se pudo hacer entonces, se puede volver hacer.
En los tiempos que corren, volver al campo, a la producción de cercanía, con mixtura productiva y generando arraigo, no es una utopía loca: es una necesidad imperiosa si queremos salvar el planeta de la catástrofe. El futuro ya está acá. El modelo de sojización con concentración de tierra y rentas es parte esencial del problema; no es la solución de nada. Es otro mito del neoliberalismo que hay que derrumbar. Primero hay que derribarlo en la cabeza de los dirigentes del campo nacional y popular; y después, en la de nuestros ciudadanos de a pie. Por eso hay que urbanizar el debate rural.
Conocer la historia es fundamental para que no nos roben el país y podamos explorar alternativas. La derecha quiere analfabetos históricos. solo le sirven los ciudadanos robot, que sepan informática, idioma, matemáticas. No quieren la historia porque los incrimina y abre cabezas. Decía Rodolfo Walsh: “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores. La experiencia se pierde, las lecciones se olvidan La historia aparece así como propiedad privada cuyos dueños son los de todas las cosas.”
No perdamos las experiencias valiosas. ¡Si se pudo, se puede!