7 deseos es un cruce de “La pata de mono”, el clásico cuento corto del británico W. W. Jacobs, con la saga Final Destination. Del primero, variante fáustica, toma la idea del amuleto mágico que cumple todos los deseos, pero a la larga toma el alma. De la segunda, el mecanismo de pre-programación, que permite anticipar el terrible castigo que recibirán uno a uno, allí, los sobrevivientes a un accidente. Aquí, los pobres diablos que pagan el pato por la escasa contención de la protagonista, dispuesta a cumplir todos sus deseos. Por cada uno que cumple, un muerto. Ése es el canje que la malévola entidad encerrada en una caja reclama, aunque hace trampa: no le hace saber con antelación a la heroína cuáles son las reglas de juego. Más interesante hubiera sido que ella las supiera, y aun así rogara por su cumplimiento. Hubiera resultado una heroína más moderna, más jodida, más despiadada. Pero 7 deseos no se anima a tanta revulsión y hace de la protagonista una trágica no tan culpable. Trágica a dos puntas: la chica tiene una pesada historia de infancia, vinculada también con la caja maldita.
“Ojalá te pudras”, desea Clare Shannon pensando en la clásica rubia patotera del cole, y a la mañana siguiente la chica despierta con su pierna derecha en estado de pudrición. Pocos días antes su padre (Ryan Phillippe, ayer nomás un buen mozo rompecorazones, hoy un cuarentón semidestruido) regaló a Clare una caja china, preciosamente laqueada, de esas que accionando cierto mecanismo secreto se abren con toda una combinación de engranajes, como si lo hicieran solas.
Como en Final Destination, la muerte se comporta, en 7 deseos, de modo tozudo, despiadado y exuberante. Cada larga secuencia tanática constituye uno de los momentos orgásmicos del relato, en términos dramáticos, visuales e incluso humorísticos. Obviamente este esquema de muertes anunciadas “garpa”, en tanto genera expectativa y le garantiza al espectador que cada tantos minutos tendrá su rato de disfrute. Pero las muertes son menos creativas que las de Destino Final, y son lo único que hay en 7 deseos: entre una y otra muerte, mero relleno. Salvo un solo detalle, sumamente infrecuente en Hollywood: el padre de la heroína trabaja de cartonero.