Ser porteño no es ser nacido en el Puerto. Ser porteño no significa lo mismo en la enunciación descriptivo-geográfica que en la intersubjetividad histórico-cultural y política. Y mucho menos significa lo mismo pronunciado en Buenos Aires que dicho en Santiago del Estero. Ser porteño es un ethos, una situacionalidad, un modo de posicionarse. Esquivamos el problema si lo minimizamos diciendo que la mayoría de las políticas centralistas fueron impulsadas por provincianos o que la ciudad de Buenos Aires alberga diversidades que no podrían reducirse al unitarismo. Ello es cierto. Sin embargo, lo porteño sigue sonando a otra cosa en las provincias. Hay modos porteños, hay decisiones porteñas, hay cautelares porteñas, hay “aporteñamiento”, independientemente si se nació en Santa Fe o en Buenos Aires.

Ser porteño es un lugar de la grieta profunda que atraviesa como un bajo continuo las otras hendiduras de nuestra historia social que, siguiendo la analogía musical, vendrían a ser las melodías que se oyen en nuestros debates (pobres-ricos, peronismo-antiperonismo, pueblo-oligarquía, planero-emprendedor, etc.). Una grieta, invisibilizada y ninguneada, pero real: la fractura Interior-Buenos Aires. Discernir esta grieta e incorporarla abiertamente al debate público contribuye a la permanente y nunca acabada construcción de la comunidad nacional. Común-unidad que no tiene que ser homogénea, sino capaz de albergar y tratar democráticamente las diferencias.

Creo que hay que forzar la salida a la luz de esa grieta, quizás exagerándola o caricaturizándola para que muestre sus rasgos. Como en toda cuestión de cultura y de política, está en juego la intersubjetividad: cómo nos relacionamos con el otro y su mundo, cuál es el talante que predomina en esa relación. Una, entre otras características, sería señalar al cinismo y al escepticismo como los polos de esta tensión entre dos ethos. Si el escepticismo provinciano duda del otro y suspende su propia acción en la desconfianza, el cinismo porteño niega al otro e hiperactúa descaradamente poniéndose en el lugar de la Totalidad. Si uno peca a veces de demasiada localía, el otro lo hace de demasiada universalidad. Si uno se cierra en la impugnación de “lo foráneo”, el otro minimiza la diversidad de lenguas reduciéndola a “tonada”, invisibiliza la diversidad de mundos arrumbándolos en un folklorismo pintoresco o simplificando la producción de política autónoma bajo perezosas adjetivaciones de “feudos” y “caudillos”. Incluso el mainstream de la ciencia política manifiesta esta pereza intelectual cuando nos ubica en el nicho de los “estudios subnacionales” --suponiendo con ello que los problemas municipales de CABA o del AMBA son “nacionales”--, en donde el prefijo “sub” connota algo más que la escala de la mirada.

La historicidad de esta grieta profunda se arraiga en geoculturas regionales en las que la afirmación del ‘nosotros’ frente a los ‘otros’ asume significantes que nombran hermenéutica y axiológicamente al otro. Por ello, “porteño” pronunciado en el NOA tiene connotaciones negativas evidentes cuando se advierte un lugar de enunciación cargado de años de subalternización y expoliación. Así también, “provinciano” no puede ser oído más que despectivamente por quienes somos englobados en una homogeneidad amorfa y oscura, como decía Canal Feijóo --el Interior--, y que se distingue del otro interior --campestre, bucólico, con linaje--, que tomó para sí y con exclusividad los símbolos representativos de la patria --el interior de “La” Provincia (de Buenos Aires).

El federalismo político es el lugar desde donde se mira el país. La geopolítica es geoepistemología. Afirmar el federalismo hoy es cambiar de miraje, deconstruir nuestras miradas naturalizadas con las pupilas del centro para mirar desde las periferias. De hecho, el nombrarnos como “interior” supone un posicionamiento de la mirada desde el “exterior”. Y la historia argentina confirma que ésta fue la mirada que predominó desde Buenos Aires, que pensó al país desde fuera.

Geoepistemología que es geopolítica que es geocultura. Pues si bien el lugar desde donde se mira es un lugar epistémico y político, la cultura es el arraigo donde los pies pisan. Como insistía Rodolfo Kusch, lo geocultural está constituido por la tensión entre instalación y gravitación: la tierra, la lengua, los modos de relación, “gravitan”, pesan, tiran para abajo, condicionan; pero nuestras opciones ético-políticas nos “instalan” en esos legados reconfigurándolos en función de nuevos proyectos y compromisos.Podríamos decir que con la gravitaciónsola no alcanza y con la instalación sola no se puede: se puede “ser” santafesino o cordobés pero “estar” instalado en la mirada porteña; puedo optar por una mirada federal, pero el microclima de los poderes concentrados en Buenos Aires gravita y condiciona.

La geocultura regional es, de hecho, una geopolítica interior. Es cada vez más claro e indiscutible que los discursos de identidad por los que se afirma un ‘nosotros’ frente a un ‘ellos’ está entrelazado con intereses y poderes muy materiales y muy concretos a la hora de las decisiones y de la configuración del espacio de convivencia. Y la Argentina --el espacio nacional de convivencia-- se ve muy diferente desde Palermo o Recoleta que desde el Barrio 8 de abril en Santiago o el Alto Comederos en Jujuy; desde el microclima de desesperanza y odio generado por los medios hegemónicos “nacionales” que desde la radio comunitaria Suri Manta en Ojo de Agua; desde el miedo y desprecio al extranjero (que entre nosotros no distingue entre bolitas, paraguas, santiagueños o formoseños) que desde la militancia solidaria con los que más sufren la catástrofe neoliberal.

Los renovados debates sobre el federalismo, el protagonismo de los gobernadores del Norte Grande a propósito de la cautelar de la Corte sobre la coparticipación --entre otros escándalos vaciadores de sentido de la democracia y la república-- abren hoy un tiempo oportuno para discutir y decidir la constitución real y la constitución nominal de nuestro país. Es tiempo de poner el foco en las cuestiones de fondo --federalismo o unitarismo, centralización o descentralización, democracia o mafias, poder político o poderes salvajes--, y pensar un rediseño institucional acorde a los nuevos desafíos. Pensar y discutir desde la asunción de la propia situacionalidad, del propio lugar de enunciación que incluye nuestras opciones políticas y un desde-dónde geocultural. Un país justo, soberano, integrado, inclusivo, democrático, requiere ser pensado desde otro miraje respecto del que predominó hasta hoy.

Después de todo, para independizarnos del “poder despótico de los reyes de España” y “de toda otra dominación extranjera...”, en 1816 tuvimos que sacar el lugar de las decisiones de Buenos Aires y llevarlo a Tucumán, al NOA, a la región argentina más conectada con la gravitación de la América Profunda. El traslado de la capital es una herramienta. Lo importante es que la mirada política no esté cerca de --ni cercada por-- las miradas no democráticas de los poderes fácticos. Esto es, necesitamos des-aporteñar la geopolítica nacional.

Alejandro Auat es docente-investigador en la UNSE.