El carnaval reposa en la ruptura de un orden eclesiástico y social, una licencia, un privilegio de los pueblos en su capacidad onírica, para dar rienda suelta al baile, a la celebración del Pucllay. Fiestas dionísiacas que se llevan a cabo en todas las civilizaciones desde la más remota antigüedad.
Juan Oscar Ponferrada en su tragicomedia, representa al carnaval en los valles calchaquíes, el ritual de la cosecha de algarrobo acompañado de bailarines y de un coro al estilo griego. Es una fiesta bacanal donde la chicha y aloja se adueñan de los danzarines y la chaya es la esencia de la celebración. Dice Adán Quiroga, que mucho antes del carnaval comienzan los preparativos de la fiesta de la chaya, caravanas de gentes montadas en asnos dejan la aldea para ir a pasar unas semanas a las sombras de los algarrobales.
El protagonismo es del Pucllay, representado por un Momo con máscara de risa. En el prólogo del Carnaval del diablo, Ponferrada da cuenta de la importancia del Chiqui cuando dice; “La chaya tiene formas rituales que parecen haber quedado de la fiesta del Chiqui, antiguo dios infausto, mito de lo fatal. Puede conjeturarse que el Chiqui supervive en el Pucllay, como si se dijera la tristeza en el fondo de la alegría. Así se explicaría el acento dolorido y trágico de la vidala chayera”.
Ariel Arturo Herrera Alfaro, en un importante análisis sobre los distintos aspectos de la tradición clásica en el Carnaval del diablo expresa que el dramaturgo construye el prólogo, una explicación actuada en la cual se encuentran y dialogan Chiqui y Pucllay, fusiona la desgracia con la alegría, una suerte de justificación de que ocurra una desgracia dentro del carnaval. Quien presidirá el carnaval durante la fiesta será el Chiqui con máscara de Pucllay, es decir: la fatalidad con aspecto de felicidad.
El argumento tiene la impronta de la tragedia griega; María Selva en una fiesta de carnaval se enamora de un hombre del cual queda embarazada. Conoce luego a quien será su marido, y nace Isabel, pero Rosendo ignora que la niña no es su hija. Transcurren 15 años, circunstancia en que llega un forastero al pueblo, la fatalidad hace que se enamore de su propia hija. María Selva desesperada trata de separar ésta pareja, al mismo tiempo que siente una atracción por ese hombre y decide contar la verdad a su hija; “¡Isabel…Isabel…! ¡No puedes irte así…! Ese hombre es tu padre!”. La tensión aumenta y es Rosendo quien dispara y mata a la joven. Sin duda, algunos pasajes de la obra hacen rememorar a Sófocles, con la tragedia Edipo, Rey.
José Horacio Monayer, encuentra en la obra el sometimiento que les impone la tierra a los personajes en sus ardorosos desasosiegos por subsistir y, que Ponferrada, además de enfrentarlos a la tierra, los expone exhaustos y desprovistos, en total desamparo al juicio supremo de Dios, también resalta el lenguaje utilizado, por los tonos y matices personalísimos de la poesía que intercala en el drama acompañada del canto. El carnaval del diablo representa un mito, toda una tradición milenaria, trágica, mágica, y navega fuertemente en esa simbiosis entre la cultura clásica y la popular.
La Chaya termina con la muerte de Isabel y con el entierro del Pucllay, que volverá a resucitar cuando la madre tierra lo devuelva en la alegría de los brotes verdes. Se escucha el coro: “Carnaval, carnavalcito; Ya me has voltiao y te has ido./¡Por un poquito de gozo/ lo que hi de tener sufrido!