La noche es irracional, piensa y mira hacia arriba, lo negro, el cielo. Unas pocas nubes grises aisladas. Sin estrellas. Sin luna. Le hubiese gustado ver una luna. Debería fijarse bien, quizá si hubiera luna, pero no llegó a verla, por estar mirando así, de refilón, para que nadie lo note.

Apoyados contra la pared, los amigos de su novio fuman y se pasan una jarra improvisada de vino tinto. Una sangría, dijeron. Ella pensó en el color. Rojo. Sangre. Vampiros. Así vestidos, en la noche, tenían algo, tenían mucho, de vampiros. Las crestas rojas, verdes, azules. La ropa negra ajustada. Las cadenas. Los borcegos. El maquillaje. Ella había intentado disfrazarse también, pasar desapercibida, ser una de ellos. Incluso se había afeitado una ceja. Una línea vertical que endurecía su rostro. Se miraba al espejo y no se reconocía. Se sentía diferente. Mejorada. Otra. Yo es yo, se decía mirándose en el espejo. De inmediato se corregía: yo es otra. Esa idea la reconciliaba consigo misma. Estaba cansada, harta de ser ella misma, el reflejo de sus padres, la nena buena y obediente, la abanderada, la pulcra, la modosita. Cuánto odiaba esa palabra: modosita. Sin embargo, era la palabra que mejor la pintaba de pies a cabeza. Así había sido hasta que conoció a Iván. No le gustaba Iván, no estaba enamorada. A veces, incluso, le daba asco besarlo. Pero era algo nuevo, diferente. Iván con su olor a alcohol y cigarrillos, con su música rara al máximo, la ropa negra ajustada, el maquillaje. Y ahora ella salía con sus amigos. Ahora pertenecía a algo propio, ajeno a sus padres perfectos y modositos.

Le acercan la jarra. Estaba a punto de llevársela a la boca cuando Iván se la sacó de las manos.

-Tiene pepas -dijo.

La plaza en la noche irracional es tranquila, se dijo. Pero en el fondo sabía que no, que era una pantalla, que el peligro latía en el aire, semejante a una boca abierta.

Alguien encendió un porro. Le gustó el olor. Respiró profundo. Le ofrecieron un cigarrillo. Esta vez pudo fumar sin toser. Ahora fumás, se dijo. (En su casa no se fumaba). Ahora tenés novio, se dijo. Vas a tomar de esa sangría y ser otra, se dijo.

-Quiero probar -dijo.

La jarra llegó a sus manos. Dulce. Le dio asco. Isaac preparaba la sangría. Lo vio cortar la botella de plástico por la mitad y agregarle vino de la cajita. Lo vio romper el hielo contra el cordón de la vereda y revolver con los dedos, metiendo la mano dentro de la jarra. Esa fue la parte que le dio asco. Isaac, el gordo, con sus guantes recortados a la mitad de los dedos, metiendo una mano en la jarra y revolviendo. Guantes que no debía sacarse ni para ir al baño.

—Bien caserita —dijo Isaac.

El líquido dulce entró a su cuerpo. Sus padres jamás imaginarían que ella fuese capaz de tomar un trago de esa jarra, si le daba asco hasta compartir un vaso con sus hermanos.

Sintió piel de gallina. Iván la abrazó y le refregó los brazos. Creyó que se adormecía, que podía permanecer en ese estado de somnolencia hasta que saliera el sol y fueran a la panadería a comprar pan calentito o medialunas y alguien armara el mate.

-Tu viejo -le susurró Iván al oído.

Ella sintió que se despertaba de golpe. Miedo. Un miedo como un bicho negro y peludo que le caminaba por el cuerpo. Vergüenza de que su padre la viera así.

-Esa es la patente de tu viejo -le dijo Iván al oído, señalando un auto que se estacionaba. De atrás parecía el auto de su padre, pero ella no recordaba la patente. Se sintió una estúpida. ¿Cómo podía saber Iván la patente del auto de su padre y ella no?

-Está con un gato -dijo Iván riéndose-. Es muy heavy esto -agregó entre carcajadas-. Zarpado tu viejo, no gasta ni en el telo.

Sintió que la sangre le subía a la cabeza. Arcadas. ¿La sangre o la sangría? Buscó a sus pies un cascote enorme y se acercó al auto. Iván y los amigos continuaban riéndose de la situación. Ni siquiera notaron que ella, cascote en mano, se acercaba al auto. Pensó que uno era poco y agarró otra piedra más. Se quedó de pie, frente a la ventanilla del auto. El tipo de adentro besaba a una mujer rubia. La miró bien. Una pendeja. De su edad. Tomó impulso y lanzó la primera piedra. El sonido estalló en la noche. En la noche irracional, pensó, sin estrellas, sin luna, con sangre.