Desde Berlín

Alexia es una joven que ronda los 17 o 18 años y que anhela ser piloto de Fórmula 4. Vive en un enorme castillo que se cae a pedazos, emplazado en lo profundo de la pampa argentina, junto a su madre Justina, quien es la heredera de esa propiedad. Juntas encaran los trabajos cotidianos que implica tener esa mansión plagada de recuerdos y la crianza de los animales, que les da parte del sustento, mientras ven cómo se acerca el momento de su inminente separación.

Esa es la trama planteada por el director argentino Martín Benchimol en El castillo, película que compite por el premio del público y que es parte de la sección Panorama de la Berlinale, el Festival Internacional de Cine de Berlín que se desarrollará hasta el 26 de este mes. En términos de estética y forma, Panorama pone su mirada en el pulso del cine internacional contemporáneo y Benchimol, quien es director de El espanto (2017) y La gente del Río (2012), aporta a esta muestra dos personajes entrañables: la madre y la hija.

En su película, el director argentino –cuyas entradas a todas sus proyecciones fueron agotadas– plantea una historia cuyas imágenes interpelan, evocan memoria, pero también recaen en un presente que invita a pensar en esas transformaciones que ya hace un tiempo viven las sociedades latinoamericanas, donde el poder se concentra cada vez en menos familias.

Las protagonistas hilan una historia que revela diversas problemáticas como los prejuicios de clase y la relación madre-hija. Además, retrata el cierre de un ciclo y la liberación de la madre, quien a lo largo de la película va abandonando esas ideas y fantasmas que la atan a una vida de servidumbre. Para ello, Alexia es fundamental, pues se convierte en esa maestra con la capacidad de transformar en Justina aquello que se hace impensable en su universo. A diferencia de la madre, la hija sueña, tiene planes, quiere salir de ese castillo que le resulta más que un hogar, una carga que ha decidido compartir con su madre, pero no atarse a ella.

Los orígenes de Alexia distan mucho a los de Justina, una indígena quien a sus cinco años fue “adoptada” por la patrona del lugar para ayudar en las labores del hogar. Alexia nace en esa mansión arropada por su madre y la dueña de la casa y se cría bajo otros parámetros, alejados de la servidumbre, pero ante todo libre de complejos. Su fortaleza la convertirá en un pilar fundamental de ese castillo que se cae, pero que a la vez se renueva simbólicamente como un auténtico hogar para Justina. Página/12 conversó con el director de la película, quien celebra el éxito de la recepción del público berlinés.

-¿Cómo fue el proceso creativo para El castillo? ¿Cómo llegás a esa mansión que de pronto en la vida real parece estar desolada como en la película?

-Conocí a las protagonistas cuando estaba filmando mi película anterior. Andaba por la zona, estábamos buscando curanderos y ahí estaba ese castillo y por curioso pedí hablar con la dueña y ahí estaba Justina. Me dice “yo soy la dueña, pasá” y me enamoré de su historia. Desde ese momento hasta que filmamos pasaron como cinco años, por suerte, porque en ese tiempo no solo nos hicimos amigos con ella y Alexia, lo cual fue importante para el trabajo de la película, sino porque además la relación entre madre e hija fue develando otras capas, otra complejidad. Finalmente la película cuenta no solo todo el conflicto de clase a partir de esta herencia, sino este vínculo madre-hija que saben que algún rato se van a separar. El proceso de creación de la película se dio en estos cinco, seis años de vínculo, porque lo que yo sentí fue que la historia en sí tenía un contenido dramático muy fuerte y que necesitaba estar contenido con una cadencia de ficción. La película no se filmó toda junta, fueron varias etapas, filmamos un poco, volvía, editaba, reescribía, volvía allá. El rodaje era un escenario donde ellas jugaban su propia vida. A veces con una mezcla del pasado, otras veces escenas de algo que les estaba pasando y a veces imaginamos un futuro posible. Por eso no podría decir a qué género responde esta película.

Martín Benchimol.

-Hay varios temas en El castillo. De pronto la hija se convierte en muchas cosas, en el hombre de la casa, por decirlo así, pero más importante aún en una maestra que libera a su madre de esa vida entregada a la servidumbre… ¿Cómo encaraste la creación del personaje de Alexia?

-El vínculo de ellas dos contiene todos los temas de la película. Por un lado, como Alexia fue criada bajo el ala de la antigua dueña, hay una diferencia en cuanto a la pertenencia de clase. Madre e hija tienen un origen en la pertenencia de clase muy distinta. Alexia, tan colorida, tan sonora, tan disruptiva se plantea como una oportunidad de liberación de la madre porque la está empujando a la madre a que haga ese salto. La pertenencia de clase de Alexia hace que ella le resulte imposible servir a otra persona, es algo como muy constitutivo de la vida de las dos, tan fuerte, tan hermoso a su vez como se acompañan ellas teniendo esa pertenencia de clase tan distinta que se ve sobre todo cuando llega de visita la familia de la antigua dueña.

-La película parte de un castillo casi que parece estar en una especie de decadencia, donde los vestigios son parte importante del paisaje. De pronto dan cuenta de una época dorada. ¿Qué viste en los fantasmas de ese pasado?

-Había una tentación de contar el pasado de la familia que vivió ahí, pero más que en el recuerdo, me concentré más en las marcas de ese pasado lujoso. Lo que buscaba era hablar de la apropiación del espacio; para mí el tema de la película no es la decadencia, sino la pertenencia. En cómo aún teniendo un título de la propiedad, ella para sentirse propietaria del castillo tiene que hacer un proceso de apropiación. Que la casa esté un poco rota o que haya animales en la casa tiene que ver con la forma en cómo ella se apropia. No quiero romantizar la precariedad, sino que Justina decide vivir ahí a su manera.

-¿Podemos entender ese castillo como una metáfora de lo que hoy sucede con algunas sociedades latinoamericanas, donde las clases oligárquicas cada vez son menos?

-Yo creo que las clases oligarcas cada vez están más concentradas, no se han ido sino que son cada vez menos personas, lo que se achica en realidad, cada vez más, es el sector de la sociedad que puede vivir dignamente de su trabajo. En realidad, creo que lo que es decadente es que se achique el poder adquisitivo. No me preocupa que se reduzca la oligarquía, sino que los recursos se concentren en esa oligarquía y sea tan difícil aún con un trabajo sobrevivir. Como el sistema de clases está muy definido por la herencia, por eso me interesaba contar esto porque aun con la herencia la condición de clase es más profunda.

-¿Cómo se recibió la película? ¿Qué viene de aquí en más?

-Tuvimos proyecciones a sala llena y la verdad es que el público muy curioso, y eso es lindo porque siento que la película genera preguntas. Y sobre el futuro de la película, pues quiero ya mismo estar en un festival presentando la cinta con las protagonistas, que no pudieron venir ahora. Tenemos ya varios festivales confirmados.