“¡Viva la Confederación Argentina! ¡Mueran los salvajes unitarios! Departamento de Gobierno, Palermo de San Benito, febrero 22 de 1844, año 35 de la Libertad, 29 de la Independencia y 15 de la Confederación Argentina
“Con perseverancia ha preparado el Gobierno, por medidas convenientes, estos resultados respecto de las dañosas costumbres del juego del carnaval en los tres días previos al miércoles de ceniza; y considerando: Que semejante costumbre es inconveniente a las habitudes de un pueblo laborioso e ilustrado; Que las familias sienten otros males por el extravío indirecto de sus hijos, dependientes o domésticos: Por todas estas consideraciones, el gobierno ha acordado y decreta: Art. 1°: Queda abolido y prohibido para siempre el Carnaval. Art. 2°: Los contraventores sufrirán la pena de tres años destinados a los trabajos públicos del Estado, y si fuesen empleados públicos, serán, además, privados de sus empleos.”
La Pipi Ayelén, murguera de cuerpo y alma, sonríe y se pinta para el corso de la noche mientas escucha el documento de Juan Manuel de Rosas. “Sí, así fue incluso antes de Rosas, y así sigue siendo en muchos lados, aun después de que balearan a una murga de pibes y madres por bailar en la calle. Rosas, Onganía, Videla…y nosotros seguimos aquí. La murga es un espacio de alegría popular y resistencia. Todos venimos de antes. Nosotros, los 'Caídos del Almanaque' no nacimos de un repollo. Todos venimos de otras murgas, antes éramos de ´'Espíritu Cascabelero', de Lanús, otros vienen de 'Los Calaveras'. Son los que hicieron historia y escuela. Son años de construcción barrial, popular, de redes, de células, pero ¿sabes por qué estamos? Porque la murga no negocia.” Lo dice y sigue sonriendo. Habla sonriendo. Baila sonriendo. Como sus compañeros de la murga “Caídos del Almanaque” de Avellaneda.
La Pipi Ayelén es profesora de historia, tiene treinta y cinco años y también sonríe cuando recuerda que a sus catorce años cayó a un centro cultural donde no había un peso y se armó una murga a donde llegó por primera vez “a aprender percusión, pero terminé bailando y desde ahí no paré más. Me quedé en la murga. Todos hacemos ese proceso; sos de una murga, te pasas a otra, y de otra murga nace otra más. Es un camino de evolución permanente pero que deja raíces. Vos ves el estilo de baile, de presentación de una murga y sabes de donde viene. Todo lo que pasa en una murga es rastro de identidad”. Y recuerda de ese primer día que la piel se le derretía de sudor debajo de la pintura: “de verdad me derretí en ese calorón. Y no podía para de sonreír, ¡era feliz! El carnaval, la murga, es un espacio de felicidad. Nosotros venimos a bailar a la plaza Jaramillo, es nuestro espacio, y se juntan tres mil vecinos en un ratito. Claro que tenemos suerte porque Avellaneda nos reconoce como trabajadores de la cultura, así fuimos declarados. Trabajamos, y Ferraresi acompañó e impulsó el laburo y nos declararon patrimonio cultural” dice, aun sin mencionar que Avellaneda, además, es el barrio de los murales que nadie jode, que nadie vandaliza. Hay una capa de piedra cultural bajo la tierra que hace carne en los vecinos.
Las murgas son una red. Bailan en su barrio, van a otros carnavales de otros barrios, se mueven entre ellos sin pedir nada ni joder a nadie “y a veces hay problemas, como todo, pero no nos dejamos. A veces pasa que no te dejan cortar la calle, que te quieren levantar el corso, que en otros barrios llega la policía a prepotear, pero ahí aparecen otras murgas de otros barrios y nos hacemos el aguante. Nosotros estamos todo el año vendiendo choripanes, haciendo rifas y otras actividades para juntar plata y poder bailar, ¿y nos van a venir a joder? Claro que no. Mucha gente se divierte. Hay lugares a donde no llega nada de nada, nunca, solo nosotros y la gente la pasa bien un ratito. Y sí, hay otros que creen que es una cosa horrible. Así definen siempre lo popular “horrible” pero no es de ahora, ya en el año mil ochocientos un inglés escribió que éramos unos salvajes”.
El Inglés, Sarmiento y Alberdi
El inglés en cuestión era un comerciante británico de nombre Thomas George Love que escribió en un diario que “Llegado el carnaval se pone en uso una desagradable costumbre: en vez de música y disfraces y baile, la gente se divierte arrojando baldes de agua desde los balcones y ventanas a los transeúntes. Las fiestas duran tres días. Las damas no encuentran misericordia, y tampoco la merecen, pues toman una activa participación en el juego. Ellas abandonarían este juego si supiesen cuán poco se aviene con el carácter femenino”.
