Lectores de mi sístole (y también de mi diástole):
Se está terminando el mes de febrero, lo que es realmente una no muy buena noticia. Porque, cada vez que termina un mes, comienza otro, lo que implica un nuevo aumento de precios (en verdad, no aumentan “por mes”, pero sí lo hacen para las estadísticas, que, como ya sabemos, suelen ir a contramano de las personas).
Aunque parezca mentira, quienes nos autopercibimos de clase media, cada mes debemos pagar nuevamente la luz, el gas, el alquiler, el colegio, la prepaga, la tarjeta de crédito, el gimnasio al que no vamos, la cochera, el ABL, el celular, el cable, Internet, el psicólogo de nuestra mascota, las expensas, la terapia, Nefli, y siguen las firmas (no todos pagamos todas esas cosas, pero seamos solidarios con quienes sí, o bien, presumamos que sí para alimentar nuestra fantasía aspiracional). No es “dejá vu” ni un “dejá garpé”, ¡hay que ponerse otra vez!
Podrán decirme que para afrontar esos gastos contamos con nuestro sueldo, pero ¿no es muy poco equitativo contar con un solo sueldo –o a lo sumo dos– contra todos esos gastos, algunos de los cuales pueden multiplicarse por el número de integrantes de una familia?
Y marzo suele ser el mes en el que nos damos cuenta de todo eso, después de esos dos meses, enero y febrero, que en el calendario romano directamente ni existían y en el nuestro son, digamos, un imaginario paréntesis entre las fiestas y el inicio de las clases.
Esto viene de lejos, recordemos que al mismo Julio César lo previnieron respecto de “los idus de marzo”. No sé si se referían a los billetes, que se nos han idus de las manus cada vez más rápidus, o qué, pero la advertencia está.
Marzo es un mes en el que nos sentimos inciertos –el resto de los meses, también, pero ahora se viene marzo–. Marzo siempre empieza con un discurso del presidente ante el Congreso. En esa ocasión, los presidentes aprovechan para explicar lo que tienen pensado hacer ese año, y también por qué no pudieron hacer lo que tenían pensado hacer el año anterior. Si es su primer año de gobierno, tienen el recurso de “la pesada herencia”, y si no, también. (Pensar que cuando el Sumo Maurífice era nuestro Primer Autoritario, aprovechaba la ocasión para hacer gala de una exquisita capacidad de errarle a la palabra correcta y una extraña habilidad para cometer lapsus y fallidos que harían las delicias ya no de un psicoanalista, sino de un congreso psicoanalítico completo. En cambio, cuando la actual vicepresidenta era quien se dirigía al país, solía tener en vilo a multitudes que la acompañaban en la Plaza Congreso, aun bajo la lluvia, con piezas de oratoria que harían palidecer de envidia al mismísimo Cicerón. Estilos, dirían).
Pero volvamos al tema de la incertidumbre. Recuerdo cuando uno de los integrantes del Mejor Equipo Contrario de los últimos 50 años dijo que los argentinos debíamos acostumbrarnos a disfrutar la incertidumbre. Quizás tenía razón, pero si el gobierno del que él mismo formaba parte quería darnos un poco de incertidumbre, no debía, digamos…, garcarnos todo el tiempo, porque ahí no hay incertidumbre. Porque, además, ese mismo gobierno hablaba de “luz al final de túnel”, “pobreza cero”, “los quise llevar al Aconcagua" –a bordo del Titanic–, y una serie de expectativas paradisíacas jamás cumplidas. En rigor, a esta altura del partido, podríamos saber que, en caso de existir el Paraíso, solamente cabían allí dos personas: Adán y Eva; ¡el resto, afuera!
De ahí para acá, una de las grandes fake-promesas es la de la completud… en todos los ámbitos. ¿O acaso no hay quien habla de “media naranja” para referirse a esa pareja que cree ser feliz mientras la exprimen y le sacan todo el jugo? ¿O acaso el mismísimo Platón, en El Banquete, no se refiere a “les andrógines”, seres completes a quienes los dioses partieron al medio? Aunque Platón lo desmienta en el capítulo siguiente del mismo libro, la fantasía de completud quedó.
Y entonces el mercado te ofrece productos “que te completan”, ideales para la cartera de la dama, el bolsillo del caballero y la mochila del no binario, por así decirlo. O te dice que si no estás completo, es por culpa tuya, porque no hiciste el mérito suficiente para serlo, y ¡seguí participando!
La sensación de “falta” es lo que nos permite nacer y no quedarnos para siempre en el amnios materno; luego nos lleva a comer, respirar, jugar, trabajar y un montonazo de verbos más. A quien no le falta nada, o sea, a quien no necesita nada, pero nada, tómenle el pulso, porque es “la falta”, la incompletud, lo que nos conmueve y nos mueve. Lo dijo Freud. Y lo mostraron en Matrix, donde las computadoras descubrieron que la mejor manera de esclavizar al ser humano es hacerle creer que no necesita nada.
A mi gusto, un buen líder sería aquel/la que nos acompaña en el camino, y no quien nos muestra un espejo de falso paraíso donde, desde una reposera, nos dice: “Yo estoy acá, ustedes no; pero si me eligen, les voy a permitir que me vean disfrutar”.
“Mi derecho a hacer lo que yo quiera termina donde empieza el derecho de los demás a hacer lo que yo quiera”, creen quienes deshonran la palabra "libertario". Nosotros, por nuestra parte, sigamos creyendo que, desde la incompletud, la falta y la vulnerabilidad (y sobre todo, la conciencia de todo eso), algo podremos caminar.
Sugiero al lector acompañar esta columna con el video “Canciones de la guerra contra la inflación: Viene otro aumento”, parodia de Rudy-Sanz del tema “Los dos gallos”, de la Guerra Civil Española: