Siria acumula varias tragedias. Es una tumba colectiva a cielo abierto. La guerra civil que provocó 307 mil civiles muertos, las draconianas sanciones económicas de Occidente, su fractura territorial, el hambre, los 7,6 millones de desplazados internos y los terremotos no le dan tregua hace doce años.
Pero en su drama humanitario emergen señales de que no todo está perdido. El contagio solidario surge muchas veces desde el deporte. Clubes, asociaciones, futbolistas, basquetbolistas y entrenadores no dudaron un instante en ayudar a los más necesitados después del sismo producido el 6 de febrero. Estadios abiertos o techados que en otros países y épocas fueron utilizados como centros clandestinos de detención, en esta nación árabe sirven de refugio a damnificados por la destrucción que no cesa.
El último terremoto interrumpió la precaria actividad deportiva. Lo que no pudo detener la guerra, lo consiguió la naturaleza. Siria acababa de contratar al argentino Héctor Cúper como entrenador de su Selección. Su federación lo anunció cuatro días antes del temblor y dijo que llegaría pronto. Mientras, las cifras de muertos crecían: en el país son 9.300 según la OMS, y en la vecina Turquía llegan a cerca de 50 mil, dicen los datos oficiales de esta semana y con tendencia en alza por las últimas réplicas del sismo de 7,8 puntos en la escala Richter.
La Asociación Siria de Fútbol (SFA) y la Federación General de Deportes del país se pusieron a disposición de las víctimas. Los atletas se tornaron rescatistas voluntarios o recaudaron fondos y alimentos. Las canchas de fútbol hoy son refugios más seguros que las propias viviendas que se mantuvieron en pie. Los clubes abrieron sus puertas, como en el estadio de Al-Hamdaniya de la castigada Alepo -la segunda ciudad siria-, en el norte. Otros como Al-Karamah y Al-Wathba enviaron ayuda humanitaria desde Homs, en el oeste, antiguo bastión del grupo terrorista Estado Islámico (ISIS) que aún sigue operativo.
En Latakia, otra de las ciudades muy afectadas por el sismo, el último campeón sirio, Tishreen Sporting Club, anunció en su Facebook que el 8 de febrero había recibido a unos 300 refugiados en su estadio Al-Assad construido en 1978 por el gobierno. La institución que juega en Primera División es una de las más fuertes de la Liga local. Ganó cinco títulos en los últimos años. Su junta directiva informó en los días posteriores al terremoto que “se hizo cargo de los alimentos, el agua y los gastos médicos, así como de la leche y los suministros para el cuidado de los niños”. Otro club involucrado en la asistencia es el Al-Nawa'ir que envió un cargamento al estadio Al-Hamdaniya desde la ciudad de Hama donde está su sede.
En la más asistida Turquía -y también la más golpeada por el sismo- que tiene un campeonato fuerte con clubes que compiten en los principales torneos de Europa, sus futbolistas donaron los sueldos a muchos damnificados. Los planteles del Galatasaray y el Fenerbahce, los dos más populares, no se desentendieron de lo que pasa. Uno de los futbolistas que pasó por el primero de los equipos y ahora juega en el Rayo Vallecano, el colombiano Radamel Falcao, se puso al frente de una campaña para juntar fondos.
La agencia oficial de noticias siria, SANA, publicó sobre sus deportistas: “Los atletas de Alepo pidieron a la comunidad internacional que levante el cerco impuesto al país, pidiendo el fin de las sanciones impuestas a los mismos, con el fin de entregar ayuda a los afectados por el sismo”.
Anas Sari, el entrenador del Al-Ittihad, quinto en la edición 2021-2022 de la llamada Premier League siria, declaró sobre los padecimientos de su pueblo: “El injusto bloqueo a Siria era la razón para no organizar competencias y tomar experiencia o enviar aprendices al extranjero para adquirir habilidades. Por lo tanto, enfrentamos el sufrimiento mientras rescatamos a las personas afectadas por el terremoto”. El entrenador de básquetbol Othman Qiblawi agregó: “El terrorismo económico al que se enfrenta Siria es solo la otra cara del terrorismo que derramó la sangre de los sirios”.
En Siria, donde a marzo de 2021 y tras diez años de guerra civil habían muerto o fueron heridos cerca de 12 mil menores (un promedio de tres por día), aún en esas condiciones los chicos tuvieron su Copa Mundial de fantasía. En la provincia de Idlib se jugó un torneo con unos 300 niños divididos en 25 equipos. Compitieron como sus ídolos, los grandes futbolistas que pasaron por Qatar donde la Selección Argentina ganó el tercer título de su historia. Desparramados por los diferentes campamentos de la porosa frontera entre Turquía y Siria, disfrutaron hasta donde pudieron. En enero y antes del terremoto, volvió la guerra a la región donde grupos islamistas resisten al ejército local. El alto el fuego vigente desde 2020 quedó trunco.
Lo que no se interrumpió desde el sismo del 6 de febrero es la solidaridad de las instituciones deportivas y los atletas sirios con su pueblo, al que pertenecen. Las sanciones económicas de EE.UU y Europa con el objetivo de que caiga el gobierno de Al Assad no cumplieron su objetivo.