La flema británica, contrasta fuertemente con lo que Juan Bautista Alberdi publicó en el diario La Moda también en el año 1838: “Gracias a Dios que nos vienen tres días de desahogo, de regocijo, de alegría. No sé tampoco por dónde quiera sacarse que el juego de carnaval es contrario a la moral y al buen tono. No sé cómo puede perderse en tres días una moral que cuenta doce meses, menos los dichos tres días. Por mi parte, no puedo menos que aconsejar a las personas racionales y de buen gusto que corran, salten, griten, mojen, silben, chillen, cencerren a su gusto a todo el mundo”
Y aun el tan controversial Domingo Faustino Sarmiento, siempre afecto a las costumbres europeas y sus remilgos, salía (siendo presidente) a mojar y ser mojado, vestido de poncho y sombrero de paja declarando que el carnaval “es una tradición de la humanidad que se perpetúa a través de los siglos. Es una necesidad del espíritu. El pueblo se muestra tal cual es en estos días de desorden autorizado, puede medirse más su estado de moralidad y cultura en medio de las locuras del carnaval, que en los comicios públicos o en los actos íntimos de la vida”
Pandemia y después
La Pipi organiza ropas, instrumentos, maquillaje, hija e hijo. Son las tres de la tarde y se baila a las nueve de la noche, pero “hay que armar temprano, hoy bailamos primero en Lomas de Zamora y somos cuarenta, después en Villa Domínico. Así rotamos, nosotros bailamos en varios barrios, otras murgas vienen acá. La alegría tiene que circular, y el mensaje también”.
Las murgas no quedaron exentas de los efectos de la pandemia: “la murga no es solo un evento cultural y aun espiritual, también es un hecho físico, ponés el cuerpo, fuerte, y la pandemia nos alejó, nos aisló como a todos, no nos veíamos, no charlábamos, no bailamos. Algunos sostuvimos el contacto con el barrio armando ollas populares, otros quedaron atrapados y esa relación de células se dañó. Muchos todavía no volvieron, pero volverán, porque volvimos a estar en contacto y de a poco lo popular se recupera, como en la política, como en la vida. Lo que existe, está, y en la provincia somos más o menos trecientas murgas”.
La murga, como todo espacio social, no es un lugar exento de conflictos, pero se resuelven con tiempo y mate en alguna plaza porque “sabemos que al final de viaje, nos tenemos a nosotros. Algunos prefieren cantar, otros brillan bailando, otros hacen crítica social o política y somos heterogéneos, pero de base popular. Alguna vez alguien de derecha puede asomar el hocico, pero no dura, terminan yéndose”.
Viendo el carnaval de Uruguay y aun las escolas de samba de Brasil, la murga siempre estuvo a la izquierda. Si dejáramos de llevarnos por el ritmo y pusiéramos atención a las letras, descubriríamos eso: el reclamo, las ideas, la historia dramática de los pueblos que fueron esclavizados.
“Compramos mitos, claro que sí. Somos herederos de la negritud, del bombo con platillo, del descaro y la burla, de reírnos del que nos lastima y de la hermandad de sangre o de costumbres que están bajo la montaña de prejuicios y voces o acciones que pretenden callarnos o escondernos bajo la alfombra. Los primeros carnavaleros se burlaban de la realeza, y nosotros también”. Mira atravesando todo y suelta sonriendo de costado: “¿querés algo más popular que el bombo y el platillo? Escuchá”.
Bombos y platillos
Son las siete de la tarde y la plaza Jaramillo de Avellaneda (que en realidad se llama Plaza San Martín) se pobló de murgueros que se preparan, se pintan, lustran los instrumentos, calientan los bombos y la sangre y los colores verde agua y negro toman cuenta del lugar. Le comento a la Pipi, que en Capital Federal se prohibieron cuatro carnavales y que un político de derecha dijo que habría que prohibir el carnaval de una vez, porque molesta a los vecinos y que las murgas solo sirven para bajar línea kirchnerista.
La Pipi Ayelen, suelta la carcajada y su respuesta en una flecha impactando en una hoja seca: “Si, lo leí, dice que es porque no pueden garantizar la seguridad y es mentira, la murga es barrio pasándola bien, no necesita seguridad. Lo que les jode es el mensaje con alegría. Mira esto. Míralo. Mirá los pibes y las pibas. Acá viene de todo, desde profesionales hasta gente que a veces no tiene para comer. Ojalá las murgas de Capital resistan, por lo pronto yo a ese le respondería desde el conurbano: que digan lo que quieran, pero la murga no se rinde”.